La verdad

327 13 18
                                    

El teléfono sonaba y, unos segundos más tarde, vi cómo lo sacaba de su bolsillo trasero. Pude observar que, tras identificar que era yo quien llamaba, rápidamente colgó la llamada, y sin ningún remordimiento, volvió a guardar el móvil. Sentí una tristeza inmensa inundar mi corazón, pero también, una rabia descontrolada se apoderó de mí. Cuando quise reaccionar, ya me encontraba caminando hacia ella, impulsado por el enojo que me causaba ver cómo no le importaba en lo absoluto sacarme de su vida. Me daba igual si su padrastro estaba o no, no pensé en las posibles consecuencias, solo quería confrontarla. Necesitaba que me dijera de frente que ya no quería estar conmigo y por qué.

Al verme, pude notar sus intenciones de agarrar a su hermano y correr al interior de su casa, como presa que huye de un cazador. Sin embargo, por la distancia a la que este se encontraba, y la velocidad a la que me iba acercando, supo que no le daría tiempo, así que me esperó. Cabizbaja, como queriendo que se la tragase la tierra, me preguntó:

––¿Qué haces aquí?

¿De verdad me estaba haciendo esa pregunta? ¿Acaso lo que había hecho era para menos? Antes de responder, traté de calmarme. No podía dejarme llevar de la rabia que sentía en ese momento. No podía concebir la idea de que después de todo lo que habíamos vivido, quisiera hacerme a un lado como si no significara nada. Entonces le pregunté:

—¿Qué es lo que te pasa? ¿Qué fue lo que te hice? ¿Podrías explicarme a qué se debe tanta frialdad, tanta indiferencia?

—Jorge, no hagas esto más difícil, ya te lo dije; ya no quiero estar contigo, por favor olvídate de mí.

Después de decir esas palabras, se dispuso a marcharse. La tomé del brazo y la hice mirarme a los ojos. Entonces pude ver cómo los suyos estaban llenos de lágrimas que trataba de contener. Quería decirle algo, pero tenía un nudo en la garganta y, aunque lo intenté, la voz no me salía. La contraje contra mi pecho y la abracé. Sentí cómo se acomodaba entre mis brazos y escondía el rostro mojado en lágrimas mientras yo acariciaba su pelo. Fue un abrazo tierno, cargado de amor y melancolía, y lo supe, supe que era una despedida, pero me negaba a aceptarlo. En ese instante salió su padrastro y dirigió la vista hacia nosotros, pero al parecer, mi mirada desafiante le hizo entender que no era momento de meterse en nuestros asuntos. Se limitó a observar al niño quien continuaba jugando, y luego volvió a entrar sin emitir una sola palabra. No sé qué tiempo estuvimos abrazados, pero fue lo suficiente como para que mi ira se convirtiera en calma, y que por un momento sintiera que todo estaba bien, que nunca terminamos y que ese no era más que uno de los tantos momentos en los que nos costaba despedirnos.

Sin decir nada, nos separamos y ella se dirigió a su casa, llamó a su hermano y entró sin mirar atrás. Me marché con el corazón partido en dos, había comprobado que ella en verdad me había dejado. Sin embargo, también me marchaba con una pequeña luz de esperanza, sus ojos llenos de lágrimas y aquel emotivo abrazo, me hacían entender que aún me quería, que aún sentía algo por mí. Quizás solo está confundida y necesita un poco de espacio ––pensé. Quise hacerme el fuerte y duré cuatro días sin llamarla, sin enviarle un mensaje de texto, sin buscarla de ninguna manera.

La cuarta noche le escribí: "Buenas noches. Espero que estés bien. Hoy he estado pensando mucho en ti, me haces mucha falta". Durante toda la noche esperé respuesta, pero no recibí ninguna. Luego, dos días más tarde, le escribí una carta. Tenía la fe de que eso sí me lo respondería, quizás allí podría plasmar una explicación de lo que la hizo tomar su decisión, y cómo se sentía. ¿Quién no responde una carta de la misma manera? ––me pregunté, esperanzado.

