Capítulo 4

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Para ser las cinco de la mañana de un martes helado, y estar levantándome para ir a trabajar, estoy de buen humor. Me doy una ducha caliente y me visto con uno de mis trajes favoritos. Tiene olor a tintorería y a perfume importado. Los zapatos están lustrados e impecables, como todo lo que me rodea. Mi piso está en el centro de la ciudad de Bahía Blanca. Más de una persona me ha juzgado por tener el capital que tengo y no vivir en una casa gigante en algún sector privado, pero amo la altura y los ventanales de este piso. Disfruto, cuando estoy sobrepasado de todo, pararme contra el cristal y observar la ciudad bajo mis pies. La gente comienza a despertarse, al igual que las luces de sus ventanas. La ciudad no descansa nunca, lo he comprobado en mis noches de desvelo. El tráfico nunca disminuye, las luces nunca se apagan. Nos apagamos nosotros, cansados del albedrío del mundo. Tengo una taza grande de café en las manos y observo, con paciencia, como el mundo se mueve a mis pies, mientras yo me voy quedando estancado acá arriba, mientras mi vida se va deshaciendo en pedazos. Todo esto que hoy disfruto está por terminarse. Quizá mañana no me esté levantando para ir a trabajar, quizá este piso deje de ser mío, quizá mañana ya no tenga nada.

Qué rápido puede desvanecerse el buen humor ¿no? Uno solo necesita caer en cuenta, despertarse lo suficiente para saber que la realidad es una mierda. Yo solo necesito pensar un poco para saber o decidir en qué va a convertirse mi vida.

Cuando llego a la oficina tengo a un hombre sentado en mi escritorio. Me entra la impaciencia cuando me mira a los ojos y sonríe, pero no es una sonrisa de verdad, es una sonrisa soberbia, una sonrisa de quien no ha ganado una batalla, sino de quien lleva años ganando la guerra.

—¿Quién es usted, y por qué está sentado en mi escritorio?

—Buenos días, señor Enderson, me alaga su cortesía — dice y se pone en pie para estrechar mi mano — me temo que esta ya no es su oficina, ya es demasiado tarde — siento que me ahogo, que me falta el aire y lo recupero en una secuencia que no termina nunca. No así, no tan rápido. — Lo siento mucho.

Mentiroso.

—¿De qué está hablando?

—De que no hay nada que usted pueda vender para salvar las deudas de su padre. Esta compañía me pertenece desde hace años, su padre me debe más que un imperio. Firmando los documentos que aquí tengo podrá salvar la hipoteca de la casa de su madre y cobrar un cheque por una generosa suma. No quisiera dejarlo en la calle.

—Mi abogado — Ni siquiera puedo formular en palabras lo que pienso, estoy a punto de perder la compostura, o de desmallarme. — Voy a llamar a mi abogado.

—Por supuesto. Sabrá aconsejarlo con los pasos a seguir. Sepa que sus bienes son intocables. Tanto su auto y su departamento están a su nombre y por lo tanto al margen de hipoteca o deuda que me pueda cobrar, así que no está literalmente en la calle. Y no me mire con odio, todo esto se lo debe a su padre.

Para las dos de la tarde, estoy dando vueltas por la ciudad con un montón de papeles firmados por mi abogado, está todo perdido. Lo único que tengo es mi casa, mi auto, y un cheque con el que no me alcanza para nada. No tengo trabajo, no tengo a nadie con quien ir a llorar por esto. La idea de Estrella me da vueltas en la cabeza. Tengo suficiente como para levantar un corralón y pasar de ser el gerente general de una cadena de fábricas de materiales de construcción, al pobre tipo de atención al cliente que los venda. Puedo empezar de nuevo, me digo, pero la verdad es que no lo sé.

Lo único que me queda además de mi madre es Pablo. Pablo es mi mejor amigo, un Friki que conozco desde los doce años, y aunque somos completamente opuestos, nos entendemos. Yo trabajo y despilfarro dinero y el se queda en casa mirando películas o jugando videojuegos toda la noche. Tiene 35 años, trabaja en un call center en el que lo dirige todo, y creo que es virgen. Así y todo, parece más feliz que yo.

—Ian, viejo, hacía semanas que no te veía —Me palmea la espalda con fuerza, está bastante más gordo de la última vez que lo vi, sigue viviendo con su madre, y así y todo se ve bien.

—Soy pobre — es lo único que puedo decir, y claro que no tengo idea de lo que es la pobreza, sigo estando sobre la clase media, por ahora, pero he perdido todo y me siento así, sin nada, solo, deprimido y desprotegido. Es pobreza suficiente.

—¿De qué estás hablando?

La charla con explicaciones dura un par de horas, almorzamos papas fritas y hamburguesas, y la comida chatarra me hace sentir un poco mejor. Le cuento todo, desde lo que pasó con la empresa, mi padre, las deudas, hasta el asunto de la escuela en el que me metí.

—Si no tiene arreglo, quizá tendrías que relajarte un poco, descansar, olvidarte un poco de todo y después sí, empezar de nuevo. Tengo una serie de películas que no vi con documentales de... — entonces lo recuerdo, hay un evento al que estoy invitado. Sí, un martes. Hay un evento, ni siquiera recuerdo bien que es, pero va a haber gente importante, glamour, música. Todo lo que necesito.

—¿Me acompañas a un lugar? No iba a ir, pero tenes razón, necesito hacer algo.

—Depende de que lugar —dice encogiéndose de hombros.

—Es en el salón principal de un hotel en pleno centro, va gente importante, creo que es un desfile o algo que tiene que ver con la moda, no sé. Pero podemos ir, y así me voy despidiendo de todo este mundo. Posiblemente dentro de dos semenas no me alcance para ir a este tipo de fiestas.

—Justo el tipo de reuniones que me gustan —dice irónicamente, pero sé que no me va a fallar. Pablo nunca falla.

Para las nueve de la noche, estoy listo. Traje caro, reloj caro, perfume caro y auto caro. Soy la carrocería de una persona que ya no tiene nada. Pura imagen, pero adentro estoy vacío.

Casi Sin QuererWhere stories live. Discover now