34. Misión especial

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Y cuando insistí en que hiciera algo más complicado, advertí que él era reticente en ahondar en este rubro porque tenía las aptitudes artísticas de un niño de cinco años con el más raro de los daltonismos. Las líneas sueltas le salían chuecas y repasadas, y ni hablar de los colores. Se había acostumbrado tanto a utilizar el negro en sus creaciones que encontraba complicado producir color. Sus amarillos salían mostazas, sus rojos salían ocres, aunque sus azules al menos sí eran azules. Azules marinos.

Él no era de los que envidiaban los logros de otros, sino que los celebraba. Una celebración silenciosa, por supuesto. Así fue con mi aprendizaje en la creación artística. Tuve la sensación de que estaba calladamente orgulloso de mis avances. Y sucedió lo mismo cuando logré materializar una creación con vida propia... O como él decía, con una programación.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

Su expresión era la usual, pero detecté que bajo su semblante estaba caminando un pensamiento mientras observábamos a mi creación. Un pequeño árbol metálico que se bamboleaba de un lado a otro, bailando al son de un soundtrack que estaba reproduciendo mediante mi celular. Como el pequeño Groot.

Por un instante, Ovack pareció no querer compartir lo que pensaba. Pero luego, cambió de idea.

—Será una lástima que dejes de ser una creadora —dijo por fin—. Tienes un talento inusual.

Dejar de ser creadora... Sabía que eso sucedería en un futuro. Pero por cómo iban las cosas, ese futuro se veía aún lejanísimo, así que aún no exploraba cómo me sentiría esa situación.

—¿Inusual como el tuyo? —inquirí con ironía. Él me observó en silencio por un momento.

—En cierta forma, más inusual que el mío —dijo, y pareció dudar antes de decirme lo siguiente—: Los... miembros de mi familia nacemos con un talento innato. Aunque es algo un poco más complejo que eso. Tenemos una ayuda adicional que los demás creadores no tienen.

—¿Una ayuda adicional?

Ovack extendió su mano y la posó al lado de mi arbolito bailador y creó una imitación perfecta del mismo pero en una versión totalmente negra. Y su pequeña creación empezó a danzar como la mía, aunque el mío parecía ejecutar alguna clase de break dance y el suyo era una especie de baile del robot. Era, según entendía, la marca personal de su propia creación.

—Puede traducirse como Memoria dinástica —explicó—. Todo lo que mis antepasados han aprendido, sus errores y aciertos a la hora de practicar la creación. Incluso lo que estoy aprendiendo yo ahora mismo se transferirá como un reflejo a la memoria de mis descendientes. Por eso nosotros tenemos una claridad especial a la hora de aprender y practicar la creación. Comprendemos más rápido, asimilamos con eficiencia, nuestras mentes están predispuestas a rediseñar creaciones que nuestros predecesores han diseñado. Mejorarlas, agregarles o quitarles algo. Es nuestra herencia invisible.

Entonces me miró.

—Lo tuyo es una combinación de esfuerzo y habilidad innata. Y es inusual que hayas llegado a este nivel sin tener lo que yo tengo... Es un caso raro. Pero no es imposible.

—¿Eso es lo que el Creador le concedió a tu familia? —inquirí, a lo que él parpadeó.

—No hay tal cosa como un Creador —sentenció con estoicismo, pero también con una nota definitiva.

Aquel comentario suscitaba la gran incógnita que me había acompañado aquellos meses. Había empezado como un murmullo en mi mente, pero cada día cobraba más fuerza. Esa pregunta continuaba asomándose en mi cabeza cada vez con más insistencia. ¿Qué había detrás del umbral dorado?

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now