33. Un pasado ensombrecido

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—No es peligroso —me dijo él con un talante sereno, cuando inconscientemente me replegué más a su lado.

—Pues tendré que creerte —murmuré. Aunque la pinta del lugar me gritaba lo contrario. Pero solo por si acaso cerré los puños, listos para arrojar creaciones al que lo pidiera.

—Solo no hables cuando ellos estén presente. No es conveniente que sepan de dónde vienes.

Ellos. ¿Quiénes? ¿La Cosa nostra de Dafez?

De pronto, abrió la puerta. Y lo que había del otro lado me desencajó por completo.

Un piso impoluto, reluciente y alfombrado, mozos de uniforme de un estilo bien... dafezen, mesas negras lustrosas, una iluminación intermedia y acogedora, tintineo de cubiertos... Si no era un restaurante, pues engañaba demasiado bien. Lo único peculiar de este era que sus comensales tenían una apariencia única de mafiosos de mala muerte.

No levantamos ni una sola mirada de advertencia, como si nadie se interesara en cuestionar la presencia de los que llegaban allí. Así que nos ubicamos automáticamente en la mesa libre más alejada de la puerta. Cuando un mozo se nos acercó, desplegó de forma directa en nuestras caras una versión holográfica de lo que asumí que era el menú, pero Ovack le dijo algo, y el sujeto cerró el menú de manera silenciosa y se marchó.

Todo este código extraño que estaba observando no dejaba de antojárseme enrevesado, y solo podía seguirle la corriente. Pero no dejaba de preguntarme cómo era que conocía él estos parajes, y cómo era que sabía desenvolverse en ellos. En serio, ¿qué había hecho antes de Orbe?

De pronto, un hombre se sentó en la silla opuesta en nuestra mesa. Era canoso pero ciertamente joven, tal vez de entre treinta y treinta y cinco que desplegaba un aire elegante, de un entallado atuendo parecido a un kurta hindú. No lo sabía en ese momento, pero Ovack luego me indicaría que su nombre era Virloz.

Ciertamente, no pude entender nada de aquel diálogo. Así que prácticamente estuve jugueteando con mis pulgares durante ese intercambio. Solo tenía en claro que Virloz era el que le debía el favor y era el que nos iba a proporcionar el susodicho portal clandestino. Este sujeto tenía una compostura en apariencia amigable y serena, pero en más de un momento durante la conversación pareció observar suspicazmente a Ovack.

—¡Oibol! —gritó de repente Virloz en medio de la negociación. Cosa que casi me hizo respingar en mi asiento.

Entonces, liberó una sentida carcajada y le dio unas grandilocuentes palmadas en el hombro, un gesto muy parecido al de la bienvenida. Y a continuación, un par de sujetos más aparecieron también en la mesa. Todos repitiendo «Oibol, oibol» y palmoteando amigablemente a Ovack, como si lo reconocieran a pesar de la máscara holográfica. A todo esto, Ovack lució impertérrito ante esa alborozada reacción, solo respondió escuetamente con un asentimiento a los saludos y se dejó tocar sin emitir la menor resistencia. Lo cual, pareció divertirlos más.

Entonces, la mirada de Virloz saltó hacia mí. Pero antes de que me hiciera una pregunta que no pudiera responder, Ovack me señaló calmosamente con su palma y me presentó ante ellos como «dilas». O eso inferí. Pues después de eso, ellos empezaron a referirse a mí de esa manera.

De repente, todos ellos simplemente se marcharon, aun riendo como si les hubieran contado un buen chiste. Y al momento, un segundo mozo apareció con dos platos de una preparación culinaria peculiar, pero de apariencia apetitosa, y una jarra de una bebida rosada y espumante. Yo seguía aturdida y aún no terminaba de entender lo que había sucedido cuando Ovack empezó a degustar su comida.

—Tendrán el portal listo en una hora —me aclaró él luego de terminar de pasar su primer bocado.

—¿Así de fácil? ¿Qué te debían?

Plenilunio (versión revisada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora