Leo soltó un resoplido de frustración y sacudió su cabeza ligeramente, como si se deshiciera de una jaqueca. Cuando volvió a abrir los ojos, parecía haber recobrado su usual calma y estoicismo. Al parecer, además de intensos, sus momentos de ira eran cortos.

—De acuerdo —dijo por fin y esta vez su postura se destensó significativamente—. Ahora tenemos que ver otro tema.

Con una diminuta floritura de un par de dedos, un nuevo casco apareció en frente de mí y yo lo atrapé antes de que cayera.

—No menciones que te han visto el rostro —dijo, serio—. Vamos a omitir eso en el informe.

—¿Omitir? ¿Es algo malo?

—No es conveniente que se sepa. Puede ser un problema. —Él se dirigió hacia el portal e hizo un ademán para que lo siguiera.

Aquella respuesta ambigua parecía esconder muchas cosas, pero yo aún estaba relativamente fastidiada como para preguntárselo. Lo miré de soslayo, cerrando mis dedos alrededor de mi nuevo casco.

—¿Al menos puedes reconocerme que me defendí bien? —le pregunté con una mueca, lo único que retuvo toda la potencialidad de mi molestia fue que, fuera de todo, tenía que admitir que yo había actuado con impulsividad.

Leo no repuso nada pero antes de atravesar el portal, me miró por el rabillo del ojo con una diminuta sonrisa misteriosa.

Un moretón azul en el hombro y un raspón en el brazo, esas fueron las consecuencias de aquella irrupción en una mansión de la nobleza del otro mundo. Ulina salió mejor parada que yo, fuera de eso en una visión general, nuestra división había salido indemne y victoriosa.

Lo que aprendí luego de mi primera misión era que en Orbe, el éxito y la gloria no podían convivir juntos. Ser una división exitosa en Orbe, era competir con las demás, quedarse con el crédito, la reputación y el dinero. Pararse en una cúspide desde la que todos los que estaban abajo deseaban con ansias verte caer.

A nuestro regreso, se publicó en la pantalla del gran hall la lista de todas las misiones llevadas a cabo ese día y el resultado de cada una de ellas. Nuestra división era una de las pocas que tenía luz verde en los dos rubros que se señalaban: objetivo y división. Es decir, que habíamos conseguido el objetivo que nos habían encomendado y que nuestra división no había sufrido bajas.

Fue entonces que me percaté que esa pantalla estaba pintada de varios rojos y amarillos. Pocos habían obtenido dos verdes. Y me sorprendí cuando desde distintos puntos, varios agentes nos lanzaban uno que otro vistazo furibundo, como si nos culparan por haber cumplido con los objetivos o porque sus divisiones no lo hubieran logrado. Pero era Leo quien se llevaba la mayoría de esas miradas y él las recibía con la misma impasibilidad característica de él.

No obstante, a pesar de aquella reacción masiva adusta y poco amigable y de la discusión que había tenido con Leo, yo tenía una combinación extraña de alivio, satisfacción y desasosiego. Era un tanto difícil de definir, la sensación de haber hecho algo malo, pero haberlo hecho bien. El suspiro intranquilo del ladrón; sabía que cargaría eso en mi consciencia, sin embargo, no me arrepentía. Lo lamentaba pero no me arrepentía; mi deuda se había reducido por unos buenos casi seis años.

—Parece que estás más descansada —opinó Sara con aprobación.

—Me he dedicado a recuperar horas de sueño —respondí. Y para variar, era verdad.

Luego de la misión, el trabajo en la oficina se había reducido en una gruesa proporción al menos para mí. Más que nada, consistía en una retahíla de papeleo incesante que recaía más que nada en Leo, que era el que representaba a la división. De hecho, recordaba las montañas de papeles de su escritorio poco después de que yo hubiera llegado a Orbe. Ahora entendía que era el susodicho informe post misión.

Plenilunio (versión revisada)حيث تعيش القصص. اكتشف الآن