Capítulo VI - Paz nazi

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Alicia no dejó que un contratiempo así parase su ritmo de vida. Si, era cierto, podía morir, pero también era cierto que, si paraba todos los planes que tenía para hacer, mucha más gente morirá.

Tras las clases cogió el autobús 5 para ir al bulevar, descansando los 20 minutos que duraba el viaje sentada en las incómodas sillas. Se arrepentía de no haber cogido su bici esa mañana, habría sido más barato y menos contaminante haber ido en bici en vez de en autobús.

Cuando bajó se fue directamente hacia el río y luego giró a la izquierda, buscando el portal en el que se encontraba la Fundación Adsis, en la que hacía voluntariado.

Entró y tuvo una charla formal con la secretaria, no se llevaban demasiado bien, pero se respetaban la una a la otra.

Cuando se presentó ante su jefa esta le dió una dirección y una mochila con las cosas que tenía que llevar. El sitio le quedaba al lado, 10 minutos andando de paseo, así que se puso la mochila y, tras despedirse, salió del edificio.

El camino hasta Alderdi Eder era recto, así que se dedicó a leer la primera hoja que tenía que llenar de firmas. La recogida de firmas era una de las cosas que más nerviosa le ponían. Les ponían unos mínimos muy altos para que aceptasen las propuestas, sobre todo si implican que el gobierno invirtiera tiempo o dinero.

Cuando llegó al puesto de la fundación relevó a su compañero y se alejó unos pasos del puesto, para estar atenta de quien se acercase por curiosidad o con peores intenciones, pero aun así poder recoger firmas.

Era casi primera hora de la tarde, siquiera podía decirse que había comenzado la tarde, así que la gente que pasaba era mínima o inexistente.

Aburrida de esperar por alguien volvió al puesto, ya saldría cuando la gente empezase a moverse.

Tras unos minutos en los que estuvo leyendo algunos de los apuntes que había tomado ese día algo le hizo sombra. Antes de poder mirar lo que era un golpe en la encimera del puesto, como si alguien hubiese caído con todo el cuerpo, y otro en el suelo la hicieron levantarse de golpe.

Cuando salió del puesto para mirar qué había pasado, vio una figura humana tirada en el suelo. No podía reconocer si era un hombre, una mujer, alguien más joven...

Cuando se agachó para tomarle el pulso y ver si estaba consciente empezó a sacar el móvil para llamar a emergencias. En el mismo momento en el que la tecla del uno hizo ruido al sonar la figura se movió rápidamente, levantándose e inyectándole algo en el cuello.

La figura se levantó colocándose la capucha y, cogiendo una de las sillas de ruedas que tenían en exposición en el propio puesto, sentó a su próxima víctima en ella y se la llevó hacia su cámara de tortura.

De camino, imaginó la cara de frustración de Ibai al no poder hacer nada en la investigación. Sabiendo que podría encontrar pruebas útiles pero que no podía hacerlo, sabiendo que tendría que destruir cualquier prueba que encontrasen en este asesinato en particular.

Según se alejaba del lugar empezó a pensar demasiado en Ibai, sabiendo que la tortura y el castigo de Alicia tendrían que esperar por su excitación momentánea.

Según se alejaba del lugar empezó a pensar demasiado en Ibai, sabiendo que la tortura y el castigo de Alicia tendrían que esperar por su excitación momentánea

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