Sin embargo, esa nueva rareza inexplicable no me escandalizó tanto como lo que sucedió luego. Entré corriendo a casa, conmocionada como lo estaría alguien que acaba de ser testigo de un evento sobrenatural, y no fue sino cuando intenté narrarle a mamá todo lo que acababa de suceder que me percaté que no podía hacerlo. No porque no quisiera, sino porque, de forma literal, no podía.

Cada vez que intentaba hablar mi lengua se trababa y parecía que estaba teniendo arcadas. Mamá lo tomó al inicio como una suerte de broma, pero luego empezó a preocuparse. Así que finalmente desistí, y tuve que convencerla de que se trataba de un ensayo de primeros auxilios y que ella no había pasado la prueba. Fue lo primero que se me había ocurrido de entre las escasas excusas que podría haber soltado. Caí en cuenta luego que, de facto, no podía hablar sobre ese tema con ella o con nadie, y cuando trataba cualquier otra conversación, mi limitación al hablar dejaba de existir.

 Caí en cuenta luego que, de facto, no podía hablar sobre ese tema con ella o con nadie, y cuando trataba cualquier otra conversación, mi limitación al hablar dejaba de existir

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Después de esa noche tan intensa, invertí casi la totalidad del día siguiente en tratar de convencerme a mí misma que se había tratado todo de una alucinación. Un sueño excesivamente vívido. Pero yo sabía que no era así porque hay un límite para el auto engaño. Sin embargo, existe siempre en estos casos una parte de nuestra mente que desea permanecer optimista y que prefiere creer en mentiras bonitas para obtener una tranquilidad temporal. Pero las mentiras, son mentiras después de todo. Al llegar la noche, un haz de luz apareció de nuevo, y esta vez, en medio de mi habitación.

—¿Ese contrato era mágico? —le pregunté a Leo.

El chico estaba vestido de negro de nuevo, aunque de una manera más formal, parecía que era su elección de color de vestimenta porque los demás lucían variados estilos, y más casuales. Leo levantó una ceja detrás del escritorio de oficina donde se encontraba, oculto en una montaña de papeles. Parecía un oficinista maquiavélico. Parecía lo que era.

—El ser humano siempre ha llamado «magia» a las cosas que no puede comprender —respondió de la manera más fastidiosa y tautológica, sin dejar de garabatear, su voz en tono neutro.

—Entonces era mágico.

—Si quieres pensarlo así, está bien —continuó sin levantar la vista de sus hojas—. El contrato te obliga de manera ejecutiva, no puedes violarlo aunque quieras. Si quieres saber qué cosas puedes hacer o no, lee el contrato.

—¡Me hubieras dicho eso antes de firmarlo! —exclamé y pude percibir que sus otros tres compañeros se miraron nerviosamente. Leo dejó el lapicero a un lado y me observó con un aire hastiado.

—Te diré el resumen: no puedes exponer ninguna clase de información de Orbe a nadie; ya no eres dueña de tu tiempo y tendrás que reportarte aquí todas las veces que se te requiera. Recibirás asesoría, instrucción y acatarás cualquier solicitud que te haga el líder de esta división.

—¿Líder de división?

—Nosotros somos una de las tantas divisiones de Orbe.

—Y el líder...

—Soy yo.

¿Acaso era mayor de edad siquiera? No tuve suficientes agallas para preguntárselo

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¿Acaso era mayor de edad siquiera? No tuve suficientes agallas para preguntárselo. Estaba segura que si seguía atiborrándolo de preguntas, iba a hacer aparecer otra vez una barra de metal en mi boca. Pero tenía aún muchas dudas sobre mi condición actual.

¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Hasta cuándo iba a durar eso? ¿De dónde sacaba Orbe toda esa... magia? ¿Por qué contrataba gente tan odiosa como ese tipo?

Los días siguientes brillaron por un espléndido silencio y tranquilidad, sin embargo, por la angustia a la que me sometía la situación no llegué a inscribirme en el campeonato de natación que tanto me había obsesionado antes. Pero esa fue la última de mis inquietudes.

Por un miserable segundo pensé que tal vez se habían olvidado de mí, hasta que en mañana sentí el vibrador de mi celular en mi bolsillo. Era un correo.

Escueto y odioso

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Escueto y odioso. Ni siquiera hola. Me pregunté si le daban una paga adicional por ser así. Ese día entonces, me dispuse a esperar al portal de luz nuevamente en mi habitación. Ya había tenido tiempo para leer las setenta y dos páginas del contrato, hasta la letra minúscula. Y aunque era bastante confuso y no lograba comprender muchas partes, había logrado llegar a una idea sobre algo. Esta situación no iba a durar para siempre.

Tenía que averiguar más sobre el problema en el que me había metido, qué era Orbe, qué era lo que había visto exactamente que ellos no querían que revelara al resto del mundo. ¿Qué ciudad era esa? ¿La Atlántida? ¿El Dorado? ¿Asgard? En serio, ¿qué era?

Esa tarde me prometí entonces que resolvería todos esos misterios y regresaría a mi vida normal a toda costa. Estaba sola en esto y tenía que hacer algo; si no lo hacía, nadie lo iba a hacer por mí. El panorama debía esclarecerse con algo de tiempo y mis dudas debían ser respondidas. Todo estaría bien.

Claro.

No obstante, estaba siendo demasiado optimista.

Plenilunio (versión revisada)Where stories live. Discover now