CAPÍTULO 5: DESBANALIZACIÓN

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La Capital, Marzo de 1996

Candra afinaba la guitarra mientras rememoraba los primeros días. La pelirroja Marcia Van der Vaart había resultado una de sus profesoras. La vio una vez más en la fiesta de despedida, donde los nativos agasajaron a los recién llegados con manjares que no volverían a degustar en largo tiempo. El aprendizaje imponía sacrificios y la dieta estricta ayudaría a mantener en armonía cuerpo y espíritu. Esa noche, la alta, delgada y pecosa holandesa intercambió pocas palabras con ella; ya se rencontrarían en la desbanalización.

Rasgueó una melodía conocida. Si bien se sentía a gusto en la cabaña, Candra extrañaba la familiaridad de su entorno. La habitación estaba incrustada en la parte superior del tronco de un árbol. Se accedía por una rampa, iluminada por faroles que se encendían al reinar la oscuridad. Le hubiera encantado disponer de sus duendes para decorarla, pero no había sitio para adornos.

Cindy abotonaba su camisa blanca y de mangas cortas, demasiado sobria para su gusto peculiar. Los adeptos debían asistir a la celebración uniformados.

Emma Kruger y Anahit Karamanian eran sus compañeras de cuarto.

—Papá es alemán y mamá, argentina. Allí estudian las distintas especies marinas. —El inglés de Emma era forzado. La argentina era muy bonita; tez blanca, rubia y larga cabellera. Sus ojos grises brillaban al narrar su vida en Ushuaia a la vez que se colocaba el corset negro bajo busto. Tenía doce años.

—Mis padres son profesionales pero yo quiero otro futuro. Mi sueño es casarme con un nativo y vivir de las artesanías... —confesó Anahit, atándose los borceguíes por encima de las bucaneras rayadas, blancas y negras. De trece años, tez pálida, contextura pequeña y cabello negro hasta la cintura, la armenia miraba a las demás en silencio, estudiándolas.

Candra se indignó ante el comentario. ¿Por qué siempre se asociaba a los nativos con las labores manuales? Eso era un prejuicio.

—Qué casualidad... —soltó la ironía—. Yo quiero casarme con un chino y que vivamos felices de la cosecha de arroz... —Acto seguido, cantó Colores en el viento de la película Pocahontas, cual himno solemne.

Todas quedaron anonadadas.

—¿Y si recorremos la isla? —Emma quería llevarse a la armenia para evitar una batalla campal—. Las veremos en la celebración. —Y arrastró a Anahit fuera, aún sin comprender el sacarsmo.

—¿Piensas vestirte o qué? —Cindy terminó de ajustarse el negro corbatín. Con una falda corta del mismo tono se completaba el uniforme.

Candra la observó de pies a cabeza. El atuendo era pintoresco, pero no se imaginaba luciéndolo.

La canadiense abrió el ventanal y se asomó como en una obra de Shakespeare. Con un gesto dramático, dio vuelta el rostro y miró a la australiana, entrecerrando los ojos.

—¡¿Qué?! —Exasperada, Candra dejó el instrumento de lado.

—¿Estás pensando lo mismo que yo?

Candra, que estaba elucubrando cómo evadirse de la celebración para evitar la horrible vestimenta, contestó con seguridad:

—Sí.

La rubia le regaló una mirada a las estrellas; ya se estaban comunicando de manera telepática.

—Muero por saber de qué trata la desbanalización.

***

El sol camuflaba sus rayos en la muralla ígnea. La Capital se vestía con colores cálidos y el Bosque Rojo presumía su follaje. El Elemento mismo brotaba en la espesura, donde hojas, tallos y troncos rojizos relucían en un brillo propio. El suelo forrado de verdosa vegetación se tornaba más tupido, chispeando como brasas expectantes.

AQUELARRE, La isla del FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora