(Capitulo 3)

74.5K 3.9K 988
                                    


Lo primero que sucedió fue que me desperté abruptamente en mi habitación, con la frente sudada y los latidos acelerados.

Pero aliviada de que todo solo había sido una horrible pesadilla que me pareció bastante real, bueno… al menos la gran mayoría.

Porque de solo pensar en ese joven de ojos verdes y cabello castaño hace que me sienta rara y a la vez decepcionada de que no fuese real.

Miro la hora en el reloj de pared.

7:50 am.

Bostezó, y me levanto de la cama teniendo extrañamente muchísimas energías.

Voy al baño y me observó en el espejo, puntualmente el cuello que no tiene rastros de ninguna marca, eso me dio cierto alivió, porque reconfirma que solo fue una pesadilla.

Pero de solo recordar al Desterrado clavándome los dientes y el dolor que me produjo, hace que desee olvidarlo todo.

Después de bañarme y ponerme ropa abrigada, ya que el clima de hoy es bastante fresco, decido ir directo a la cocina porque mí estómago ruge de hambre.

Pero me detengo cuando la puerta se habré de golpe, dejando ver a un Sebastián lleno de preocupación, con el cabello despeinado y los ojos rojos de haber llorado.

Me miró desde su lugar como si no pudiera creer que estuviera de pie frente a él, en un momento me hizo acordar a la misma espresion que puso el castaño de mí sueño, por lo que me desconcerte, y mucho más cuando corrió hasta mí y me abrazó.

—Por los Dioses, pensé que te perdería —exclamó, con la voz quebrada.

—Estoy aquí, y estoy muy bien —le dije para intentar tranquilizarlo.

Pero no funcionó, no soy muy buena cuando se trata de eso.

—¿Sebastián?

Al levantar la vista, me encontré con Lhaia parada en el marco de la puerta, vistiendo su traje de un azul oscuro que la hace ver tan imponente como la Diosa de la guerra Henna.

Su expresión es la misma que la de mi padre, quien me libero para cederle ahora su lugar, ella se acercó y me abrazó con muchísima más fuerza, demasiada diría.

—No... puedo... respirar, Lhaia —le avisé.

Aflojando el agarre, decidió devolverme mí espacio.

—¡Lo siento! A veces se me olvida que eres… bueno, no importa —se disculpó.

¿No pudo decir humana?

En Seyh humano significa débilidad. Recordé lo que me contó mí abuelo una vez.

Entonces mí padre decidió cortar el silencio con un carraspeó, mientras que yo con un gran esfuerzo trate de olvidarme de esa información para enfocarme en la situación principal.

—¿Me pueden explicar qué sucede? ¿Por qué se compartan así?

Ambos se miraron.

—Debería irme —le sugirió la guardiana.

Él negó.

—Esto nos concierne a los dos.

Ella pareció dudar, pero al final se quedó.

Ahora fijaron su atención en mí.

—Princesa, lo mejor es que te sientes —me aconsejó mi padre, señalando la cama.

Y aunque eso me hizo poner más inquieta, me acerque a la cama y me senté.

—¿Qué día piensas que es hoy? —empezó por preguntar, mientras se sienta a mi lado.

Destinos. © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora