—Crea algo.

Esas palabras me sonaban tan familiares.

Un minuto después estaba saliendo con un suspiro de alivio de aquella sala y pude notar que alrededor de mí se sembraban algunos cuchicheos, rumores y una que otra mirada recelosa. Asumí que era algo comprensible pues según lo que me habían dicho, ser creador era algo poco común. Sin embargo, detrás de mí, Ulina y Sétian me hicieron una seña con los pulgares arriba.

«Muy bien», me dije a mí misma mientras les devolvía el gesto. «Ya estoy dentro del concurso».

O muy mal. No estaba segura.

Traté de no hacer más mella en mi intranquilidad, aunque sin mucho éxito. En el fondo de mi cabeza había un pensamiento que pugnaba por salir a flote, como la tentación que sentía Frodo por usar el anillo. Algo así.

Aún no era seguro que nos asignaran una misión pero por lo que había especulado Ulina, era bastante probable. Así que no quería aún discutir conmigo misma el hecho de que pronto probablemente iba a convertirme en una ladrona. Leo había dicho que sólo sería un apoyo y me pregunté si eso había sido una manifestación de tener tacto, porque en realidad sonaba a «vas a quedarte ahí y no harás nada más que bulto». Pero la realidad era que aun así, iba a colaborar con dicho delito.

Eso no me hacía muy feliz, moralmente hablando. Pero ¿qué otra opción tenía? ¿Hacer trabajo de oficina por cincuenta años? No. No, no, señor.

Deduje que eso era lo que más me incomodaba, que después de todo, iba a decidirme por ese camino. ¿Me convertía eso en una mala persona?

—Vuelve a intentarlo —ordenó Leo, había una sutil nota de irritación en su voz. Tal vez era porque llevaba una hora entera tratando de realizar el ejercicio que él me había designado para ese día. Era un procedimiento nuevo y más complejo que lo anterior; consistía en crear una esfera de vidrio, mantenerla girando en el aire y luego convertirla en un cubo de piedra.

De cualquier forma, ni siquiera había sido capaz de crear la esfera.

—No lo estás haciendo con seriedad —me reprendió, su voz neutra pero yo podía notar que estaba fastidiándose.

—¡Lo estoy intentando! —barboté, también irritada—. ¿No puedo tomarme un descanso?

—No. Los momentos de estrés son los ideales para poner a prueba la voluntad —apuntó él, impávido ante mi cansancio.

Dejé caer mi cabeza sobre la mesa de vidrio, tratando de absorber lo máximo posible el frío de la superficie ante la jaqueca implacable que empezaba a invadirme. Sin mencionar que, de nuevo, estaba muriendo de hambre.

 Sin mencionar que, de nuevo, estaba muriendo de hambre

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—Intenta otra vez. —Aunque nuestro trato era más coloquial que antes, Leo era inclemente ante cualquier queja. Imaginaba que la educación en el servicio militar debía ser algo como eso.

Plenilunio (versión revisada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora