Uno

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Ninguno había dicho una palabra en todo el camino, seojun había dejado de llorar, pero no había soltado el agarre que le pelinegra aún mantenía en su muñeca

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Ninguno había dicho una palabra en todo el camino, seojun había dejado de llorar, pero no había soltado el agarre que le pelinegra aún mantenía en su muñeca.
Caminaban en silencio, pero no uno incomodo. Si no como uno necesario, ninguno quería decir algo o iniciar alguna conversación, si lo hacían, el ambiente ahora sí se volvería incómodo.

Llegaron hasta el departamento del mayor, fue allí cuando soojin decidió soltar al chico. Volteo para mirarlo, examinaba si este ya no lloraba. Viendo que se veía un poco más calmado, suspiro y con su cabeza le indico al otro que debía entrar a su casa, este algo confundido acato sus ordenes.
Cuando este ya estaba frente a la puerta, soojin decidió irse y empezó a caminar hacia su propia casa.

Era algo tarde, estaba empezando anocheser, si tardaba tanto en llegar a casa estaba segura que recibiría algún regaño y golpe de su padre.

-¡espera! -seojun corrió poco hasta alcanzarla, está giro poco su cuerpo para mirarlo, traía consigo las llaves de su moto, dos cascos y un abrigo en manos- yo te llevaré

Inconscientemente la morocha sonrió.

-si me llevas, no habrá servido de nada que yo te haya traído hasta aquí, además -hizo una pausa y se acercó un poco al contrario- no somos amigos

Dicho esto, le regalo una media sonrisa, dio vuelta y de nuevo comenzó a caminar a su hogar.
Dejando a un confundido seojun atrás.
Suspiro cansado, soojin siempre sería soojin sin importar que tan lastimada estuviera.

Regresó a su casa, dispuesto a poner en marcha su plan de dormir hasta que su cabeza doliera como había dicho que haría antes de encontrarse a soojin.

Caminaba cruzada de brazos, sumida en sus pensamientos.
Tratando de entender porque había ayudado a seojun.
Pero, tan sólo basto una persona, o mejor dicho, dos personas. Pará que olvidara todo lo relacionado con ella y seojun.
A lo lejos divisó dos siluetas, un chico y una chica, abrazados frente a una cafetería.
Pudo sentir como la tristeza y enojo se apoderaba de nuevo de su cuerpo, se negó a que las lágrimas salieran hasta que vio como el joven besaba la frente de la chica.
Apretó sus puños, dejando salir nuevamente las lágrimas y salió corriendo del lugar.
Corrió hasta su casa, entró de prisa y sin importarle los gritos de su padre entró a su habitación, asegurando la puerta y dejándose caer en su cama.
Las lágrimas desbordaban de sus ojos, como si de una cascada se tratase.
Ahogo sus sollozos con la almohada, mordiendo esta para evitar que pequeños grititos salieran de sus labios.

Recordó todo lo que había pasado ese día, y como nuevamente había declarado sus sentimientos, pero esta vez, había rogado mentalmente por una oportunidad, estaba frente a él, dejando caer sus lágrimas, mostrándose frágil a los ojos de la persona que quería dese hace tiempo.
De nuevo sintió el golpe en su pecho cuando esté la rechazo diciéndole que no, que ya ni siquiera la veía como amiga, y se alejara de él.

Vio como la silueta del chico se alejaba y perdía entre toda la gente de esa plaza. Se sintió humillada y lastimada.
Nada de lo que había hecho sirvió para algo, como ella.
El amaba a la que había llamado mejor amiga, en pocos meses había cautivado el corazón que por tantos años ella trató de cautivar.

Y aunque le doliese y se odiase así misma por admitirlo, jugyeong no tenía la culpa de nada. Por mucho que se trató de engañar, la otra chica realmente no había hecho nada, más que ser ella misma.

"¿Que tenía ella que yo no?"

Eran los constantes pensamientos de soojin desde que supo que ambos chicos eran pareja.
Su autoestima, orgullo, ego, habían sido dañados por una chica que no era ni la mitad de bonita que ella, y que necesitaba maquillaje para cautivar a los demás.
Pero no solo el hecho de que suho haya caído a sus encantos la lastimaba, sino que también seojun y la mitad de la escuela. Todos ellos eran rehenes de la belleza de su "amiga".

Lloro toda la noche, sin cambiar sus ropas, sin darse un baño, o siquiera acomodarse bajo las sábanas de su cama.
Simplemente se quedó en la misma posición llorando, hasta que el cansancio le ganó y cayó dormida.

Dos mitades Donde viven las historias. Descúbrelo ahora