Nocturno

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Jungwoo no quería dormir.

Los copos de nieve que caían sobre la piel de su cara se fundían hasta causarle un estremecimiento, la brisa de las doce de la madrugada era gélida y se llevaba el vaho que expulsaba de su boca cada vez que suspiraba. Se estaba congelando, por supuesto, pero observar la nieve caer por la ventana abierta de su habitación mientras esperaba por su llegada le hacía pensar que valía la pena someterse al tiempo.

En las noches en que el frío sacudía con ferocidad las hojas de los árboles, cuando la luna crecía en el punto más alto del cielo, creando un halo iridiscente alrededor de ella, Jungwoo recordaba aquel invierno de Nochebuena de hacía diecisiete años, cuando apenas tenía seis. Su memoria se llenaba de imágenes de ese invierno no porque había sido el más helado de su vida o el menos festejo, sino porque en esa época conoció a Wong Yuk Hei. O como prefería que lo llamaran: Lucas.

Le había escuchado hablar a su padre de los lobos, pero nunca se lo había tomado en serio. Para los niños pequeños, aquel tipo de historias representaban emocionantes fantasías, llenas de seres mágicos y mundos de ensueño, pero cuando adquirían edad aquellos relatos no eran más que palabras. No fue el caso para Kim Jungwoo, que desde el principio rechazó ese tipo de leyendas, cuentos extravagantes sin sustento sacados de una mente floja, hasta que tuvo que hacerles frente y vivirlas en carne propia.

Los relatos hablaban sobre las antiguas «crías de lobo», seres nacidos de la luna y las criaturas del bosque; hombres y mujeres bestia que habían pactado un trato con un monje para la protección de un grupo de aldeas. Al principio, se los adoró y trató como a una raza superior pero luego se les tuvo miedo por su increíble fuerza y el hecho de que, al fin y al cabo, seguían siendo lobos y podrían comérselos en un cambio de parecer. Con el paso del tiempo, la desconfianza se hizo mayor, la enemistad creció y el temor de los humanos se cumplió: los lobos atacaron y pronto ambas especies se dieron caza.

Hasta el día actual, aunque los lobos vivían escondidos, todavía seguían siendo buscados para su erradicación definitiva.

Por lo general, Jungwoo decidía ignorar el giro trágico de las historias, pero cada vez pensaba en ello con más frecuencia, sobre todo en los últimos años; se imaginaba lo diferente que hubieran terminado las cosas si la convivencia entre los humanos y los lobos no se hubiera roto. Lo sencillo que hubiera sido para él aceptar a Lucas desde su primer encuentro y lo fácil que hubiera sido para Lucas gozar su infancia con total libertad.

La llegada de Wong Yuk Hei a su vida no fue un acontecimiento extravagante, pues lo había confundido con un perro callejero. El perro callejero más grande que jamás había visto. Recordaba haber gritado del susto, a muy altas horas de la noche, cuando el gran lobo apareció frente a él, cojeando y goteando sangre por las fauces.

—Dios mío —su padre, hombre sabio y de corazón bondadoso, había sabido reaccionar mejor que él, conociendo ya las acciones de sus antepasados—, aparta, Jungwoo —lo empujó, corriendo hacia el animal que se había desmoronado sobre la nieve acumulada del suelo—. Es uno de ellos.

Tomándolo en sus brazos, su padre llevó el cuerpo del lobo dentro de su cabaña, una humilde casa de leña y madera que había soportado el peso de largos años y tormentas. Su madre había acudido un rato después, los dos otorgándole al joven lobo los cuidados que estaban a su alcance. A sus seis años, Jungwoo no podía entender por qué un animal como aquel tenía tan alarmados a sus progenitores y requería tanta atención, pero cuando se acercó a ellos para observar su trabajo, lo que vio allí no fue a un perro moribundo, sino a un niño muy desnudo y muy malherido, que les devolvía una mirada de odio y rechistaba con desprecio:

—¡Atrás, crías de hombre! —gritó, gruñendo como cualquier cosa menos un niño humano—. ¡Un dedo sobre mí y los degollo a cada uno!

[NCT] NocturnoWhere stories live. Discover now