STRIGOI

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   EL SEÑOR DE TODAS LAS ALMAS.

     Soy el dueño de todas las almas…repetía la voz a su espalda.

     Respiró hondo hasta que recuperó el resuello. Lejos, abriéndose paso entre la bruma que envolvía el bosque, el eco de los aullidos perseguidores se abría paso hasta lo más profundo de su cerebro. Por momentos, el miedo impulsaba sus movimientos a borbotones de adrenalina fluyendo a través de la fibra de sus músculos.

     Agotado, se sumergió en un mar de helechos húmedos. Su cuerpo se hundió con lentitud pasmosa, rociado por una miríada de gotas de relente. El eco, aún siendo aterrador, se presagiaba lejano.

     Todo comenzó unas semanas antes, en Roma.

     Su tío Virgilio, un acomodado funcionario del tesoro, se había propuesto favorecerle de modo que pudiera emprender una prestigiosa carrera como empleado público. Las cuentas del estado no eran, ni mucho menos, una banalidad. Y desde luego, para un joven con aspiraciones suponía la mejor forma de destacar a ojos del Senado y el emperador.

     La primavera anterior, todos en Roma tuvieron la ocasión de disfrutar con el impresionante triunfo dedicado a la victoria de Trajano sobre los dacios. Pero las victorias militares casi nunca vienen solas. Al sometimiento de los pueblos, viene unida la obtención de beneficios económicos, la explotación de recursos y, claro está, la gestión de los mismos. A eso se dedicaba la familia de Casio Querea desde los tiempos del Divino Augusto. Y nunca habían fallado. Nunca hasta ahora.

     El veterano funcionario le consiguió un puesto como administrador de una de las propiedades con más futuro de Roma. Las minas de sal ubicadas en Potaissa. Las legiones se pagan con sal. La sal da prestigio, sobrino. Esas fueron las palabras de su tío, justo al despedirse de él antes de emprender viaje hacia La Dacia.

     Tras un viaje de varias semanas, sometido a los inconvenientes de viajar por los caminos del imperio, embarcado en precarias barcazas fluviales y cargado con la impedimenta necesaria para establecerse por mucho tiempo en uno de los parajes más inhóspitos conocidos, Casio Querea y la comitiva que le acompañaba cruzaron el limes para adentrarse en tierra de bárbaros. Dejaron atrás Panonia y Mesia, para profundizar entre desfiladeros y senderos agrestes hasta uno de los fuertes que la V Macedónica había emplazado en la región.

     El legado de la legión, al mando del enclave, era un soldado mediocre llamado Cneo Lentulo. Un hombre adusto. Un militar. Se limitó a comprobar que las credenciales de Casio estaban correctamente selladas y a ordenar que uno de sus centuriones le condujese a sus aposentos.

     —Si lo deseas puedes cenar en mi mesa esta noche. Nos acompañaran el resto de oficiales, si no te incomoda la presencia de hombres poco refinados. —Casio aceptó, como no podía ser menos, rehusando responder al premeditado inciso del legado.

     Tardó poco en instalarse. Sus aposentos estaban ubicados en el ala derecha del campamento, muy cerca de la armería, por lo que el constante cacharreo del martillo contra el yunque le acompañaría durante toda su estancia. A menos que se quejase al legado, cosa que no estaba dispuesto a hacer. Al menos de momento. Distribuyó sus pertenencias y comprobó que el lecho distaba mucho del que disfrutaba en la domus familiar en el Palatino. Aquel era el jergón de un soldado. Se concilió consigo mismo recordando los consejos de su tío Virgilio: para lograr un espléndido cursus honorum, lo mejor es comenzar desde abajo. Roma no la construyeron sus senadores y generales, lo hicieron sus ciudadanos y sus legionarios.

     Durante la cena, en exceso frugal para su gusto, tuvo la oportunidad de conocer a los oficiales de Cneo Lentulo. Todos presentaban una característica común: el semblante cansado de hombres hartos de luchar, y a la vez convencidos de que su presencia en aquella tierra lejana suponía una cuña más sustentando la gloria de Roma. Miradas brillante aunque traslúcidas, para eludir el escrutinio ajeno de sus almas. Parlotearon durante todo el rato sobre estrategias, intendencia militar y todo tipo de asuntos que para nada interesaban al joven cuestor del fisco recién llegado de Roma. Así hasta que uno de los centuriones se atrevió a interrogar.

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⏰ Last updated: Feb 03, 2015 ⏰

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