Prólogo: Cuerno de Vigía

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Amanecía. Si es que a eso se le podía llamar amanecer. Hacía años que Lisbeth no veía el sol en un cielo despejado. Con un gruñido, la mujer se levantó de la silla en la que llevaba ya una hora sentada, emplumando flechas para la guardia. Una neblina verdosa cubría el cielo como un manto de enfermedad, y por más que el sol subiese, los rayos nunca llegaban a atravesarla del todo, dando a la ciudad un aspecto velado y tétrico.

Aún estaban dentro de las fronteras del Reino, pero eso da exactamente igual cuando estás en cuarentena. Y Túmulo llevaba en cuarentena algo así como 40 años.

Con el saco de flechas cargado a la espalda, Lisbeth echó a caminar, sumida en sus cavilaciones y su mal humor general. La capital había enviado un destacamento de Guardias Alados no hacía más de una semana atrás, y los muy payasos se habían apostado en los barracones como si la ciudad fuese suya. Pocas cosas había que molestasen más a Lisbeth que un cretino capitalino. Con sus aires de grandeza y su porte nobiliario...

Con un escupitajo, llamó la atención de uno de los centinelas:

— Aquí tenéis. Vuestro saco de flechas. He contado un total de doscientos proyectiles emplumados, por lo que el total asciende a cien ydrales. Y decidle a vuestro jefe que si quiere que la forja siga funcionando, más le vale pagar ya. No somos la caridad. Y en Túmulo el trabajo se cobra.

Uno de los soldados la miró con desdén y se acercó, recogiendo el pesado saco.

— Cobraréis cuando nosotros digamos que cobréis, mujer. Y ahora largo. Esta zona está fuera de límites para los civiles.

Con un paso decidido, Lisbeth se adelantó, arrebatándole la bolsa de la mano. Mala idea. En menos de dos segundos, dos lanzas apuntaban hacia su cuello. Una gota de sudor se deslizó por su frente, pero con el orgullo ardiente, se mantuvo firme y desafiante. El soldado habló de nuevo:

— No sé si los tienes muy bien puestos o si eres imbécil, pero te recomiendo no tocarnos las narices. Somos la Guardia Alada, presentes a voluntad del Rey Aeternus y del Consejo de Lores. Así que, en nombre del Rey, te ordeno que me entregues la bolsa de flechas. La desobediencia será penada con encarcelamiento.

El soldado soltó su retahíla intentando transmitir un aire de nobleza y autoridad. Sin embargo, el desdén y el desprecio de sus ojos y su media sonrisa hablaban de todo lo contrario. Lisbeth tuvo que reprimir una oleada de rabia mientras le tiraba la bolsa, dándose la vuelta.

— Más os vale que paguéis o empezaremos a subir el cobro por intereses de impago.

Con las risitas taimadas de los soldados a sus espaldas, Lisbeth puso rumbo a la forja de nuevo. No merecía la pena enfrentarse a ellos. Le gustase o no, seguían siendo guardias reales. Pero bueno. Aún quedaba mañana por delante. Y Bern debería estar encendiendo la forja a estas alturas. El mozo de establos había pedido una nueva remesa de clavos y herraduras, y el hijo del señor de Túmulo había comisionado una nueva empuñadura para su florete...

— Eeeeh! Liiis!

Una vocecita la sacó de sus cavilaciones y mientras se giraba, una sonrisa apareció en su cara. Una joven se dirigía corriendo hacia ella, con su largo pelo negro ondeando tras de sí.

— Elynor. Me preguntaba cuando volvería a verte. Estaba empezando a echarte d...

No pudo terminar la frase antes de recibir un placaje que le cortó la respiración. Con un gritito de sorpresa, las dos cayeron al suelo y empezaron a reír.

— Pues aquí me tienes. ¡Acabamos de llegar de Navalurga! Padre dice que nos quedaremos una temporada para reabastecer los almacenes de la ciudad. ¡Y eso significa que podremos vernos todos los días! Y....y...

Lisbeth se ruborizó un poco mientras reía, ayudando a Elynor a levantarse:

— ­ Relájate entonces, chica. Tenemos mucho tiempo para hablar y pasar juntas entonces. ¿Me acompañas? Iba de camino a ver a Bern en la forja.

Elynor asintió con cara risueña y comenzó a caminar al lado de Lisbeth. La forja no quedaba muy lejos, pero había que atravesar la plaza principal hasta llegar. Elynor parecía muy emocionada, contándole su viaje hacia Navalurga mientras Lisbeth asentía. No sabía muy bien por qué, pero la inocencia y la pura energía y entusiasmo de esta chica siempre le habían encantado. La conversación, sin embargo, no duraría mucho, interrumpida repentinamente por un sonido que no presagiaba nada bueno. El cuerno de vigía.

— ¿No es ese el cuerno de la empalizada?

Elynor la miró con una chispa de preocupación en la mirada. Lisbeth asintió y la tomó de la mano, dirigiéndose hacia los muros. Los andamios de madera permitían patrullar la empalizada desde lo alto, y Lisbeth aprovechó para trepar por una de las escalerillas que daban acceso a las torres de guardia. ¿Quién podría ser? ¿Más guardias? Elynor trepó detrás de ella y ambas se asomaron.

Un jinete solitario se aproximaba a las puertas a gran velocidad, montando un caballo de color pálido. Vestía un largo abrigo negro, un pañuelo que ocultaba su rostro y un sombrero extraño. Pero lo más raro es que no venía de la dirección de Cabalath. Venía de los Baldíos. Lisbeth suspiró y negó con la cabeza.

— Es raro ver a alguien acercarse desde los Baldíos. Desde la plaga, el gobierno de la ciudad ha negado siempre la entrada a nadie que viniese de esa dirección.

Elynor ladeó un poco la cabeza:

— Tengo curiosidad. ¿Vamos a ver?

Lisbeth se encogió de hombros y la siguió, bajando de nuevo a nivel de calle y dirigiéndose hacia la plaza. Las puertas de madera crujieron a medida que se abrían, y el jinete irrumpió en la plaza, deteniéndose y bajando de su montura. Una pequeña multitud de curiosos se aglomeraba para contemplar al extraño.

Era más alto de lo que había parecido desde la empalizada, y al incorporarse, Lisbeth pudo apreciar algo que hizo que se le formase un nudo en el estómago. Bordado en su pecho había una estrella negra. Y eso solo podía simbolizar una cosa...

¿Por qué había un inquisidor en Túmulo del Nigromante?

Codex YdraleaWhere stories live. Discover now