CAPÍTULO 2.1: CONFRONTACIÓN

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  • Dedicado a Laura Morales
                                    

Un tímido rayo de sol se cuela en la habitación de un edificio de tres plantas.

Nessa descansa plácidamente hasta que la luz incide en su rostro, haciéndole abrir los párpados lentamente.

Mira el despertador digital, que compró por eBay tras ver uno similar en Regreso al futuro, y no encuentra los dígitos parpadeando. Se gira bruscamente y echa un vistazo al reloj de pulsera que descansa en la repisa bajo la ventana.

—¡Mierda, me he dormido! —Se levanta de la cama como un resorte. Abre el armario empotrado y comienza a rebuscar entre su ropa. Se pone un vaquero pitillo, una camiseta negra con el print de una calavera y unas botas con hebillas. Tropezando con la montaña de ropa que ha dejado esparcida por el suelo, va trastabillando hacia la puerta. Al abrirla, esta golpea la pared, haciendo más profunda la muesca previamente existente. El muro tiembla y comienza el efecto dominó, provocando que caiga sobre la mesilla de noche su tablón de corcho cubierto de fotos, entradas de conciertos y demás objetos sujetos con chinchetas. El mueble pierde estabilidad y la lámpara que sostiene se precipita al suelo rompiéndose en pedazos. «Da igual, siempre odié esta horterada», piensa al ver los restos de porcelana pintada en azul, esquivándolos todavía mientras se coloca la bota izquierda. El objeto destrozado era uno de esos regalos de coña que sus amigas acostumbran a entregar cada cumpleaños. Su madre, no tomándolo como tal, lo colocó al instante. «Para dar luz a tu cuarto. Está muy sombrío, hija», dijo al enchufar el dantesco artefacto. La superficie, imitación de porcelana, mostraba «en vida» a una geisha junto a un lago acompañada de una pareja de cisnes formando un corazón con sus cuellos.

Nessa corre al baño y peina su enmarañada melena castaña, dedicando unos segundos a perfilar en negro sus ojos color avellana y extender una capa de brillo en los labios. Su madre ya se habrá marchado al hospital donde trabaja de enfermera y su padre todavía no ha regresado del turno de noche, algo extraño.

«¿Cómo demonios hago para llegar?, porque superpoderes no tengo, dejando al lado mi desarrollado don para soltar un mínimo de tres palabras malsonantes por frase», cavila al mirar el reloj que ciñe a la muñeca.

Escucha el repiqueteo de unas llaves advirtiendo la llegada de su padre. Apenas vislumbra la incipiente calva de Ramón, lo aborda sin contemplaciones.

—¡Hola!, tenemos que irnos ya.

—¿Qué haces todavía aquí? —pregunta aturdido.

—El reloj que compré en internet... Ahórrate el «te lo dije». Tenías razón, no lo volveré a hacer, internet es muy malo y todo eso. Vamos. —Tira de él escaleras abajo, mientras el pobre hombre sueña con desayunar un descafeinado con tostadas, tumbarse sobre el mullido colchón y dormir, al menos, seis horas del tirón.

—¡Claro que es malo y peligroso!, ¿recuerdas lo que escuchamos en las noticias sobre la secta aquella que...?

—Sí, además es producto de Satán... Por favor, papá, arranca ya —solicita.

Nessa se abrocha el cinturón dirigiendo una mirada suplicante a su padre, que suspira y enciende el motor.

El Opel Kadett color blanco que conduce está ya para el desguace, pero no solo le tiene un gran cariño, sino que tampoco pueden permitirse comprar otro vehículo ahora mismo. La crisis ha supuesto, en el caso de su madre, la eliminación de una paga extra y una bajada de sueldo. Además, la empresa en la que trabaja su padre está pasando malos momentos; los eres se suceden y él se ve obligado a aceptar los peores horarios y a realizar turnos extra, en ocasiones no remunerados.

—Deberías dormir más. Seguro que estuviste hasta las tantas escribiendo. Y no digas que tienes insomnio —añade interrumpiendo la inminente réplica de su hija.

—No digo nada, solo que el jodido despertador va como el culo. ¡Perdón! —se apresura a añadir al ver la boca de su padre torciéndose en un gesto que vaticina la charla sobre el vocabulario soez que con tanta soltura utiliza.

Él, demasiado cansado para una batalla dialéctica matutina, simplemente se dedica a conducir.

El semáforo cambia del ámbar al rojo y lee las palabras mágicas, «coche de ocasión», pintadas con rotulador negro en un cartel fosforito apoyado en la ventanilla trasera de un Prius nuevecito.

Sin dilación, Ramón saca el teléfono móvil y apunta los dígitos con presteza, poniendo como nombre de contacto «Mi futuro coche». El bocinazo de un conductor con poca paciencia le obliga a arrancar.

—¡Papá! —El rostro de Nessa se desencaja. Mira hacia delante y ve a un chico con cara de cervatillo asustado derribado a escasos milímetros del parachoques.

—¡Mierda!, pensé que estaba en verde. L-lo siento. —Se apea del vehículo a toda prisa y va en auxilio del peatón, ayudándolo a incorporarse. Al menos parece de una pieza, salvo por un pequeño desgarrón en los pantalones vaqueros.

—Lo siento, hijo, no te he visto. Si quieres, puedo...

—No es nada. —El muchacho intenta restarle importancia y se sacude la ropa, recogiendo los cascos de su iPod del suelo y guardándolos en la mochila—. Tranquilo, solo necesito llegar a clase. —Pese al susto que todavía lleva en el cuerpo, esboza una sonrisa al tembloroso hombre de afable rostro—. No era su intención.

Ramón suspira, visiblemente aliviado. Una denuncia sería la gota que colma el vaso, eso por no hablar del cargo de conciencia que acompañaría a un accidente de tráfico.

Insiste, eso sí, en acercarlo a su destino. El chico sube finalmente al viejo Kadett, mirando de soslayo a la copiloto.

—Dios mío, de verdad que lo siento —reitera sus disculpas, poniendo el coche en marcha.

—Tranquilo, no hay nada por lo que lamentarse. Estoy bien, o todo lo bien que puedo estar en mi primer día de instituto.

El padre de Nessa deja escapar una risa nerviosa.

—Mi nombre es Ramón y esta es mi hija Vanessa.

—Nessa —se apresura a corregir ella.

—Yo soy Isaac, y, por lo que veo, estamos llegando a mi destino —comenta señalando el instituto de ladrillo gris a un semáforo de distancia.

—No me digas que estudias allí. —La voz de Ramón suena extrañamente alegre.

—Sí, soy nuevo.

«Fantástico», piensa Nessa, que ya sabe cómo va a terminar la conversación.




Oh My Gothess (Primeros capítulos) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora