Observé en silencio cómo tomaba la tableta para crear portales. Por supuesto que él había pensado en mi inevitable curiosidad, y además era bastante claro que no quería que supiera más allá de lo que ya había escuchado por accidente.

—Pero no puedo dejarte así... —me aventuré a decir, para improvisar algo—. Podrías cometer... no sé, una locura.

—¿Y vas a evitar que yo cometa locuras? —se mofó y lanzó una risita que me irritó. Él simplemente decía lo que pensaba en realidad y al parecer, no me creía capaz de muchas cosas.

—Aunque te parezca ridículo, puedo ayudarte —atajé, no sin algo de vehemencia.

—¿Es así? —inquirió con un súbito interés; se llevó su índice a su mentón y lo golpeó suavemente repetidas veces, como si considerara algo—. Entonces cambio de idea, tengo un favor que pedirte.

—¿Eh? ¿Cuál?

—Tengo hambre.

—¿Qué?

—Hazme algo de comer.

—¿Qué?

De nuevo me quedé sin habla como si estuviese ante una situación más surrealista que los sueños compartidos con Lax. Leo ladeó su rostro y me observó con sus ojos entornados; yo estaba boquiabierta, sin saber si esta situación iba en serio o era una suerte de lapsus.

—Me estuviste presumiendo tu táper con comida hecha en casa. ¿Sabes lo insufrible que es para mí eso? —Abrí más la boca para responder pero él prosiguió. —¿Sabes desde hace cuánto tiempo no pruebo algo decente?

—¿N... no?

—Llevo años comiendo porquerías ¡Años! Así que hazme algo de comer.

«Oh, rayos». Él estaba hablando en serio, parecía como si estuviera descargando una frustración infantil reprimida.

—Anda, ¿qué esperas? Haz lo que te digo —insistió, imperativo, haciendo un gesto de premura con la mano.

—¿Qué? ¡No! —espeté, irritada por su actitud.

—¿Por qué no?

—¡Porque es estúpido! Además, no me lo estás pidiendo bien.

Él arrugó su gesto y compuso una mueca.

—Por favor —dijo, como si lo hubiera obligado a hacerlo. Era la primera vez que lo escuchaba decir esas palabras, pero no sabía si tomarme en serio esa deferencia porque estaba... un poco fuera de sí.

—Además aquí no hay ingredientes para hacer nada —alegué.

—Pero eso se puede solucionar —dijo, de nuevo extrayendo su tableta negra y comenzando a teclear—. Podemos comprar lo que necesitas ¿cuál es el supermercado más cercano?

Por una milésima de segundo hice las conexiones en mi cerebro y por otra milésima no pude creerlo. Estaba haciendo un portal a un supermercado. ¡A un supermercado! ¡En medio de un montón de gente! ¡¿Qué rayos pasaba por su mente?!

No tuve tiempo para meditarlo. Simplemente me abalancé sobre él como si fuera un gato desquiciado y traté de arrebatarle la tableta, pero al parecer él contaba con unos excelentes reflejos pues ni siquiera pestañeó, dio un paso atrás con cierta gracia y extendió su brazo lo más alto posible colocando el aparato totalmente fuera de mi alcance.

—¿Qué fue eso? —me reclamó y por un instante, su cara de ofendido casi me arranca una sonrisa pero procuré mantenerme seria.

—¿Se te ha caído un tornillo? ¡No puedes hacer un portal para hacer compras!

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now