Capítulo 10

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Mi salvador se había parado sobre el angosto puente para que el coche no pudiese pasar. Nunca me habría imaginado que vendría a rescatarme. Él, Ned Thomas, estaba allí dispuesto a todo con tal de que no me llevasen a la prisión estatal.

Ned caminó lentamente rumbo al coche. No pude evitar sentir temor al ver que los policías salían con sus armas. Me aterraba la mera posibilidad de que le fueran a disparar.

—¡Arriba las manos! —gritó uno de los polis.

—¡Quieto o disparo! —amenazó el otro.

Comencé a patear la puerta de la patrulla, como si eso fuera a ayudarme en algo, como si pudiera llegar a abrirla cuando estaba claro que sería imposible. Aquella puerta estaba diseñada para soportar patadas mucho más fuertes que las mías.

De pronto comencé a oír disparos. Grité alarmada y golpeé la puerta con mayor insistencia. No quería ver lo que estaba sucediendo así que me cubrí los ojos, pensando que si no lo hacía mi vista se encontraría con el cadáver de Ned en la ruta, sobre un charco de sangre y lleno de agujeros desparramados por todo su cuerpo.

Escuché doce disparos y allí se terminaron. Cada oficial había vaciado su revólver por completo. "¿Por qué tantos disparos?", me pregunté. ¿Acaso con uno o dos no era suficiente?

Con pavor pero con firmeza, levanté mi vista luego de que pasaran unos largos segundos sin escuchar más nada. Me encontré con mi novio aún de pie, caminando hacia los oficiales, quienes lo miraban atónitos. ¿Y las balas? No podía creer que él aún estaba vivo; mi corazón rebozara de felicidad. Eso significaba que todavía había esperanzas y que me liberaría.

Miré lo que pasó a continuación con detenimiento. Los policías comenzaron a combatir cuerpo a cuerpo contra Ned, quien ágilmente luchó contra ellos y terminó dejándolos inconscientes al lado del camino. ¿Cómo lo había hecho? Aún no había sido iniciado como cazador. No podía creer que tuviera tanta destreza, seguramente se había estado entrenando desde hacía ya un largo tiempo. ¿Dónde había quedado el chico estudioso que no mataba ni una mosca?

Ned le quitó las llaves a los polis y abrió la puerta trasera, dejándome salir, con una sonrisa dibujada en sus labios.

Lo abracé con fuerza, como si no nos hubiéramos visto en años. El hecho de casi haberlo perdido hacía que tuviera ganas de abrazarlo y nunca dejarlo ir. Nos dimos un largo beso y luego Ned me soltó.

—¿Cómo has hecho eso? —pregunté, sin dejar de sonar sorprendida.

—Ya te lo explicaré —dijo, mientras sacaba mi bolso de la parte trasera del auto y me lo daba. Luego, caminó hacia uno de los policías, lo tomó de los pies y comenzó a arrastrarlo hacia el coche.

—¿Qué harás con él? —quise saber.

—Los encerraré a ambos atrás, luego ocultaré el carro. Eso nos dará tiempo para huir. No queremos que nadie nos persiga.

—De acuerdo —asentí.

Rápidamente, y con muy poco esfuerzo, Ned metió a ambos oficiales en el coche y me indicó que me sentase en el asiento del acompañante, mientras él se subía al del conductor.

—¿Adónde los vamos a llevar? —pregunté.

—Los dejaré en el medio del bosque. Cuando despierten no podrán salir y a más tardar mañana por la mañana los encontrarán. No les sucederá nada malo.

Ned condujo el coche unos metros pasando el puente, y luego se internó en el bosque, por un sendero que parecía poco transitado. Luego de un par de kilómetros se detuvo.

Tú, Mi Pesadilla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora