33. Un pasado ensombrecido

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—Dinero —dijo con una sonrisa entre burlona y divertida, sirviendo generosamente la bebida en nuestros vasos triangulares, y luego se dispuso a cortar la carne de su plato. Estaba tan ávido por zamparse ese potaje de su mundo que ni siquiera se molestaba en disimularlo—. Fue por una apuesta de un enfrentamiento de creadores hace tiempo.

Por un instante, vino a mí el recuerdo de cuando todas sus cohibiciones se cayeron al suelo a causa de la droga de Lax. Pero este no era el caso... Y no era que su comportamiento hubiera variado de forma drástica, sin embargo... Tuve la sensación de que él se sentía más en libertad en ese ambiente. Aunque no podía señalar con exactitud qué era lo que había cambiado en su talante. Pues todo lucía igual.

Por alguna razón, verlo en esa faceta más ligera, me hizo caer en cuenta de algo... Este lugar no estaba mal, estábamos los dos en una mesa departiendo, el ambiente era agradable... Esto se parecía mucho a una cita. Aunque claro, para que fuera una cita, se debía anunciar previamente que lo era. Pero aun así, el parecido era demasiado para ser casual... ¿Lo habría hecho él a propósito? ¿Y si lo había hecho a propósito?

Sin que lo advirtiera, me alisé un poco un mechón de cabello detrás de la oreja. ¿Cómo lucía? Mi rostro ni siquiera era mi rostro en ese momento. Qué frustrante.

—Significa chiquillo —dijo cuando le pregunté por el significado de oibol, en un intento por pensar otra cosa.

—¿Te conocen de hace tiempo?

—Era un cliente recurrente.

—¿Saben quién eres? Que eres un...

—No —dijo, y liberó un suave resoplido de gracia—. Siempre creyeron que era un noble aventurero, aspirante a criminal de renombre.

Él decía todo esto de una manera natural sin dejar de disfrutar educadamente su plato. Por curiosidad, acerqué la bebida para sorberla un poco. Era un jugo de alguna fruta que nunca había probado. Era bastante agradable.

—¿Y qué significa dilas?

—Hermana menor.

Y ahí, el ambiente se desinfló con la elegancia un globo chiflando. No quise, pero me atraganté con el líquido y tosí descontroladamente para reponerme.

Era la primera vez que él lo decía con todas sus letras. A pesar de que no era una sorpresa, no dejé de sentir el golpe en el estómago. Pero, es decir, si se había auto convencido de que lo había besado por histérica ¿qué otra cosa esperaba que pensara de mí? La buena noticia de esto era que al parecer, yo poseía una intuición prodigiosa porque había acertado. Podía celebrarlo más tarde.

—¿Te encuentras bien?

No me había dado cuenta, pero él me había estado dando palmaditas dubitativas en la espalda, como de esas que se les da a los niños que se atragantan con sus propios mocos. No supe si apreciar o no el gesto.

Ya sabía que él era obtuso. Más que eso. Él jamás podría participar en un torneo de obtusos porque le correspondería el papel de jurado por tanta experiencia, y el jurado no puede competir. No estaba descubriendo la pólvora. Así que no quería centrarme en eso en ese momento, más bien quería saber más.

—¿Cómo así eras cliente frecuente? ¿Qué venías a hacer aquí? —repuse yo al momento. Él parpadeó y regresó a su plato.

—Cosas —dijo, de nuevo impávido.

—¿No tenías otros pasatiempos más normales? ¿Videojuegos, discotecas, pokemons? ¿No hay eso en la Noche Eterna?

—¿Qué pasatiempos tienen ustedes, los distantes? —me preguntó él a su vez, con una apacible mordacidad—. Quiero decir, además de su obsesión por existir en redes sociales y la excesiva importancia que le dan a sus figuras de entretenimiento en lugar de interesarse de sus propias políticas.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now