Capítulo 3: Ondulaciones y Detonaciones

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Cada bramido de la bestia encogía el corazón de Elynor, que observaba impotente cómo la masa de cadáveres se seguía agolpando contra los escudos de los Guardias Alados. Y peor aún, cómo la enorme bestia podrida avanzaba a pasos cada vez más rápidos hacia Lis y Bern.

La chica miró a su alrededor buscando algo que poder usar. Cualquier cosa. Una botella. Una piedra. Algo. No iba a quedarse de brazos cruzados mientras ese ser mataba a sus amigos.

Con una bocanada profunda de aire, Elynor cogió un trozo de madera de barril que se había soltado. No había luchado en su vida y mucho menos contra no muertos. Pero siempre hay una primera vez, ¿no? Haciendo acopio de todo su coraje, dio un paso hacia adelante; solo para ser detenida por una mano en su espalda y un siseo.

Sobresaltada, Elynor gritó y lanzó un golpe inconsciente hacia la mano. Sin embargo, el trozo de madera no llegaría a impactar contra su objetivo, saltando en pedazos antes siquiera de acercarse a esa cara que la observaba desde detrás. La figura desconocida habló con una voz femenina que a Elynor le sonó entre melodiosa y juguetona:

— Estoy segura al 95% de que ibas a lanzarte contra un juggernaut con un trozo de madera de barril, y no se si eso te hace calificar como estúpidamente valiente o como valientemente estúpida.

La mujer se enderezó, poniéndose de pie con una mirada de entretenimiento. Iba vestida completamente de negro salvo por una estrella plateada bordada en la pechera de cuero. Elynor exhaló y se disculpó.



­— Di..disculpe. Pensaba que era una de esas cosas de ahí. Necesito ayudar a mi amiga Lisbeth. Está allí peleando. Y la criatura se está acercando. Y están indefensos por culpa de la marea de cadáveres. Y...

Elynor empezó a hablar tan rápido que se atropellaba a sí misma al hablar. La mujer de negro la interrumpió con una risita divertida.

— Relátate chica, ya nos tienes aquí. No creo que Juárez tarde mucho en entrar en escena.

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Le estaba empezando a doler el brazo bastante. El mangual era relativamente ligero, pero las cabezas de las malditas criaturas no. Y cada golpe hacía que le vibrase la mano de forma muy desagradable. Bern seguía cortando cabezas alegremente, como si la situación no fuese una jodienda de primera categoría. Pero Lisbeth podía verlo mirar de reojo a la enorme mole que se acercaba.

Con un revés, mandó a otro cadáver al suelo. Y entonces, lo que estaba temiendo sucedió. La criatura se inclinó hacia el escuadrón de guardias y comenzó a cargar.

Con un escalofrío generalizado de miedo, los guardias gritaron la retirada e intentaron retroceder hacia las callejas. Pero la parte trasera del batallón estaba siendo atacada por cadáveres también.

La criatura se acercaba. 15 metros...10 metros... 5 metros... Lisbeth cerró los ojos esperando el impacto. Un impacto que no llegó.

Un extraño y casi imperceptible zumbido llenó la plaza y la criatura se detuvo en seco. Intentaba moverse y seguir cargando, pero el aire a su alrededor se ondulaba de una manera muy extraña, y los esfuerzos de la criatura de pronto parecían vanos. Bern ladeó un poco la cabeza.

— ¿En serio? ¿Nos pone a todos pensando que nos va a reventar y ahora le da un parraque?

Una detonación sonó en el aire... Y luego otra. Y otra. Lisbeth buscó el origen del sonido, y allí le vio. Era el hombre que había llegado esa misma mañana. El inquisidor, que estaba encaramado en uno de los tejados. Sostenía un artefacto extraño, hecho parcialmente de madera con un tubo de metal en el extremo, del que procedían las detonaciones. Y parecía ser bastante efectivo, pues a cada detonación, dos o tres cadáveres caían al suelo atravesados por alguna clase de proyectil que Lisbeth no alcanzaba a ver.

Los Guardias Alados dieron un bramido de desafío y comenzaron a avanzar lentamente, matando reanimados con renovadas energías tras la aparición del inquisidor.


Lisbeth suspiró y aprovechó ese segundo de respiro para buscar a Elynor con la mirada. No tardó en localizarla bajo uno de los parapetos. Y parecía estar acompañada. Otra mujer vestida de negro estaba de pie a su lado sosteniendo un cañón enorme en sus manos. Un cañón que estaba apuntando directamente al juggernaut.

— Así que eso era — Pensó Lisbeth para sí. —

Acercándose a Bern, Lisbeth retomó el noble arte de machacar cabezas. El aire alrededor de la enorme mole se hacía cada vez más ondulante. Parecía que la mujer estaba aplastando a la criatura en el mismo sitio donde la había detenido. ¿Qué clase de magia o milagro era ese?

Unos 15 minutos pasaron y la batalla tocó a su fin. Entre los estampidos del arma del inquisidor y los motivados lanzazos de los guardias, la masa de cadáveres había caído poco a poco. El juggernaut había sido aplastado lentamente en su sitio hasta que había llegado el momento en que, con un sonido extremadamente desagradable, había explotado en una ola de vísceras medio podridas. Una experiencia de todo menos agradable, pensó Lisbeth.

En el momento en que los soldados comenzaron a clamar victoria, salió a correr a toda velocidad hacia Elynor y la atrapó en un abrazo, con un suspiro de cansancio.

— Perdón por dejarte aquí, Ely. La cosa se nos ha ido un poquito de las manos.

Elynor río y la abrazó de vuelta, suspirando de alivio.

— No vuelvas a hacer una tontería de ese calado, ¿me oyes? Me tenías muerta de miedo. Si no llega a ser por ella, seríais pasto de los reanimados.

Elynor señaló a la mujer que tenía al lado, la cual se había sentado con las piernas cruzadas en el suelo y las observaba con una expresión divertida mientras limpiaba el extraño cañón con un pañuelo. Lisbeth la miró e hizo una ligera reverencia.

— Tiene mi más sincero agradecimiento, señora inquisidora. Si no hubiese sido por usted y su compañero, probablemente estaríamos muertos.

La mujer se puso de pie de un salto y la miró con el ceño fruncido.

— ¿Señora? ¿Tan mayor te parezco?

El comentario cogió por sorpresa a Lisbeth, que empezó inmediatamente a buscar entre un catálogo de mil maneras para pedirle perdón. Pero la mujer, al ver su expresión, dio una carcajada y le sonrió.

— Tranquila chica, es una broma. Tú debes de ser Lisbeth, ¿no? La señorita Elynor no ha parado de hablar de usted durante toda la batalla.

La mujer se acercó y le tendió la mano amistosamente. Lisbeth se la estrechó decididamente.

— Así es. Yo soy Lisbeth, herrera de Túmulo del Nigromante. Un placer, ¿señorita...?

Con una floritura, la inquisidora se echó su cañón a la espalda y se cuadró ante Lisbeth en un saludo militar que dejaba entrever un ligero deje burlón.

— Inquisidora de tercer rango, Ymariell. A su servicio y al de la ciudadanía. Y hablando de la ciudadanía... Si no le importa, avise a su amigo enano de allí y acompáñenme por favor. Mi compañero y yo tenemos unas cuantas preguntas que hacerles.

La mujer sonrió encantadoramente, pero un escalofrío recorrió las espaldas de Lisbeth y Elynor. Nunca es buena señal que un inquisidor quiera interrogarte. 

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⏰ Last updated: Mar 18, 2020 ⏰

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