Capítulo XXVI - Cautivo

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Cuando abrió los ojos se encontró en una habitación extrañamente lujosa, sin ataduras de ningún tipo, ni en manos ni piernas, y sin un amordaza que acallase sus gritos de auxilio.

Se incorporó en el mullido colchón mientras miraba alrededor. Paredes blancas con una ventana con barrotes decorativos por el exterior. Un techo levemente abovedado y un suelo de parqué. A su derecha había un escritorio lleno de papeles, lápices, manuales de todo tipo y unos auriculares de estudiante que aislaban el sonido.

Mirando al frente un armario de madera natural, con simples tallas en las esquinas y la puerta de la izquierda abierta por alguna razón, dejando ver el interior totalmente vacío.

Se mira a sí mismo. No llevaba calcetines, pantalones o camiseta, pero sí que conservaba los calzoncillos, lo cual le hacía sentirse extrañamente reconfortado. Bajó por uno de los lados de la cama y puso los pies en una alfombra de pelo sintético, suave como un animal que te da calor al abrazarlo.

Al ponerse en pie y caminar fuera de la alfombra sintió el frío suelo de madera bajo sus pies desnudos y empezó a caminar, adolorido.

Oía ruidos en la casa, así que decidió acercarse a la puerta e intentar abrirla. Era obvio que lo habían secuestrado, pero no era la clase de secuestro que habían recibido el resto de víctimas. No lo habían atado. No lo habían amordazado. No le estaban haciendo mal. En cambio, los informes forenses demostraron que, los que habían estado retenidos por alguna razón, habían estado atados y amordazados de alguna forma en algún momento.

Agarró la gélida manilla y la giró esperando que la puerta estuviese abierta, aunque sin muchas esperanzas de ello. Eso hizo que se sorprendiese cuando la puerta se abrió suavemente, pero con un fuerte chirrido. La alegría de la libertad quedó solapada por el terror de que, quien sea que le hubiese secuestrado, hubiese escuchado el ruido y fuese a ir a atarlo a algún lado para matarlo tranquilamente, pero eso no sucedió.

Salió al pasillo y notó un olor a comida calentándose a fuego lento. Eso implicaba una persona cerca. Caminó siguiendo el olor a comida, bajando al piso inferior y llegando a la cocina.

Se quedó de piedra al ver quien estaba cocinando en la vitrocerámica cuando llegó. Se sintió estúpido por un momento, por haber pensado que la persona que tenía antes sus ojos era buena, que quería, tal vez no lo mejor, pero si algo bueno para el. Sintió la confianza que había puesto en él hacerse añicos, endureciéndose su pecho para no dejar salir sentimientos, para actuar en la situación en la que se encontraba... Le habían enseñado a tratar con delincuentes, por lo que sabía como actuar, pero... No se sentía capaz de tratar como a un delincuente a alguien con quien había compartido momentos de su vida... No estaba listo para usar lo que le habían enseñado como "procedimiento de negociación" con alguien a quien le tenía cariño y afecto.

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Tengo algo para cuando esta novela termine. Tras la publicación del epílogo, manteniendo las fechas de publicación (Martes y viernes), habrá una sorpresa. No creo que sea de interés para mucha gente, pero a los que os gusta lo que escribo seguramente os guste también.

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Andrea Marauri

Sangre bajo la pielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora