27. Una orden cruel

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Cuando me percaté de que los cuchicheos alrededor nuestro se estaban haciendo más apabullantes, caí en cuenta de que llevábamos varios minutos esperando. Como era la primera vez que presenciaba una convocatoria, no sabía exactamente a qué se refería Ovack, pero esperaba que significara algo bueno para nosotros.

Y esperé demasiado.

—Atención —sonó de repente una estridente voz femenina desde varios puntos del estadio, los murmullos se acallaron al instante—. Atención, en este encuentro vamos a variar el procedimiento de selección.

Los agentes que estaban en la arena, incluso Ditro, parecieron agitarse ante ese anuncio.

—Ganará la división que tenga al menos un creador en pie en un enfrentamiento múltiple.

—Múltiple, dijo —musitó uno de los agentes lo suficiente alto para que todos escucháramos.

—¿Qué significa?

—Significa: todos contra todos —aclaró Ditro, fuerte y claro.

Fue un gesto rápido y natural, apenas les tomó dos segundos. Ditro y el agente de su división lanzaron un vistazo tentativo a los agentes de las divisiones ajenas a ellos. Una suerte de acuerdo sin palabras estaba sucediendo, y luego al mismo tiempo todos nos miraron a Ovack y a mí con un aire ácido de recelo y discordia. Entonces tuve un terrible presentimiento de lo que iba a acontecer.

—Que inicie la contienda —finalizó la voz.

Ni siquiera cesó el sonido metálico que daba a entender que se había apagado el parlante, cuando un estrepitoso estallido explotó en medio del estadio. Ovack había reaccionado a tiempo y había creado una muralla entre todos los agentes y nosotros, y yo me apresuré en reforzar aquella creación con más bloques de cristal. Pero los impactos directos a la muralla fueron inmediatos. Escuchamos de repente choques, rasguños, estallidos y toda clase de embates atronadores.

No había que ser un genio para entender que todos se habían vuelto contra nosotros. Las consecuencias de la animadversión que Ovack le causaba a las demás divisiones estaban dando frutos, y no unos muy positivos. Pero no tenía tiempo para meditar en por qué habían convenido unánimemente en que nosotros debíamos ser el primer objetivo a derribar.

—Voy a abrir una abertura —musitó Ovack, con la mano firmemente suspendida, sin ningún titubeo en su faz—. Mantén el muro.

—Espera...

Pero él no esperó. Y en menos de lo que tomó un parpadeo, generó en frente de sí una suerte de agujero en la pared de piedra. Ahogué una exclamación, pues estaba exponiéndose ante los demás, pero él no dudó y creó en el aire una serie de masas amorfas como plastilina negra y las precipitó hacia el exterior como si se trataran de proyectiles.

Por un segundo, los golpes dejaron de impactar contra nuestra barricada, pero al momento siguiente, se reanudaron de una manera frenética, con desorden y desesperación, repartiéndose hacia distintas direcciones en toda la arena. Como si de repente ya no pudieran apuntar bien. Se oyeron gritos de confusión de los otros agentes y ruidos de choques estridentes.

Deduje entonces que Ovack les había bloqueado la visión a nuestros adversarios con lo que fuera que había creado.

—Quédate detrás del muro —ordenó él.

—¡¿Qué?! Pero...

Pero no me escuchó. Sino que abrió de nuevo una abertura para emerger del otro lado y el agujero volvió a cerrarse al instante. No pude dejar de arrugar mi entrecejo ante la inevitable sensación de inutilidad. Él lo estaba haciendo todo solo. Otra vez.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now