Pactando

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Capítulo 3: Pactando.

—Pásame la teja de recambio.

Draco ni siquiera lo escuchó. Se agazapaba en el tejado mientras comprobaba una y otra vez, horrorizado, la distancia que había de allí al suelo.

—Recuérdame otra vez en qué momento me he dejado convencer de esto —casi suplicó, visiblemente angustiado.

—Tienes la respuesta justo ahí, sentada al sol —el rubio siguió la dirección de su dedo tratando de no hacer movimientos bruscos. Hermione y Pansy, ambas en traje de baño y con gafas de sol, parecían estar disfrutando del repentino cambio de temperatura mientras se tumbaban en sus respectivas toallas bajo el sol—. Pásame la teja, Malfoy.

Draco tragó saliva. ¿Cómo se suponía que iba a mover un solo músculo si con solo pestañear ya tenía la sensación de que la caída sería inminente? Sin hacer ni un solo movimiento de cabeza, rodó los ojos para ver al Gryffindor, que ahora lo miraba con exasperación.

—No puedo moverme —se defendió antes de que pudiera recriminarle nada.

—Por Merlín Malfoy. Una cosa, ¡una sola cosa que tenías que hacer! —se quejó él—. Llevar la maldita teja nueva y dármela cuando te la pidiera. ¡Solo eso!

—¡Perdóname por apreciar mi vida, Potter!

Harry gateó hasta su posición y le arrebató la teja de mala gana. Draco se hubiera reído de lo ridículo que se veía en ese momento si no hubiera estado tan ocupado temiendo por su integridad física. Observó en silencio cómo la colocaba en el lugar adecuado y se aseguraba de que, en el caso de que volviera a llover, ya no se filtrara agua al interior de la cabaña. Cuando al fin pareció satisfecho, se deslizó de nuevo hasta la vieja escalera de madera por la que habían subido minutos antes. Para suerte de Draco, no estaba muy lejos de él. Tampoco es que hubiera conseguido moverse mucho en cuanto había puesto un pie allí arriba.

—¿Vas a quedarte ahí, Malfoy? —se burló Potter al pasar por su lado—. ¿De verdad vas a hacerme ese favor?

—No, pero tú primero —Draco casi hizo un gentil gesto hacia él—. Así, si resbalo, amortiguarás mi caída.

—Eres tan amable —respondió el otro, lleno de sarcasmo.

—Jamás me habían acusado de amabilidad, estoy consternado.

Bajar por aquella inestable escalerucha resultó mucho más complicado que subirla. Era evidente que a Harry no le entusiasmaba la idea, pero a Draco literalmente le daba taquicardia. Necesitó rezarle a Merlín, Morgana y Salazar para encontrar la motivación de ponerse en marcha. Después, llegar al suelo solo le costó diez largos minutos.

Draco se alisó la camisa, sacudió el polvo de sus rodillas y se hizo el digno hasta que encontró al marido de su amiga mirándolo con diversión.

—No digas ni una palabra, Potter.

—"Malfoy, la serpiente cobarde" —dijo de todos modos—. Sería un buen título para tu biografía.

—No soy cobarde, idiota. Tan solo soy consciente del inmensurable valor de mi existencia. No puedo matarme así como así, y menos bajando por unas estúpidas escaleras.

Potter empezó a desternillarse cuando Pansy decidió intervenir desde su toalla.

—Muy interesante vuestra conversación, chicos, pero hay algo más que nos gustaría que hicierais por nosotras —ambos miraron a la mujer con una rapidez asombrosa. La carcajada de Harry murió en su garganta, el pálido rostro de Draco se tornó desencajado. Casi notaron un atisbo de maldad en su voz cuando prosiguió—: Tenéis que ir al pueblo.

El último tratoWhere stories live. Discover now