Prólogo

155 26 235
                                    



— ¿Qué hice mal?

—Nada.

—¿En qué fallé?

— En nada.

—¿Entonces?

— Creo... creo que no fue suficiente.

—¿Qué cosa?

— El amor.

Claro que era el amor. Pero no por parte de la chica sino del que decía sentir el chico hacia ella.

Era obvio. Engañas y mientes únicamente cuando no sientes nada por otra persona o cuando no es suficiente lo que sientes por la otra.

— Entiendo...— asiente la chica aún parada en medio de la sala. Lágrimas corrían por sus mejillas y aunque deseara retenerlas no podía, ellas solas resbalaban recordándole cuanto daño le hacía el chico del cual estaba enamorada. —¿No me amas lo suficiente?

La castaña había entrado ilusionada al departamento de Ian, su novio, para prepararle una cena sorpresa por su cumpleaños número veinte.

¡Vaya sorpresa que se llevó!

Ella.

Porque cuando ingresó al departamento, los ruidos que escuchaba la guiaron hacia la habitación en donde la escena que sus orbes azules captaron le rompió el corazón.

Un chico sobre una chica de cabellos dorados.

Desnudos.

Entregados al placer.

En la cama de SU novio, fue lo que conformó la escena que se encontró.

¡Cuánto deseaba que sólo fuera una pareja ajena que se había equivocado de habitación!

¡Cuánto deseaba creer que ella se había equivocado de departamento!

¡Cuánto deseaba que fuera Mike quien estaba con otra chica!

Pero, eso era imposible.

Nadie más que ella y su novio tenían las llaves del departamento de Ian.

Era imposible porque Ella no tenía otras llaves más que las de su propio departamento y las de su novio.

Era imposible porque Mike tenía el cabello pelirrojo y el chico que se encontraba en la cama tenía el cabello azabache.

Como el de Ian.

No quería creerlo, no podía concebir esa idea.

Él le dijo que la amaba tantas veces.

¿Dónde quedó el amor?

La respuesta llegó en el momento en que la caja de regalo que sostenían sus manos resbaló de las mismas y causó un ruido estrepitoso alertando su llegada al tocar el suelo.

Ian se petrificó durante un breve momento deteniendo sus movimientos y dirigió la mirada hacia la puerta de la habitación.

La chica a la que decía amar estaba parada ahí mismo mientras sus ojos se cristalizaban. Sabía que el corazón de su chica se rompía en mil pedazos. Pero no hizo nada por explicar lo que pasaba.

Ella salió despavorida y se dirigió a la sala para esperarle ahí.

No por tonta, sino porque quería escuchar de su boca una explicación clara.

Y él...

Sólo se levantó y dejó a un lado a la rubia, ya tapada con las sábanas, puesto que al darse cuenta de la presencia de otra chica se cubrió rápidamente con las mismas.

Heridas que se desvanecen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora