Justo antes de que me decidiera por darle una patada a la puerta, la habitación empezó a hacer algo extraño. Las luces se tornaron levemente celestinas. Luego regresaron a la normalidad, pero capté entonces que estaba generando de repente un lejano sonido. Era como un psuuuuu. Me dio la sensación de encontrarme dentro de un microondas.

Y finalmente, ocurrió lo terrible. Noté que algo se materializaba en medio de la nada de la habitación. Algo que brotaba del suelo, puntos oscuros que se movían sinuosamente. Me percaté que no era sólo en el suelo, las paredes también parecían moverse, como si de repente burbujearan diminutos añicos oscuros y escurridizos. Esas pequeñas cosas se multiplicaron y empezaron a avanzar hacia mí.

«Oh, por Dios». Eran cucarachas.

Estuve segura de que mi cara se había deformado como la de las personas que habían visto a Samara.

—¡Déjame salir! —grité golpeando efusivamente la puerta—. ¡Déjame salir, maldito!

Lo que más detestaba en el mundo eran las cucarachas. Si alguna de ellas volaba, me iba a dar un ataque cardiaco. Entonces escuché un aleteo.

Yo no me percibía mentalmente como el tipo de chica delicada, todo lo contrario. Pero esa situación iba más allá de mis fuerzas. Lancé el grito más agudo que nunca antes había soltado, me hice una bolita en el suelo y me cubrí con ambas manos. Aún las escuchaba aletear por encima de mí y en lo único en lo que pude pensar fue en un insecticida. De cualquier marca, no me iba a poner exigente.

Entonces escuché caer una lata en frente de mí. Por entre mis dedos logré ver un aerosol anti cucarachas rodando como la respuesta a mi plegaria.

Pero en el momento en que lo alcancé, unas las luces blanquecinas cegadoras se encendieron y toda la habitación se iluminó de blanco. De nuevo, totalmente vacía. Me quedé atontada y paralizada.

Escuché que la puerta se deslizaba y desde el suelo, la silueta negra de Leo me observaba con una expresión diferente. Como si él estuviera perplejo.

Sin pensarlo dos veces, le lancé la lata de aerosol y de no ser porque él la atrapó al vuelo, le hubiera dado en la cara. Leo miró el objeto y luego me miró a mí.

—¿Estás bien? —inquirió con una ceja arqueada. Por un segundo pareció una pregunta cordial.

—¡¿Qué rayos fue eso?! ¡¿Cómo se te ocurre?! —vociferé levantándome de un salto, entonces él recompuso su semblante impertérrito.

—Esa fue tu prueba —dijo y volvió a echarle un vistazo al aerosol como si se tratara de una rareza desconocida.

—¿No te parece que hubiera sido algo cortés que me avisaras antes? —espeté aún enojada. El sujeto parecía no tener ninguna clase de consideración con nada. Él volvió su mirada aún pensativa y la posó otra vez sobre mí, como si hubiera recordado que seguía ahí.

—Entre otras cosas, esta habitación lee temores escondidos y los proyecta, nada de esto fue real y funciona mejor sin una previa advertencia —aclaró.

Y para variar, no me dio mayores explicaciones. Tuve que imaginarme qué eran esas "otras cosas" que hacía el susodicho recinto, porque Leo hizo una seña para que lo volviera a seguir y aunque estuve esta vez algo reticente, obedecí.

Nuevamente nos aventuramos por pasillos blancos e interminables, para mí todo lucía igual. Noté que de cuando en cuando, Leo me lanzaba miradas escrutiñadoras. Lo cual hizo del ambiente más espeluznante de lo que ya era.

—¿Has leído el contrato? —preguntó de repente con una voz sosegada.

—Sí, no entiendo nada. —Decidí aprovechar su apertura para que pudiera al fin soltar prenda.

—Mm.

Y no dijo más. Realmente, se estaba convirtiendo a una velocidad asombrosa en mi persona menos favorita de todos los tiempos.

Esta vez el viaje fue más corto, nos detuvimos en otra puerta de vidrio que parecía un salón de conferencias vacío. Dudé por un momento en entrar debido a la experiencia anterior pero no era que tuviera otra opción.

Leo me indicó con un ademán que tomara asiento en una de las tantas sillas acolchadas de la mesa ovalada y así lo hice mientras él se dirigió al extremo de la mesa.

—No te ha ido muy bien —comentó mientras encendía el proyector y rectángulo luminoso se plasmó en la pared. Ya eran varias las veces en que soltaba opiniones crípticas que sólo cobraban sentido después, así que tuve una terrible sensación.

—¿Eso qué quiere decir? ¿Qué fue esa estúpida prueba? ¿Cuándo vence este contrato?

Ignoró de nuevo mis preguntas y presionó varias veces un botón con una actitud cansina a lo que las diapositivas pasaron volando rápidamente en la pantalla, hasta que la detuvo en una imagen donde se veía una serie de fotografías escenarios citadinos nocturnos que nunca había visto antes. Panorámicas de ciudades increíbles, todas desconocidas para mí. Edificios altos, arquitecturas gigantescas, torres cupulares, otras rectas y complejos curvos. Como una aleación entre la modernidad de Hong Kong y la antigüedad de Venecia, un diseño de otro tiempo. Y todas esas imágenes entintadas de un halo azul y una luna gigantesca y hermosa.

—Voy a hacer esto breve —dijo cruzando los dedos para apoyar su mentón y fijó sus ojos oscuros y serios en mí—. Calculo que serán unos cincuenta años.

—¿Cincuenta años de qué?

—En que tengas que trabajar para nosotros.

Muy pocas veces en mi vida había disfrutado de esa sensación espeluznante que se tiene cuando de pronto se siente que el estómago ha desaparecido. Esa fue una de esas veces, y para hacerlo más llevadero, el piso también pareció desvanecerse. Luego de lo que para mí fue una eternidad, aunque tal vez fueron sólo unos segundos, empecé a asimilar lo que él acababa de decir.

—Cin... ¿cincuenta años? —balbuceé como tonta.

—Tal vez más.

Oh, era claro que dar malas noticias a la gente no era su fuerte. Abrí y cerré la boca varias veces pero no se me ocurría qué decir. Leo sólo me miraba, estoico.

—Pe... ¿Pero por qué?

—Yo no hice las reglas —respondió con simpleza y colocó sobre la mesa el aerosol anti cucarachas como si se tratara de una evidencia definitiva—. Tienes que devolver a Orbe lo que le pertenece.

Yo parpadeé sin comprender. Leo lanzó un suspiro y por primera vez, le vi una disposición a decir más de cinco palabras juntas. Así que guardé silencio porque no estaba segura de que esa oportunidad se repetiría.

—Cuando las personas atraviesan el portal de la luna llena, hay algo que cambia en ellos. Es inevitable, porque se adentran en un espacio donde las reglas físicas son distintas. Existía la probabilidad de que resultaras igual a como eras antes, pero en tu caso no ha sido así. Esa noche tú te llevaste algo de ese mundo, y Orbe nunca puede permitirse que exista una persona fuera de su personal que tenga estas habilidades extraordinarias.

—¿Qué mundo?

Hasta ese momento no había caído en cuenta de que lo que había presenciado esa noche no pertenecía ni siquiera al universo en el que me encontraba. Leo señaló con la mirada la imagen proyectada en la pared, las ciudades azuladas, distintas a cualquiera que hubiera visto antes.

—Ese mundo —respondió escuetamente—. Ese es el lugar que viste cuando atravesaste el portal por primera vez. El mundo de la Noche Eterna.

 El mundo de la Noche Eterna

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Plenilunio (versión revisada)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora