Capítulo 1. Corregido con la editorial

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Hay días que pueden ser descritos con una sola frase: «Ojalá no me hubiese despertado hoy». De hecho, a veces te sientes así durante semanas. Y da igual que seas un adulto, un adolescente o un niño. Todos hemos pasado por esos periodos inaguantables y eternos.

Hoy parecía uno de esos días. Suspiré profundamente cuando vi todos mis apuntes esparcidos por el suelo del pasillo.

Después de que el profesor de historia decidiera alargar la última clase del último día de la semana durante quince minutos más no tuve reflejos suficientes para frenar la marea de folios y libretas que cayeron desde mi taquilla. Solo deseaba volver a casa tras la larga jornada y hundirme en un bol de palomitas frente al televisor. Además, tendría que volver andando, porque estaba segura de que Mason no me habría esperado.

Y no solo eso. Me había tocado madrugar más de lo normal para poder asistir a la última reunión semanal del club de periodismo escolar. Puede sonar muy bien, pero lo único que hacíamos era escribir artículos absurdos para la revista mensual del instituto. Ni siquiera eran artículos interesantes, a menos que quieras saber cómo pueden afectar los cigarrillos a tu rendimiento escolar o, peor, cuál será el tema del baile de fin de curso según las encuestas de los pasillos.

Desgraciadamente, ese último me tocó a mí.

A veces ni siquiera entendía cómo me dejé enredar para participar en la revista del instituto. Supongo que fue cosa de Mason. Él estaba convencido de que necesitaba un hobby y, como siempre me veía escribiendo en mi cuaderno, decidió que la revista podía ser para mí. Claro que una cosa es escribir listas para organizarte, imprescindibles para sobrevivir el día a día, y otra, artículos aburridos.

Sin dejar de quejarme en voz baja me puse de cuclillas y empecé a amontonar los folios y los cuadernos lo mejor que pude. Llevaba el pelo suelto y cayó hacia adelante, formando una cortina marrón entre mis cosas y yo. Lo aparté con un movimiento rápido mientras Jane Tyler soltaba una risita burlona en mi dirección, susurrando algo al oído de su amiga, que también me miraba y reía.

Idiotas.

No me gustaba la gente como Jane Tyler y su séquito de amigas, si es que se podían llamar así. Eran cotillas, malas y ruines. En una ocasión, consiguieron hacer llorar a una chica que se había presentado a las pruebas del equipo de animadoras, y todo porque tenía un poco de sobrepeso. Esa gente es odiosa, aunque también insultantemente guapos, y no podía evitar estar celosa por ello.

Recogí los papeles a toda prisa y los puse de nuevo dentro de mi taquilla. Algo en mi estómago se retorció con tristeza.

Odiaba dejar mi taquilla desordenada, pero iba muy mal de tiempo y no me quedaba otra. Tomé mi cuaderno de listas en el último momento y lo guardé en mi mochila.

Mason nunca ha entendido el tema de las listas y la importancia que tienen para mí. Para él es muy fácil todo. Sus padres son una pareja cariñosa y tranquila. Solo entrar en su casa ya se nota el ambiente relajado. Para mí, es todo lo contrario.

En mis listas apunto todo y de todo: qué comer cada día de la semana, qué ropa llevar a clase, cuándo hacer los deberes, qué programas ver y cuáles no... Incluso escribo los nombres de los chicos que me gustan o me han gustado en algún momento. En orden, por supuesto.

Escribí esta última lista hace poco, durante una de esas aburridas clases de historia, en un ataque de valentía y ficción, prometiéndome a mí misma que algún día la cumpliría...

O al menos lo intentaría. Había pensado en cuatro tipos diferentes de chicos con los que podría salir, desde el imposible hasta el prohibido, alguien con quien jamás me entendería, solo como recordatorio para mantenerme alejada de él.

Mi plan D  ©  #Wattys2015Donde viven las historias. Descúbrelo ahora