El hombre con marcas levantó la cabeza del espacio en su cuello, mirándole con una ceja alzada, se veía tan confundido como él.

- ¿ya no te respondí la otra vez?

Ante aquella respuesta su ceño se frunció como siempre hacía, apretando los labios y emanando molestia haciendo que Sukuna detenga toda acción.

- si el besarme y tocarme es para ti una respuesta, pues sinceramente es una mierda - Una pequeña risa escapó de los labios de Sukuna, descolocándolo más. Esa simple acción era tan...

- Quiero que me respondas con palabras que entienda, quiero que seas completamente sincero - exclamó en voz alta, desesperado por una respuesta que logre captar.

Al inicio, con su primer encuentro, Megumi había dado por sentado que el interés de Sukuna se reducía a un deseo puramente sexual. Pensaba que lo único que anhelaba la maldición de él era poseerlo, tener sexo, follarlo hasta hacerlo llorar, un montón de cosas obsenas que creía propias de un ser como él. Pero las visitas a su habitación, las miradas que le dedicaba, cada mimo, cada caricia le habían lanzado un mensaje en la cara que no estaba dispuesto a aceptar.
Quería obligarse a creer que Sukuna como toda maldición solo tenía deseos impuros, indecentes, repugnantes, quería creer que solo lo veía como un objeto para aligerar la tensión y la abstinencia. Pero todo lo que dejaba ver en sus acciones le hicieron cuestionarse más de una vez.

Conocía a Sukuna. Era malvado, cruel, de carácter inexorable, implacable, despiadado, no le importa nada ni nadie. ÉL, un digno rey de las maldiciones jamás en su vida sería delicado con alguien, pero siempre estaba procurando no lastimarle, tratándolo con suma delicadeza, como si se fuera a romper entre sus manos. Él, un ser que no tiene conceptos de moral y decencia, que no tiene principios a los cuales se rige, era impensable que albergara tales sentimientos por un simple hechicero.

Como si... fuera humano.

Y lo odiaba. Odiaba que todo eso haga que no pueda identificar la línea marcada que separa humanos y maldiciones. Odiaba con su vida aquella pequeña llamita en su interior que se encendió aquel día y se iba llenando de sentimientos que no debían ser, porque al verlo de esa manera, tan humano y maldición a la vez, su corazón se apretaba, la llama se aviva con los sentimientos recién descubiertos.

Porque deseaba que Sukuna lo humille, que lo lastime, que le haga llorar y odiarlo profundamente, así podría identificarlo solo como una maldición más, repugnante y sin setimientos, así no se sentiría tan ensimismado por él, ya no se sentiría tan apegado al ser nacido de la inmundicia humana que desprendía un brillo precioso cada que le miraba.

Esperaba una respuesta negativa a lo que estaba pensando. Porque no sabría como contestarle aquello.

- Lo que estes pensando - comentó la maldición poniendo una expresión complicada, con el ceño fruncido, los dientes apretados, como si estuviera diciendo una mentira que le costaba terminar - Yo solo... te deseo para esto.

Megumi sonrió, sin perderse detalle del rostro de Sukuna. Porque ante todo, Megumi no era estúpido. Podía ser muy denso, no se expresaba bien ante los demás, jamás exteriorizaba sus emociones, y no era de demostrar amor a la gente. Y con todo eso, sabía muy bien lo que sentía la maldición solo con prestarle atención.

Y pese a que Sukuna dijo lo que deseaba, no se sentía contento, no estaba para nada satisfecho con su mentira, así como tampoco estaría feliz de que algún día le dijera la verdad. Era todo tan contradictorio, él como sabía que tenía que alejarse de la maldición al descubrir lo que sentía por él, pero ahí estaba empujando al hombre de marcas negras en el cuerpo, rodando en la cama hasta que estuvo encima del cuerpo contrario, montado en su regazo, con las piernas a ambos lados de su cadera, sus manos acariciando los abdominales que se escondían debajo de la camisa, rozando levemente su trasero con la entrepierna de la maldición.

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