Capitulo II.

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Vamos juntos hacia el departamento, jugueteamos en el viento como dos pequeños, apreciamos el entorno brillante de la ciudad, el sonoro movimiento de los autos, nuestro camino termina y aquí estamos frente a la puerta, al fin en casa.

Busco en mis bolsillos la llavecita, esa pequeña que se oculta siempre en el fondo, escarbo hasta que por fin mis dedos palpan su figura, la tomo para finalmente, luego de un día agotador poder descansar, ella atraviesa la puerta deslumbrandome con su aleteo carmesí invitándome a seguirla, paso el marco de la puerta cuando repentinamente un sentir policial me indica a leer una vez más los archivos. Antes de cualquier actividad ayudo a Sofi con sus tareas, tercer grado, extraño tercer grado cuando era un pequeño sin obligación alguna, tareas simples, textos cortos, realmente lo extraño mas no desprecio mi vida actual.

Al finalizar sus deberes me propongo a preparar la cena ¿qué será hoy?, tal vez una tortilla de huevos, es simple y deliciosa, me acerco a la cocina con mi ayudante favorita.

—¿Cuál será la labor de esta noche comandante? –Pronuncia mi pequeña con entusiasmo–

—¡Atención!, señorita necesito que para la misión de hoy traiga ojo a esto: cuatro huevos, un tenedor, el salero, voltea huevos y papas de paquete –Le contesto siguiendo nuestro juego de cocina–

Nuevamente veo ese aleteo sutil, sus alas ya no son rojas, en esta ocasión el violeta acompaña su volar, la observo sintiendo gran calidez en mi pecho cuando esta sale de mi vista me concentro nuevamente en la misión, pongo la sarten con un poco de mantequilla a derretir, la veo esparcirse por toda la superficie a fuego bajo y es aquí donde llega mi ayudante. Quiebro los huevos con cuidado, todo en un pequeño plato, seguido a esto la sal ella es muy importante pero en esta ocasión no utilizaremos demasiada ya que aquí está el toque secreto papas de paquete, Sofi  me ayuda a triturarlas en pequeños trozos para ponerlas en nuestra mezcla especial. Luego de unos minutos de espera la cena está lista, nos sentamos a la mesa pudiendo disfrutar nuestro alimento, esta es de las ultimas acciones del día, retiro los platos para finalmente ir con Sofi al lavabo, lavamos nuestros rostros y luego cepillamos nuestros dientes, no me gusta la crema que mi pequeña utiliza es muy dulce pero aun así le hace feliz, con dientes blancos y el estomago lleno es hora de dormir.

Mi niña se acuesta a sabiendas de la rutina que manejamos, voy con ella para poner las cobijas sobre ella, leemos un poco su cuento favorito del momento, hoy toca el principito, luego acomoda sus peluches a los pies de la cama a ellos debo cobijarlos también de no ser así ella no dormirá. Apago la bombilla y enciendo la cajita de luz que le obsequio su madre años atrás, cierro la puerta dejando siempre una abertura para poder ver que todo esté bien, camino a mi recamara con la intensión de recostarme mi cuerpo está agotado, pero mi mente me golpea con un recuerdo, si, ese presentimiento a la entrada. Mi escritorio está ansioso brindándome la mano, me llama a susurros desde su posición, no, no, no, no quiero, estoy cansado y sé que mañana en la oficina podré leer por horas lo que está guardado en el papel entonces sin reparo decido dormir.

Despierto dando un brinco luego de mi pesadilla, un sueño despreciable que rondó en mi psiquis toda la noche: Camino, no sé que sucede, pero solo sigo adelante, el entorno está lleno de neblina fría, hay flores, veo muchas flores de colores bañadas en la neblina, las frágiles mariposas de cristal juegan entre las amapolas, unas cuantas están en las begonias, saltan y se divierten atrayendo un espectáculo bañado de colores vivos que logran desaparecer las sombras, pero allí sobre una rosa puedo ver a la pequeña que vuela siempre por mi casa... llega un hombre, mi cuerpo se paraliza ¿Qué hace? veo como las toma en sus inmensas manos, atrapándolas, robando sus alas, mi colorida está ahí sola, no puedo hacer nada solo ver su dolor y en ese momento me despierto asustado, corro a la alcoba de Sofi y la abrazo. 

Después de tan mala noche, desayunamos para  una vez más llevar a mi pequeña al colegio, me abraza curiosamente fuerte, como si nunca más fuera a verme, me despido de ella y marcho al trabajo, la cíclica escena se repite en mi mente una y otra vez, lo único que logra mi exilio de esa imagen es el sonar de un carro advirtiéndome el peligro de la concurrida calle, levanto mis ojos, primero hacia la derecha luego a la izquierda para así llegar a mi trabajo, paso la recepción y subo a mi oficina, tal vez hoy sea el gran día, mi gran día para descubrir el final de este caso, deseo así sea, ya estoy harto, la impotencia rasguña mi mente, tan solo anhelo todo acabe, este mundo, este horrible mundo, deseo convertirlo en el mejor lugar para Sofi, pienso esto mientras me acomodo en mi silla listo para todo lo que el día me dé.

La fragilidad de las mariposas.Where stories live. Discover now