Crush | ✓

I

Creía que no te volvería a ver. O, al menos, lo deseaba. Pero, después de dos años, hoy ha sido el día en el que te he visto entrar a la cafetería de la universidad.

Estaba comiéndome un bollo bastante seco y casi me atraganto cuando me he dado cuenta de que eras tú. Aunque, si soy sincero, no me ha costado mucho reconocerte. ¿Asimilar que estabas allí? Esa ya es otra historia.

Ibas con la barbilla ligeramente alzada, caminando de esa forma tan tuya que derrocha seguridad. Tu pelo se veía más corto y más claro, casi como si te lo hubieras decolorado. Tus ojos, en cambio, seguían siendo del mismo color que los días de tormenta. Entre azules y grises. ¿Has crecido? ¿Estás más delgada? No sé, posiblemente la respuesta sea sí. Ya no tienes dieciséis años, eso está claro.

Para mi sorpresa, ibas sola. No estabas rodeada de gente, como en el instituto. Por aquel entonces eras bastante popular. Ahora no sé cómo te irá, pero parecías ignorar a todo el mundo e ir con mucha prisa.

Evidentemente, ni me has mirado. No me ha dolido. Estoy más que acostumbrado. Me he pasado toda mi vida sin que sepas de mi existencia. O, más bien, sin que esta suponga algo para ti.

Otra vez tú.

No he podido dejar de pensar en ti desde esta mañana. Sin ánimo de ofender, esperaba no volver a verte nunca más. Lo necesitaba. Fuiste (eres) mi crush. Y no es tan bonito como lo pintan.

Cuando empecé la universidad creía que podría deshacerme de ti, de sentir algo no correspondido. Que pasaría un tiempo sin verte, que te olvidaría. Y que cuando fuera tu turno de escoger universidad, te irías muy lejos. A un lugar donde apreciaran tu mente privilegiada y tu forma de ser, demasiado para este sitio de mierda.

Como de costumbre, estaba equivocado.

Con tan solo mirarte de reojo he vuelto a sentir todo lo que sentía en el instituto. O tal vez lo he recordado. No he prestado atención a lo que me decían y apenas he comido. Solo podía concentrarme en mis nervios y esa... No sé. Emoción.

Es una auténtica mierda.

No quiero que pienses en mí como un admirador. Porque no lo soy. No soy una buena persona. No pretendo enamorarte. ¿Qué hago escribiéndote una carta, entonces? Solo quiero desintoxicarme, contarte las razones por las que me vuelves loco. Y las razones por las que, en cierto modo, te odio.

Prepárate, Dafne.