Capítulo 8

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Faltaba una hora para que se celebrara la ceremonia, que se llevaría a cabo al atardecer. Laraine había querido protestar, de hecho, las palabras habían estado en la punta de su lengua, pero había tenido que contenerse. No podía empezar a contradecir abiertamente a su abuelo a horas de haber hecho aquel pacto con él. ¿De qué serviría su palabra si lo hacía?

Por eso, cuando ella estaba a punto de abandonar su alcoba, pidió que todos se retiraran y espero su venida. Sabía que él vendría. Por supuesto, Atherton no la decepcionó.

–Laraine –el anciano la miró con una media sonrisa, burlona–. Pensé que te encontraría lista para asistir a la ceremonia.

–Lo estoy –contestó, elevando la barbilla en actitud desafiante–. ¿Por qué? ¿Existe algún problema, abuelo?

–Oh no, solo que me extraña. Pensé que se trataba de una boda y no de una batalla. Pero, desde luego, no recordé que probablemente no tienes ni idea de lo que eso significa.

–Abuelo...

–Sí, sí, no te culpo. Hace años que no tienes un modelo femenino y por eso resultaste... así.

–Está muy cerca de insultarme, señor.

–¿Oh? ¿De verdad? –el anciano la miró. Ahora sí que sonreía completamente–. Nada más lejos de mi intención. Solo quería que honraras tu promesa.

–¿Tiene una petición en particular?

–De hecho, sí. Esta dejará de ser tu habitación.

–¿Disculpe? –¿desde cuándo su abuelo pensaba que podía ordenar en el castillo y su distribución? ¿Por qué quería hacerlo?

–Ya me escuchaste. Como sabía que escucharías razones, he hecho que preparen las antiguas habitaciones principales. ¿Las recuerdas? La alcoba de tu madre la ocuparás tú y la de tu padre será de tu esposo.

–Están comunicadas –musitó.

–Sí. Tendrán el salón de por medio, que como sabes está prácticamente vacío, pero ya será adecuado con algo.

–No.

–¿Laraine?

–No es correcto. No...

–Está hecho. Y es mejor que lo aceptes.

–El salón deberá quedarse como está.

–No tiene más que una alfombra, una silla y...

–No me importa. Abuelo, no tenía derecho de cambiar...

–Oh, pero sí que lo tengo. Serás la regente de Nox y creerás que es tu castillo, Laraine. Pero tú y yo sabemos que no es así. Nadie confía en ti. Sabes que no podrás manejarlo.

–¡Abuelo!

–Cuando estés lista para aceptarlo, te recibiré y ayudaré. Mientras tanto, cumple tu parte del convenio y ve a la ceremonia.

Él salió de la habitación antes de que Laraine pudiera pensar en una réplica, si es que había algo que decir. Una rendición. Eso era lo que quería su abuelo. Que ella le entregara Nox en una bandeja de plata. No lo haría. Podían odiarla, podían no creer en ella, pero aún tenía personas a las que quería proteger. Y no era importante porque, si ellos no creían, ella sí que lo hacía. Creía en sí misma y eso bastaba. Tenía que bastar.

Mientras se dirigía al altar con paso firme y portando su vestimenta con orgullo, ignoró los murmullos de las pocas personas que se habían congregado para la ceremonia. Los movía más la curiosidad que cualquier otra cosa, aunque sabía que no era ella el centro de atención. Qué mejor, porque ya se sentía lo suficientemente incómoda, así como estaba. No acostumbraba el escrutinio... o no aquel que conllevaba una ceremonia de bodas. ¿De regente? Sí. ¿De una guerrera? Sin duda. ¿De una bruja? Absolutamente. ¿De una mujer? No, aquello no.

Ser femenina, como bien había hecho notar su abuelo, no era algo que ella supiera manejar. No tenía la menor idea de lo que eso conllevaba y, cuando había querido saberlo, había hecho el mayor ridículo de su vida. Había sido tan idiota... y ahora eso no importaba. No estaba en esa boda para impresionar a nadie ni tenía por qué intentarlo. Se llevaría a cabo estuviera ella vistiendo un vaporoso vestido o una túnica con su cota de malla sobre ésta, como era el caso. Llegó junto a su futuro esposo y no lo miró.

O trató de no hacerlo. Ahora que había tomado un baño, lucía... mejor. Y peor.

Antes, cuando había llegado, no había importado que llevara una capa que lo ocultara, su faz estaba cubierta de polvo del viaje. Entonces, si bien había notado lo cansado que parecía, ahora podía observar también lo absolutamente etéreo que lucía. No solo era la palidez mortal de su joven rostro, sino la delgadez de su figura. Nadie debía lucir así. Al menos, nadie que estuviera... vivo.

Eso era. No se veía bien. ¿Habría salido recientemente de una enfermedad grave? ¿Estaría matándose de hambre para poder rehusar esa ceremonia? ¡Cielos! ¿Qué clase de pensamientos absurdos eran esos? Nadie sería tan mala elección como para...

Excepto una bruja. Bien podía él tener... miedo. O estar desesperado. O... no lo sabía. Cuando una persona creía no tener opción, o en efecto no la tenía, podía hacer las cosas más irracionales para lograr salir de ello.

¿Una herida de batalla, quizás? ¿Y, de todos modos, qué importaba?

Si él moría... ¿no sería una ventaja?

¡Oh, dioses! ¿Cómo podía estar pensando algo así? ¿En ese preciso lugar? ¡Le vendría bien que un rayo cayera del cielo en castigo ante semejante pensamiento!

No lo quería muerto. De hecho, no estaba segura de qué esperaba de él. O él de ella. Y, suponía que pronto tendría que averiguarlo, quisiera o no.

Cuatro MomentosWhere stories live. Discover now