Transcurrió una semana y tampoco pasó nada. Volví a mandar otra misiva, pero esta vez mis palabras eran un poco duras. Descargué toda la rabia que sentía: exigiéndole que me explicara, y recordándole las tantas veces que me dijo que me amaría por siempre. Pasaron más de dos semanas y tampoco recibí respuesta. Entonces entendí que ya tenía que resignarme, que tenía que aceptar que la había perdido.

Pasaron 6 meses y mi familia se mudó del barrio. De vez en cuando iba de visita y preguntaba por ella, pero jamás volvimos a hablar. Tuve que quedarme con las últimas palabras que escuché salir de sus labios: "...no hagas esto más difícil, ya te lo dije; ya no quiero estar contigo, por favor olvídate de mí".

––¿Entonces quieres decir que nunca supiste qué pasó?

—Te equívocas, sí lo supe. Ella nunca me lo dijo, pero sí, lo supe.

—¿Te dejó por otro?

––Ja, ja, ja, no. Hasta donde sé, el próximo novio que tuvo fue casi dos años después.

—¿Entonces cómo es que sabes qué fue lo que pasó?

—Tranquila, no te precipites, ya mismo te cuento.

Me llevó unos años darme cuenta. No es que durante ese tiempo me atormentaba saber qué pasó, pero era como una pequeña espina que siempre estaba ahí. No me causaba dolor ni desesperación, pero estaba ahí. De vez en cuando, la recordaba y me volvía a preguntar: ¿Por qué Susan me habrá dejado tan de repente?

Para entenderlo, tuve que pasar por una relación en la cual me tocó estar del otro lado de la cuerda y ser yo quien terminara con alguien que me amaba con todo su ser. Entendí que no fue "de repente", sino que al igual que yo en mi caso, ya ella llevaba tiempo analizándolo. Yo nunca me di cuenta, pero para cuando tomó la decisión, ya ella lo había pensado bastante.

Entendí que el amor no es eterno, que puedes amar a alguien con mucha intensidad, pero un día te levantas y el amor que sientes ha disminuido un poco. Al principio no lo notas, pero con el tiempo te das cuenta de que algunas de las cosas que disfrutaban juntos, ya para ti no es igual. Vas viendo que algunas cosas no son más que costumbre, y que esa persona ya no es "la persona perfecta".

Entendí que mientras yo seguía enamorado, ella se fue desenamorando, y no es porque yo la haya descuidado, es que simplemente hay personas que llegan a tu vida solo de paso. Por más que te aferres, por más que la cuides, cuando alguien no es para ti, no es para ti. Es como una cerradura, algunas llaves logran entrar, pero si no están diseñadas para abrir la puerta, por más bien que encajen, no la podrán abrir.

Entendí que las cosas que creí que debía cambiar, no eran más que mis defectos. Y, ¿qué es una persona sin defectos? Sin ellos dejaría de ser yo, y pasaría a ser alguien que se moldea solo para encajar en la vida de alguien más. Eso, a la larga, dejaría de ser, porque por más que queramos, no podemos cambiar lo que somos.

Quizás ella no actuó de la mejor manera, tal vez debió tratar de explicarme cómo se sentía, pero ¿qué más podría pedir de una adolescente sin experiencia? Al fin y al cabo, todo se iba a resumir en algo tan simple como lo que me dijo; "ya no quería estar conmigo".

—¿Entonces todo eso lo aprendiste de esa relación que tuviste?

—No, también me hizo falta conocerte a ti, Elizabeth. Contigo aprendí que quien es para ti debe aceptarte con tus defectos y virtudes. Que a tu vida llegan personas que te pueden volver loco, que transforman tu vida, pero cuando se trata de tu alma gemela, lo sabes. Sabes que esa persona es y será tu por siempre y para siempre.

Y esa es, Elizabeth; la historia de "mi primer amor". ¿Estás lista para contar la tuya?

Mi primer amorWhere stories live. Discover now