Epílogo

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— ¡Papá! ¡Papá! — chillo el niño intentando captar la intención de su padre.

— ¿Qué sucede? — Interrogo el hombre mientras alborotaba el cabello del castaño.

Estaba alto, para tener 8 años era muy alto.

Eran sus genes, su madre lo había dicho, se iba a parecer a él, y vaya herencia le había dado al niño.

Negó divertido.

— ¿Que te da risa, papi?

Esa vocecita le distrajo e hizo regresar a la realidad.

Estaba en el buró, devorando sin piedad alguna su cereal de chocolate, su cabello negro amarrado en unas coletas a cada lado de su rostro, brillaba, sus mejillas sonrojadas, y esa naricita respingada resaltaba con sus precisos ojos azules.

Esa niña era preciosa, y la luz de sus ojos, junto al otro castaño que lo observaba con interés.

—De nada cariño, solo de algo que me he recordado.

— ¿De mamá? — interrogaron ambos niños al unísono.

Su corazón se estrujó, sintió como se partía una vez más en su interior. Sólo su mención le dolía en lo más profundo.

—Sí, de mamá — confirmó.

—No estés triste, papi — dijo el niño abrazando a su padre por la cintura — ella te quiere, ella nos quiere.

Un llanto se escuchó, ambos observaron a la pelinegra que sorbía su naricita mientras lágrimas gruesas bajaban por sus mejillas.

— ¿Por qué el llanto Angelle? — preguntó desconcertado.

Tomó a su hijo entre brazos y se acercó a su pequeña princesa, como solía llamarle.

—Porque... Porque... — sollozo una vez más. Él la abrazó, la estrujó contra su cuerpo, sostenido al niño que se acurrucaba entre su pecho — porque por mi culpa mami no está aquí, y por eso estas triste — sollozo más.

Dejó al niño en la encimera.

Tomó el rostro de su hija entre sus manos y apartó las lágrimas salían de sus ojitos.

—Angelle — le llamó con dulzura, y beso su coronilla. — No es tu culpa, ni la de tu hermano, y menos mía de que tu madre no esté aquí. Sabes... Si ella te escuchara y sé que te escucha, estaría triste de que tu pienses eso, porque te ama como lo hace con tu hermano y conmigo. Nos ama a todos, y no le gusta que estemos tristes por ella.

—Ella nos cuida — susurro el castaño.

—Eso, escucha lo que dice Camilo. — Dijo con ternura — Nos cuida, siempre y está aquí —llevo su mano hacia el pecho de la pequeña.

—En nuestro corazón — susurro la niña sonriendo.

—Así es, mi amor — concordó el hombre. — Ella está en nuestros corazones, y no debes llorar por eso, siempre recuerda que es tu heroína, porque tu madre te amo tanto que dio la vida por ti.

— Lo siento, papi — sollozo una vez más.

Se refugió entre sus brazos, y la tomó con gusto.

Esa pequeña niña era su regalo, la lección que debía tomar, y la amaba, la amaba incluso más que cuando la conoció.

Después de recibir la carta de Andrea, llamó a sus padres y ellos le informaron que había entrado en labor de parto. Poco después estaba allí en el hospital, muriendo de la pena, tenía un mal presentimiento, y deseaba que fuera un error.

Pero no fue así, el doctor salió una hora después con un pequeño bulto rosado entre sus brazos, sonrió pero la sonrisa no le llegó al rostro.

—Es una niña muy saludable — informó — luchó como nunca, pese a las circunstancias.

Se la entregó a Daniel, su piel roja y unos cuantos cabellos negros le dieron la bienvenida, y se quedó bobo al verla, era diminuta, y muy bella, sus fracciones era verla a ella, pero con el cabello negro y, cuando en un instante abrió los ojos, dejo de existir todo, tenía el mismo color de sus ojos, eran iguales a los de Camilo y los de él. Bien podría pasar por su hija.

Un sollozo lo sacó de su añoranza.

La madre de Andrea lloraba sobre el hombro de su esposo.

Algo se puso alerta dentro de él, se aferró al pequeño ser que estaba entre sus brazos.

—Lo siento señor — dio el pésame el Doctor. — Hicimos todo lo que pudimos y su esposa dio todo de sí, sin embargo la preclamsia no tratada desarrollo una eclampsia...

Había muerto, el amor de su vida había muerto, y ella lo sabía. Sabía que algo iba a suceder.

Lloró ese día y el que le siguió, y los otros también.

Pero no podía ser un llorón toda su vida. Su hijo lo necesitaba, y esa pequeña niña también.

Luchó como nunca lo había hecho en tribunales, ser abogado jamás pensó que le iba a servir tanto, presentó pruebas de abuso contra Andrea y psicológicas del padre de la niña, no era apto para hacerse cargo de ella, pero para dársela a él debería de someterse a varias evaluaciones y ganó, logro tenerla con Camilo a su lado.

Y no se arrepentía.

Jamás lo haría.

Esos dos niños hinchaban su corazón de felicidad, no fue fácil criar a dos niños él sólo, pero lo hizo, y se sentía bien.

— ¿Ahora de que te ríes, papi?

Camilo lo observaba contrariado.

Su hermana lloraba y su padre reía ¿Qué era eso?

— Tu madre una vez me dijo que yo diría algo, y sé que es verdad.

— ¿Y qué era eso? — Angelle salió de su abrazo para observar a su padre.

—Dolió, pero valió la pena...

Ambos niños se observaron sin entender nada, pero si su madre lo había dicho ella tenía razón, quizá no lo iban a entender en ese entonces. Pero si en el futuro, tal como su padre había hecho. Y sonrieron, porque eran felices y su madre como su padre los amaban a ambos.

Ambos se tiraron sobre su padre para llenarlo de besos y cosquillas.

Mientras él reía, alguien más también lo hacía desde el cielo.



(***)


Gracias, gracias por llegar hasta el fin. Y pues desde un principio había estado planeado así.

No podían quedar juntos.

No después de todo, nuestro querido Daniel tenía que aprender la lección, y si tanto decía amar a nuestra protagonista la mejor forma de hacerlo era reconocer sus errores y amar incluso lo que no era de sus genes como nuestra pequeña Angelle.

¿Que mayor muestra de amor como esa?

Esperó les haya gustado y no quieran asesinarme.

Mañana tengo que trabajar sólo me quedan dos horas para dormir y levantarme. Pero aquí estoy dándole fin a algo que ya era tiempo y justo de hacerlo.

Espero verles en mis otras historias.

Con cariño, Adaly.

Después del Adiós. (#2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora