26. Tardes de instrucción

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Y sí. Él no tenía contemplaciones cuando se trataba de un enfrentamiento. Era simplemente brutal. Acabó en menos de medio minuto, conmigo encerrada en una esfera de un material sólido, soportando sus embates consecutivos.

—Si haces eso, estás perdida —comentó—. Si te enclaustras así, me das la ventaja. La defensa es siempre algo temporal. No puedes reducirte a eso, sería mejor que te rindieras. La mejor defensa es un buen ataque.

—Ya.

—No dudes. Solo ataca sin miramientos.

—Pero... no quisiera hacerte daño.

Ante esto él soltó una repentina carcajada, como si hubiera escuchado lo más chistoso del mundo. Pero luego se recompuso al momento siguiente, y trató de disimular ese exabrupto. Pero el daño estaba hecho, yo lo miré con una mueca, ofendida.

Sin embargo, aquella confianza que él se tenía a sí mismo estaba justificada. Lo ataqué con una avalancha de creaciones, de todo lo que se me pudiera ocurrir. Cubos de rubik, palos, piedras geométricas, estatuas sólidas de R2D2 y BB8... Era como si estuviera tomando todo tenía en mi habitación mental y tirándoselo por la ventana. Pero el condenado de Ovack las evadió en el aire con una presteza casi líquida, como si bailara. Y las que no podía evitar, las neutralizaba con creaciones propias.

Aunque era un entrenamiento, me daba la impresión que él no se reprimía. Sus creaciones eran veloces, instantáneas, precisas y angulosas; y todas eran negras. Me di cuenta que cada creador tenía un estilo distinto, pues mis invenciones obedecían a formas más curvas y coloridas.

Cada día era más hábil en levitar en el aire. Tenía que serlo porque tenía que contrarrestar el condenado talento de Ovack. Parecía que levitar en las alturas era uno de sus fuertes; nunca había estado en primera fila para ser espectadora del despliegue crudo de sus destrezas y debía admitir que era algo sorprendente de ver.

 Parecía que levitar en las alturas era uno de sus fuertes; nunca había estado en primera fila para ser espectadora del despliegue crudo de sus destrezas y debía admitir que era algo sorprendente de ver

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Y esos días me fue sencillo percibir algo a pesar de que él no era muy expresivo... o tal vez era que él se permitía más esos despliegues de espontaneidad, pero pude darme cuenta que estas prácticas lo divertían. Y en el mismo grado que a él le entretenían, a mí me extenuaban. Terminaba cada clase sudando y con una sensación de ligereza y entumecimiento en todo el cuerpo. Llegaba a casa cansada para tomar un baño y reposar, pero después tenía esta sensación placentera luego de ejecutar un deporte. Y al día siguiente estaba lista para más.

Había sucedido que no soporté el ritmo de las susodichas clases sin una buena dosis de comida y había acudido a mí la salomónica e ingeniosa idea de proponerme a mí misma como cocinera.

Incluso yo me sorprendí con aquel ofrecimiento, pero si lo hice fue porque, primero, me moría de hambre, y segundo, sabía que al final él no se negaría. Además, él me lo había propuesto antes. Al principio estuvo un poco reacio, porque era una perfecta evocación a su comportamiento errático de la vez pasada. Sin embargo, su oposición se sintió un poco impostada, y solo bastó que insistiera un poco más para que aceptara. Y como un detalle interesante, él empezó a agenciarme los ingredientes. Tal vez lo hacía para retribuir un poco el favor de cocinarle, pero sospeché que también con ello me instaba a no limitarme en el menú, porque podía pedirle lo que sea y él lo conseguía. Me causaba gracia la idea de él en medio de un supermercado con una canasta a medio llenar. Y necesariamente debía comprar esos ingredientes porque no los podía crear.

Plenilunio (versión revisada)On viuen les histories. Descobreix ara