Prólogo

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"... Y si no están de acuerdo con las políticas de mi empresa, allí está la puerta." Culmino de leer un articulo sobre los magnates de la ciudad alemana. Entre ellos, el más salvaje, pútrido y de poco corazón era Reus Zicman. Un joven empresario que a su corta edad, se convirtió en uno de los poderes más grandes del país, incluso parte de Europa. Pero ¿a qué costo? Simple, maltrato, egoísmo, trampas y explotación obrera; en fin, era un derechista "pura sangre" como suelo decirles a aquellos que son incapaces de recapacitar y sólo existe en su cabeza el símbolo del euro y del dólar. Bufones burgueses, que no les importa apagar luces ajenas y desesperadas por agregar más ceros en sus cuentas bancarias. Eran simplemente despreciables.

Cierro con fuerza la revista y en seguida, la tiro al basurero próximo. Así era el mundo, dominado por el capital más sucio. Incluso aquellos llamados "socialistas", eran exactamente iguales. Hipócrita que pregonan llenando las esperanzas vacías de un mundo igualitario.

Actualmente me dirijo hacia una concentración, como era de costumbre llevaba mi camisa roja, con el escudo comunista, y a mis espaldas, la imagen del "Che" Guevara, además de mis cómodos jeans y zapatillas deportivas del mercado. Mientras avanzaba, observaba a personas uniformadas de la misma manera, me acercaba cada vez más al lugar de la reunión con el pueblo; el verdadero socialista, el que lo vive, lo siente y lo visualiza en el mundo, para un progreso igualitario. Tal vez nuestro color debió ser rosa, pues ese es el color que vemos el mundo. Sin embargo, era el mundo que queremos ver, pues nuestra realidad es completamente gris, y eso lo tenemos muy claro.

- ¡Anto! -escucho mi nombre a lo lejos, y al dirigir la mirada hacia el lugar, visualizo una hermosa rubia vestida del mismo color. Era Emma, mi amiga de la infancia, quién se acerca corriendo- ¡Mi alma! ¡Te estaba esperando! -habla cansada-.

- Tenia que bañar a Happy. Es por eso que he tardado, lo siento -.

- Tú y tus gatos -sonrie con ironía-.

- ¿Y a qué hora comienza el evento? -pregunto colocandome de puntas, esperando ver movimiento en la multitud-.

- Pues se va a retrasar dos horas. El líder del partido aún no ha llegado y dice que su vuelo se retrasó -.

- Debe estar tomándose unas copas -digo y en seguida soltamos unas carcajadas-.

Después de un rato de charla, decidimos ir a un café cerca del lugar. Emma como era de costumbre soltaba mil palabras por segundo. Dios, dicen que los alemanes eran fríos y calculadores, pero ésta chica era todo lo opuesto. Destellaba como el sol en África, y su cabellera irradiaba calor. Su actitud era latina, y su físico definitivamente europeo. Finalmente, termina de hablar de su nueva "conquista" y pregunta:

- Y dime, ¿aceptaste el trabajo? -.

- ¡Si! -respondo feliz y eufórica- Me ofrecieron un lugar en la columna de opiniones. Dijeron que necesitaban algo fresco, joven y con ideales. Algo simple, nada de palabras técnicas, para asi llamar a la juventud al mundo político, y me parece perfecto, es la mejor medida -culmino dando un trago al jugo de naranja-.

- ¡Felicidades! -grita- ¡Eres perfecta! Tus pensamientos son únicos y nada te quebranta... Siempre he admirado eso de ti -sonríe-.

- Que halagadora, pero mira hacia allá -y señalo con el dedo a un joven apuesto rubio que la miraba. Era el chico que "conquistaba" y por lo visto, lo había arrastrado hacia allí. Ella voltea y lo saluda. Me suplica que la deje ir y que la perdone por dejarme embarcada. Dios, como si no es suficiente para mis oídos escucharla diario. Se levanta y se marcha.

Aburrida pago la cuenta y comienzo a caminar por los alrededores. Faltaba unos minutos. Maldición, hacer esperar a éstas personas es inhumano, y todo por un discurso sin fondo ni base, que solo hace que las personas que creemos en un ideal social pierdan toda fé en el mismo. Podría llorar al ver en la miseria en la que cae el mundo, y todo por el enriquecimiento individual. Y aunque parezca una fantasía de niños pequeños, estoy segura que si todos fuésemos socialistas de corazón, no estaríamos en éste estado tan deplorable de consumir nos entre nosotros mismos.

Sumida en mis pensamientos, no me di cuenta que cruzaba la calle y tomándome por sorpresa, un lujoso automóvil rojo si mal no recuerdo Ferrari, frena en seco justo a centímetros de mi. Completamente anonadada y más pálida que Blancanieves, pateo el auto.

- ¿¡Es que no ves cuando conduces desgraciado!? -grito asustada-.

Un alto hombre de ojos y cabello obscuro, demasiado para ser alemán, se baja del carrazo. Y allí fue cuando lo vi. Esos penetrantes ojos, fríos y secos, sin sentimiento alguno. Ojos de una bestia que cazaba y acaba completamente con sus presas. Estaba hipnotizada.

- Está en verde el semáforo... Molestia -dice con una voz filosa y arrogante. Sus palabras deseaban apuñalarme, y allí es cuando lo recordé. Aquél hombre era el ser más despreciable: Reus Zicman.

Bufé colocando mis ojos en blanco, y terminé de cruzar la calle sin que me intimide y fingiendo que no lo conocía, pero juro por la tumba de mi amada abuela, que quería gritarle serpientes en ese momento. Siento como su mirada me segue el paso. Seguro lo asqueaba. Mi camisa me identificaba, y había pateado su auto, y aunque fue mi culpa, mi orgullo podía conmigo, además, no podía dar a torcer mi brazo a mi seguro nuevo enemigo personal, o así dijo el dueño del periódico para el que comenzaría a trabajar. Escucho como entra, cierra la puerta, y rápidamente arranca el auto.

"Corre Maria, que la reunión ha comenzado..." pensé, sin saber que era el inicio del la parte más infernal de mi vida.

Las manos opuestasUnde poveștirile trăiesc. Descoperă acum