CAPÍTULO 8: REENCUENTRO

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La Capital, Mayo de 2037

Salió a la superficie, sigilosa. Después de atravesar el Rojo, caminó un largo trecho bajo la nieve. La calle estaba desierta y el frío calaba sus huesos.

«Todo es mental», recordó las palabras de su compañera. Alzó las manos al cielo nocturno y, con los ojos cerrados, puso en vibración las células de su cuerpo para generar calor.

De repente, oyó un ruido. Miró el semicírculo que bordeaba el parque; nada.

«Está tan desolado», pensó rememorando la época en que allí se reunía con sus amigas a estudiar y a distenderse. En ese instante, el lugar le parecía hosco, austero y falto de vida. No había verde a su alrededor... Como consagrada en Tierra, se sintió en la imperiosa necesidad de resolver el asunto y hacer su verdadera voluntad.

Cerró otra vez los ojos, abstrayéndose. Irradió una potente energía desde el centro de su pecho, percibiendo el fluir de la sangre a través de su sistema circulatorio. Visualizó de manera mental cómo se tornaba incolora e imaginó que en su ser transitaba la savia que le daría vida.

—Vibrar en sintonía con el ambiente. —Extendió una mano hacia el semicírculo, notando en el Aire el aroma de la Magia. Al abrir los ojos, allí estaba. Se sintió plena al lograr su cometido.

—¿Y ese árbol? —Abigail había llegado un momento atrás pero no osó interrumpirla.

Había descubierto aquel sitio de reunión en la adolescencia. Con el correr de los años, allí se llevaron a cabo las sesiones secretas de Thelema. Nadie podía localizarlas y esa era una gran ventaja.

Kassandra relajó el brazo.

—El semicírculo necesitaba... vida. —Sonrió al ver la corteza que había creado y el ancho de las raíces sobresaliendo de la tierra. El árbol se mostraba robusto y su copa caía con firmeza. Aún orgullosa de su logro, enseguida recordó el motivo que las reunía y su sonrisa se desdibujó—. Cuando Astro y Kyle busquen a Sashael, nos encontraremos con ellas.

Abigail observó con detenimiento varias hojas que comenzaban a escarcharse. Luego habló:

—Los niños deben quedar en un lugar seguro.

—Lo sé, por eso quería preguntarte si... —Kassandra no sabía cómo abordar el tema—. Tal vez... tu marido...

Abigail negó con la cabeza. No podía molestarlo ni contar con él. Mucho menos, dejarlo conocer siquiera sus pensamientos. Había bloqueado su mente, resguardando así sus secretos.

—Sé quien podrá cuidarlos... —evadió la pregunta anterior.

Kassandra supo enseguida de quién hablaba.

—Ni lo sueñes.

Dejar a los pequeños con ella no era la solución. Se habían despedido en malos términos; habían pasado años sin noticias suyas. Con seguridad la llenaría de reproches y Kassandra no toleraría los cuestionamientos de nadie. Pero con ella estarían seguros... La consagrada meditaba en silencio mientras la nieve caía sobre su cabello rubio oscuro.

Abigail se limitó a observarla. Haciendo uso de la kinesis impura, intentaba manipular el temperamento de su compañera.

—No juegues con mi mente, ¿quieres?

—Ella sabrá protegerlos...

—Lo sé.

Abigail sonrió. El asunto parecía estar resuelto.

—Invócame cuando Astro se haya ido. Estaré esperando. —Apoyó los dedos sobre la corteza del ombú y, en un acto reflejo, quitó la mano—. Está helado—. Enseguida volvió a tocarlo, enfocándose en el latido de su ser. Abigail tenía una conexión especial con los animales y las plantas. Colocó su oído en la corteza y se abstrajo de los sonidos circundantes para escuchar lo que el ejemplar tenía que decirle.

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⏰ Última actualización: Sep 10, 2018 ⏰

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