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Capítulo XXXV - Annabeth

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ANNABETH CREYÓ QUE SABÍA LO QUE ERA EL DOLOR. Había caído por la pared de lava en el campamento Mestizo. Le habían clavado en el brazo una hoja envenenada en el puente Williamsburg. Incluso había soportado el peso del cielo en sus hombros.

Pero no era nada comparado con aterrizar sobre su tobillo.

De inmediato supo que se lo había roto. El dolor era como acero hirviendo subiendo por su pierna y llegar hasta su cintura. El mundo se redujo a ella, su tobillo y la agonía.

Casi se desmayó. Le dolía la cabeza. Su respiración se volvió entrecortada y rápida.

«No» se dijo, «No puedes entrar en shock».

Intentó respirar más poco a poco. Descansó hasta que el dolor se redujo de una absoluta tortura a un sencillo dolor punzante.

Parte de ella quería gritarle al mundo por ser tan injusto. ¿Después de todo aquél camino, y se detenía por algo tan común como un tobillo roto?

Forzó a sus emociones a relajarse. En el campamento, le habían entrenado para sobrevivir a todo tipo de situaciones, incluyendo a heridas como aquella.

Miró a su alrededor. Su daga había caído a unos metros. Con su tenue luz podía ver las características de la sala. Estaba descansando en un suelo frío de arenisca. El techo era de dos pisos de altura. El umbral por el que había caído estaba a unos cinco metros del suelo, ahora completamente bloqueado con escombros que habían caído en cascada de la cámara, haciendo una rampa de piedras. Esparcidas a su alrededor había piezas de madera, algunas rotas y desecadas y otras rotas en astillas.

“Estúpida», se reprendió. Se había lanzado contra el umbral, suponiendo que habría un pasillo u otra sala. Nunca se le ocurrió que pudiera lanzarse al vacío. Las astillas probablemente habrían sido una escalera, hecha astillas hacía tiempo.

Inspeccionó su tobillo. Su pie no parecía demasiado torcido. Podía notar los dedos de los pies. No veía sangre. Todo estaba bien.

Cogió un pedazo de madera. Incluso aquel pequeño movimiento le hizo gritar.

La tabla se rompió en su mano. La madera podía tener siglos de antigüedad, incluso milenios. No tenía ni idea de si aquella sala era más antigua que el altar de Mitras, o si, como el laberinto, las habitaciones eran una mezcla de distintas épocas juntadas al azar.

—De acuerdo—dijo en voz alta, para oír su voz—. Piensa, Annabeth. Prioriza.

Recordó un tonto curso de supervivencia que Grover había impartido en el campamento. Al menos le había parecido tonto en su momento. Primer paso: observa tus alrededores para amenazas inmediatas.

La única salida estaba en la pared más lejana, un umbral con forma de arco que llevaba hacia la oscuridad. Entre ella y el umbral, había un pequeño enladrillado que recorría el suelo, llevando el agua fluyendo a través de la sala de izquierda a derecha. ¿Quizá la tubería de tiempos romanos de antes? Si el agua era potable, sería genial.

Amontonados en una esquina había vasos de cerámica rotos, de los que caía algo marrón que en su momento habrían sido fruta. Puaj. En otra esquina había cajas que parecían intactas, pero había otras cajas de aspecto más extraño con tiras de cuero.

—Es decir, no hay peligro inmediato—se dijo a sí misma—. A no ser que algo salga del túnel oscuro.

Miró hacia el umbral, casi desafiando a su suerte a ponerse peor. No pasó nada.

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⏰ Last updated: Dec 23, 2012 ⏰

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