Capítulo 1. Ni mis primos pequeños me exasperan tanto

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CAPÍTULO 1: Ni mis primos pequeños me exasperan tanto.

(Orden de lectura: 1º)

Cuando dejamos la ciudad atrás, el paisaje se volvió tan hermoso que dolía. Ya no había desolación, ni muerte, ni vestigios de una guerra. Ahora, mirase donde mirase, solo había grandes extensiones de campo abierto, de hierba y flores silvestres rociadas de rocío meciéndose con la suave brisa del lugar. Era trágicamente injusto que ahí hubiera tanta belleza cuando había tanta destrucción en la ciudad.

Las horas fueron pasando, largas, interminables. El atardecer ya pintaba lengüetazos dorados en el cielo cuando mi madre habló por primera vez desde que habíamos salido.

—Querido esposo —empezó diciendo, y yo sabía por la expresión cautelosa de su rostro que estaba midiendo sus palabras antes incluso de pronunciarlas en voz alta—. ¿No considerarías conveniente replantearte las cosas? Debe de haber otra solución.

—No la hay —la cortó mi padre antes de que terminara la oración.

—Pero Sebastian... —Levanté la mirada de mis manos y miré a mi madre de hito en hito. Nunca llamaba a mi padre por su nombre de pila—. Es el futuro de nuestra hija.

—Lo sé, Olivia —respondió el aludido, diciendo su nombre con una entonación cargada de irascibilidad—. Pero es el futuro del país el que está en juego.

Ambos siguieron discutiendo unos minutos más, pero yo ya no les escuchaba. Tan solo imaginaba cómo sería el primer encuentro con el príncipe de la comunidad mágica: ¿Tendría los modales aristocráticos que aseguraban todos los que lo habían conocido? ¿Sería un déspota, como decían otros? Sus modales y galantería eran famosos incluso en mi mundo, pero también lo eran sus ideas. O al menos lo que se decía de ellas, ya que se rumoreaba que el príncipe de los magos, Draco Malfoy, apoyaba la represión de la comunidad no mágica, es decir, de la gente como yo.

—No me importa —dije en voz alta, en parte para interrumpir la discusión de mis padres y en parte para intentar creérmelo yo misma—. No me importa casarme con él. Quiero traer la paz al pueblo inglés. Debo hacerlo. Soy la princesa.

«No me importa», repetí en mi cabeza. No funcionó.

Lo cierto es que estaba aterrada; me estaba dirigiendo a un lugar desconocido repleto de brujas y magos y magia, lo que era totalmente nuevo para mí, para casarme con alguien a quien no conocía y quedarme en su mundo hasta el resto de mis días. O los suyos.

Si la suerte me sonreía y lo sobrevivía, podría volver a casa. Pero eso no sería hasta dentro de muchos, muchos años. Hasta entonces tendría que aprender una nueva forma de vida y adaptarme a todo y a todos para salir victoriosa de tan desastrosa situación. Aunque me conformaba con salir con vida. Sobre todo sabiendo que sería la única persona diferente a los demás en todo su reino.

Cerré los ojos con fuerza y rememoré una de mis citas predilectas del libro que siempre me acompañaba a todas partes; «Deseo no recordar cómo se pensaba».

Hasta ese momento tales palabras nunca habían tenido tanto sentido.

Pero ya habíamos llegado y alguien desde fuera me estaba abriendo la puerta del carruaje. Eché una última mirada a mis progenitores, encontrando que mi padre me alentaba a salir y mi madre me miraba con preocupación, como con deseo de tomar mi mano y huir conmigo muy lejos de allí. Yo entendía ambas posturas. Él hacía lo que debía hacer un rey; proteger a su pueblo. Ella quería hacer lo que debía hacer una madre; proteger a su hija.

Pero yo amaba a Inglaterra y a su gente y sabía cuál era mi deber, así que, por muy perjudicada que saliera, me inclinaba más por la idea de bajar del carruaje y enfrentar mi destino. Así que bajé, acepté la mano del sirviente y bajé. Y pronto encontré que las tres familias más importantes del mundo mágico me esperaban a las puertas del imponente castillo frente al que me encontraba.

De odio, amor y tragediasWhere stories live. Discover now