Merecido.

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Solo hacía falta un cambio de mes, de un 31 a un 1, para que todo se tiñera de colores, y su vida retrocediera años hacia el dolor. Navidad era una época feliz para muchos, pero para unos pocos, el recuerdo permanente de la soledad. Para Conway, este tiempo, significaba tragedia.

Desde el primer segundo en que escuchó a uno de sus agentes sugerir decoración, les dejo en claro a los nuevos las reglas: en su comisaria no entraría ningún puto árbol de navidad ni nada relacionado. Estaba completamente prohibido cualquier clase de conmemoración festiva en las instalaciones del CNP y cualquiera que incumpliera esta regla, sería suspendido.

Las malas caras no se hicieron esperar, pero no iba a retractarse sobre algo que había decidido hace tiempo. Faltaba una semana para navidad, y había logrado su cometido de apartar todo ápice de decoración de su comisaria. Aunque la ciudad, para ese momento, era un auténtico cumulo de luces, pinos y regalos.

Afortunadamente, Volkov era bastante reacio al clima navideño, Greco mantenía su profesionalismo. Sin embargo, allí estaba Ivanov, con un bastón de caramelo en la boca. Y de los tres comisarios con los que podía coincidir en horario, le recibió el más "navideño".

- ¿Quieres? –le ofreció de su bastoncito.

- Que puto asco –se quejó Conway, apartando su mano de él-. Acabas de sacártelo de la boca.

- Ya, pero no le chupe la polla a nadie antes de comer el caramelo; puedes estar tranquilo.

- Solo no ensucies mi patrulla.

La gente era bastante más eufórica y circulaba mucho más en este tiempo. Hasta febrero, Jack tendría que pensar con claridad la cantidad de hombres que tenía a disposición para cubrir la ciudad. El norte solía llenarse de trifulcas, habrías fiestas en el centro de la urbe, y el hospital podía necesitar refuerzos en cierto horario de la noche. Y eso era en noches específicas, pero durante el resto de los días, había ciudadanos que entraban en un constante festejo y otros que aprovechaban para robar sabiendo que la gente invertía mucho en sus compras. Era esos tiempos en que la comisaría era un caos y Conway tenía que buscar paciencia en lo más profundo de su ser para afrontarlo.

En medio de su hilo de pensamientos sobre cuantos agentes tendría a disposición tan solo esta semana, Alex encendió la radio. La música acorde a la época sonó, precedida por un locutor entrado en ambiente, dando gritos en su discurso.

- ¡Pero mira cómo beben los peces en el río! –acompaño la canción con su cantar Ivanov-. ¡Pero mira cómo beben por ver al Dios nacido! ¡Beben y beben y vuelven a beber...!

- ¡Cierra la puta boca!

La radio fue apagada de sopetón y el comisario refunfuño por lo bajo lo amargado que era el Superintendente. Odiaba los villancicos pegajosos y repetitivos, hacían que su cabeza doliera con tan solo escuchar uno solo. Pero no duraría demasiado su silencio, pasaron por la zona de tiendas de la ciudad, y cada una de ellas tenía una canción diferente sonando a todo volumen. No importaba que sus ventanillas estuvieran bien cerradas, la música se colaba perfectamente; e Ivanov cantaría bajito alguna de todas ellas.

Tenía las esperanzas de que la ciudad estuviese tranquila, debido a las bajas temperaturas y el exceso de nieve, pero no fue así. Usualmente, todos dejaban las cosas para última hora, y las calles estaban plagadas de personas con regalos, comida, decoraciones. Algún que otro comerciante se había disfrazado de santa para promocionar su tienda y cada vidriera o portal resaltaba en luces y guirnaldas.

Al parecer dos sujetos tenían un problema con el lugar de su estacionamiento, discutiendo por quien había llegado primero. Conway se apartó de la vía y bajo de mala gana; luego maldeciría a su compañero por dejar el bastón de caramelo húmedo dentro de la guantera.

Merecido.Where stories live. Discover now