Luego de lo que me pareció varios minutos. La puerta hizo un sonoro click. Lancé una sonrisa de satisfacción cuando terminé mi trabajo, pero la apagué al instante. Una sonrisa para esto era algo bastante inapropiado.

Fue como si aquel portón se hubiera quedado prendido de sus goznes. De pronto se abrió haciendo un sonoro chirrido que resonó por aquel pasillo con un eco retumbante. Todos nos miramos con cierta aprensión, todos menos Leo. Él ya había penetrado en la habitación como una sombra. Fue allí que me percaté de que, a pesar de que generalmente lo veía haciendo tareas de oficina, él era bastante ágil y presto. Ya tenía una idea de ello cuando ensayábamos nuestro proceder en el gimnasio de Orbe. Pero verlo en acción era distinto.

Hice el ademán de seguirlo pero Aluz me retuvo y movió la cabeza negativamente. Un segundo después, Leo había emergido con un pequeño objeto circular que resplandecía por las joyas incrustadas que tenía encima.

Era lo que había visto en la presentación de diapositivas días antes, un espejo de bolsillo. Un simple espejo, pero sabía que era uno que tenía algo especial.

Sin mucha ceremonia, se lo entregó a Ulina y ella lo guardó en una suerte de mochila contenedor que cargaba. Leo parecía tomarse aquella misión con la misma seriedad que la labor de escritorio, no podía decir que algún sentimiento atravesara por él y menos se podía distinguir algo debajo de la visera.

Casi seis minutos. Ni siquiera nos detuvimos a mirarnos y emprendimos la marcha hacia nuestro punto de origen. Ya estábamos bastante cerca, podía vislumbrar el jardín por una de las ventanas. Entonces lancé un suspiro de alivio.

—Algo no está bien —susurró Sétian, cuando nos detuvimos en una esquina—. ¿Lo sienten?

Lo último se lo preguntó a Ulina y a Aluz.

—Cuando envían un portal, siempre se siente la energía que se acumula previamente —explicó con apremio, su voz apenas era un arrullo—. No están enviándonos nada.

Entonces todos mis velos se erizaron. Escuchamos en algún lugar perdido de la maraña de pasillos el grito de alarma de alguien. No pude descifrar exactamente qué dijo porque no era ningún idioma que yo conociera. A su grito le secundó una suerte de alarma, una sirena que aunque no era como las normales, era evidente que su motivación era poner a todos sobre aviso. Al segundo siguiente, se encendieron miles de faroles, tan potentes como las luces led alrededor del patio y de los pasillos aledaños.

—Nos están buscando. —La repentina voz de Leo pareció interrumpir todo ese efecto mágico en el que estábamos sumergidos—. ¿Dónde hay amagos de energía? —les preguntó a los tres.

—No están enviando...

—¿Dónde?

Sucedieron unos segundos y alrededor de nosotros, los gritos irreconocibles parecieron intensificarse.

—Arriba —dijo por fin Aluz, su voz sonaba tan calma como la de Leo. Ulina y Sétian fruncieron el entrecejo como si procuraran enfocarse y luego asintieron.

—El segundo piso.

Y en el instante en que Aluz terminó de decir eso, un bramido estridente de un hombre estalló detrás de nosotros.

Lo que pasó después fue todo un conjunto de sucesos que sólo logré entender luego de que habían acabado uno detrás de otro. Mi cabeza se convirtió en un remolino de confusión y apenas tuve oportunidad de responder.

Sólo supe que se escuchó una especie de detonación, como si un tren hubiera colisionado contra una pared. Luego observé caer piedras, desmonte, escombros. A continuación, Leo estaba zarandeándome del brazo, arrastrándome para que me moviera y lo siguiera a través de una escalera que antes no estaba allí.

Plenilunio (versión revisada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora