Capítulo 2

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Me desperté en mi cama. La ventana de mi habitación estaba cerrada y todo se veía normal. No había búhos, tenía la cabeza sobre mi almohada y estaba tapada con una manta. Podía oír a mis padres y a mi hermano abajo en la cocina. Todo parecía estar bien. Pensé que lo de la noche anterior quizás había sido una mera pesadilla, pero lamentablemente, estaba equivocada.

Miré mi reloj despertador. Este marcaba ya las siete de la mañana. ¡Madre santa, tenía planeado levantarme a las cinco a estudiar! Ahora debería vestirme y desayunar a las apuradas para llegar a tiempo al  instituto.

Salté de la cama y corrí al baño, mientras tanto me di cuenta de algo perturbador: mi pijama estaba abierto, y alrededor de mi ombligo tenía una aureola oscura. Me toqué allí y sentí un dolor intenso. Algo malo me había pasado.

 Mientras me cepillaba los dientes, me miré en el espejo y pude notar unas pronunciadas ojeras bajo mis ojos celestes. Mi rostro estaba demasiado pálido. Mi cabello, de un color castaño claro, era un desastre total, y se veía un poco más oscuro, tal vez porque estaba un tanto grasiento. Lamentablemente no tendría tiempo para lavarlo antes de ir al instituto. Debería conformarme con una buena cepillada.

“¡Cielo santo!”, pensé. “¿Habrá sido todo real?” Me negaba a pensar que lo había sido. ¿Cómo era posible? Además, si lo había sido… ¿Cómo había terminado en mi cama? Me vestí rápidamente, cepillé mi cabello y caminé hasta la cocina. Mis padres me miraron con preocupación.

—¿Estás enferma, Celeste? —preguntó mi madre—. Puedo llevarte al médico si te sientes mal.

—Estoy bien, mamá —le contesté con una sonrisa fingida—. Simplemente no he dormido del todo bien. —Miré a mí alrededor y todo lucía normal—. ¿Por casualidad escucharon algún tipo de ruido extraño anoche?

—No, querida —dijo mi papá—. No hemos escuchado nada. ¿Tú has escuchado algo, Guillermina? —le preguntó a mi madre.

—No, Gustavo. No he escuchado nada. ¿Tú, Timmy?

—A no ser que refieran a los gases de Celeste mientras duerme… No, no escuchado nada —contestó Timmy con una sonrisa burlona. Sacudí mi cabeza, y no le dije nada. Simplemente tomé una tostada en una mano mientras agarraba mi mochila con la otra.

—Me voy yendo a la escuela —anuncié—. No quiero llegar tarde.

—Debes comer algo, Celeste —dijo mi padre con un rostro serio.

—Comeré esta tostada de camino y algo en el recreo. No se preocupen.

—Claro que nos preocupamos —aseguró mi madre—. Solo mírate cómo estás. Parece que has bajado un kilo en un día. Necesitas comer y dormir mejor.

—Ya comeré mamá, lo prometo —dije, yéndome antes de que me viniesen con más argumentos para convencerme a quedarme a desayunar en casa.

Caminé por la vereda mientras comía mi tostada. Antes de haber caminado alrededor de una cuadra, oí el ruido de un aleteo detrás de mí. Me di la vuelta para ver de qué se trataba y pude ver un búho acomodándose en las ramas de un árbol. Era un búho inmenso, más grande de lo normal. ¿Pero qué sabía yo de búhos? Lo más extraño era verlo de día. ¿No era que los búhos andaban de noche? Obviamente este tendría algún problema si andaba de día.

Me di la vuelta y seguí caminando rumbo a la escuela. Caminé un par de manzanas más cuando, al haber terminado mi tostada, me di cuenta que no sería suficiente para saciar el hambre que tenía. Tal vez debería comprar algo de camino.

—¡Uuuuh! ¡Uuuuh! —escuché detrás de mí.

“¡Oh, no! ¿De nuevo ese búho? ¿No me digas que me está siguiendo?”, exclamé dentro de mí. Me di la vuelta y lo comprobé. El búho, definitivamente, me estaba siguiendo. Cuando vio que me detuve, se posó en el árbol más cercano. Lo miré, y él me devolvió la mirada, hasta me pareció que me había guiñado el ojo. Pero eso era imposible; los búhos no guiñan los ojos. Me di la vuelta y seguí caminando, esperando que el ave se quedase allí donde estaba.

Tú, Mi Pesadilla ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora