Capítulo 2: Nadayrian de Tora.

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Surcando los cielos del Este y atravesando la región de Molivea, llegamos a una comarca de entrañables y trabajadores faunos de pelaje cobrizo y sonrisa radiante cuya única preocupación consistía en preparar sus guisos anuales que darían a degustar al resto de regiones en la reunión de verano que se veía próxima a celebrar.

Un risueño halcón sobrevolaba aquella mañana los campos de Rhidarion a muchos pies de distancia de cualquier cabeza curiosa y, sin hacer ruido, se posó en una fina rama del sauce que descansaba cabizbajo sobre los terrenos de los Tora, una familia peculiar entre los peculiares y tan entregados al trabajo que jamás se habían parado a pensar en otra vida, pues para ellos, aquella era suficiente.

En el regazo de aquella ejemplar familia, había nacido hacía no muchos siglos un fauno de ojos caramelo y pelaje castaño con una mancha blanca en la parte interna de una de sus patas que muchos predijeron como una bendición.

Y ahora, mientras el halcón observaba, el pequeño fauno, quien casi había alcanzado la edad adulta, preparaba su cesta de mimbre para ir en busca de los frutos que debía recoger aquella mañana.

Nadayrian de Tora paseaba nerviosa sobre la madera del suelo de su salón mientras su madre aparecía desde la cocina con un suéter amarillo entre las manos.

-¿Te gusta?

Kinguer, un fauno de largas trenzas negras que colgaban sobre su espalda y de pelaje grisáceo ya por los años aún conservaba la mirada maternal propia de una madre que ha vivido toda su vida con el sueño de crear una gran familia, frustrado por la pérdida de un marido de forma prematura y la incapacidad emocional para volver a enamorarse.

Nadayrian miraba a su madre como quien miraba el sol tras una larga temporada de tormentas, pues veía en ella a una auténtica guerrera.

Estiró los brazos para recoger el suéter que su madre acababa de terminar de bordar.

Lo observó detenidamente. No era un suéter peculiar ni muy detallado. Simple lana amarilla formando una prenda de cuello alto.

-Es genial, mamá.-respondió la muchacha, quien, en menos de lo que dura un parpadeo, se pasó el suéter por la cabeza, evitando enganchar sus pequeños cuernos en él.

Kinguer era conocida en la comarca por vender y crear ropa con lana y algodón que ella misma cultivaba y recogía, por lo que Nadayrian solía vestir suéters de aquel tipo, pero cada uno parecía haber sido creado con el mismo cariño que el anterior.

La joven abrió la puerta con forma de arco de la entrada y, bañada por los rayos del sol, giró la cabeza para despedirse de su madre antes de salir.

El halcón observó a la pequeña fauno desde las alturas del sauce, en silencio mientras ella bajaba por el camino de tierra que llegaba al viejo manzano de los terrenos de los Tora, un manzano que fue plantado cuando se formaron las primeras familias de la comarca de Rhidarion.

A varios metros de aquel anciano árbol, el arroyo de Molivea corría tranquilo. Era un arroyo de poca anchura, pero que atravesaba la región sin descanso hasta el Gran Árbol del Culto, el lugar donde vivían los ancianos y que podía verse desde cualquier punto del lugar, tal era su altura.

Nadayrian dejó que su vista se perdiera más allá de las ramas del manzano y atravesara las ruinas de la vieja torre de Molivea hasta llegar al gran tronco que se alzaba a lo lejos.

Los faunos jóvenes tenían prohibido ir al Árbol del Culto, pues se decía que era un lugar tan sagrado que se debía tener la edad necesaria y la madurez para entrar allí, cosa que Nadayrian soñaba con hacer algún día, pero que el tamaño de sus cuernos no parecía dispuesto a facilitar, pues seguían teniendo el tamaño de un fauno de corta edad.

Nadayrian de ToraWhere stories live. Discover now