Capítulo 1 - 2

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 La joven permaneció inconsciente más de quince días.

 Durante la primera parte de ese tiempo, su estado empeoró notablemente. Tuvo mucha fiebre y gritó en sueños, aunque no dijo nada que pudiera considerarse comprensible a excepción de un nombre, lo que parecía un diminutivo infantil, Ketty, que repetía bastante a menudo. Como mujer ahorradora que era, la señora Collinsworth intentó ocuparse de ella por su cuenta, pero, finalmente, temiendo por la vida de la chica, y por el dinero que llevaba invertido en ella en su compra, hierbas, pociones, y alimentos, mandó llamar al médico habitual del burdel.

 Segundo Matute, apodado el zamorano, era un sacerdote católico español. Había llegado a Messaria siete ciclos (término por el que tuvo que acostumbrarse a llamar a los años) atrás, y que se había hecho un cómodo hueco en la sociedad del lugar debido a sus profundos conocimientos en medicina, y en muchas otras materias, a decir verdad, pues posiblemente fuese el hombre más inteligente y más culto de las colonias. También tenía algo que ver con su éxito la elocuencia con la que había sabido defender su ateísmo y su notoria lealtad al Gran Rey durante una de sus primeras apariciones en público, en una fiesta de palacio. En un discurso que había pasado a formar parte de la Historia de Messaria, no dudó en describir al Gran Rey como el Defensor de la Autentica Humanidad frente a la maligna influencia de los sacerdotes y sus turbias intrigas, cuyo único fin era la perpetuación de la esclavitud de los hombres por medio de las más terribles cadenas, aquellas llamadas Ignorancia, Miedo y Superstición.

 Por sus muchas cualidades, Matute, llegado a territorio de Ryoon como la mayor parte de los extranjeros, prisionero de un barco abordado por los piratas, se había abierto camino fácilmente. Quien podía calmar el dolor, y alargar la vida, siempre lo hacía, y más si, además, conocía las palabras adecuadas para adular los oídos importantes.

 Buen amigo del Supremo de Messaria, desde hacía varios ciclos Matute era el preceptor del joven Barón Dubois, una de las personalidades más insignes de la isla, pero seguía ofreciendo sus conocimientos a todo tipo de clientes, entre ellos, por supuesto, Emmeritt Landers, la otra fuerza, el Supremo sombrío de la colonia. Matute jamás enjuiciaba a sus pacientes, no hacía valoraciones morales, y, por supuesto, tampoco desdeñaba un dorleck, una actitud que coincidía plenamente con el espíritu de Ryoon, cierto, pero que había aprendido en su propio país.

 Nada más recibir el mensaje de la señora Collinsworth, Matute acudió al burdel, y se hizo cargo de la chica. Tras examinarla concienzudamente, porque, aunque avaro, era un médico que se comprometía totalmente con sus pacientes, dictaminó que tenía una pulmonía preocupante, y durante largos días e interminables noches, la obligó a beber pócimas, y colocó aromáticos emplastos en su frente, su pecho, sus muñecas y sus tobillos, mezclando los conocimientos que había aprendido en Europa con los adquiridos desde su llegada a la isla, donde tenían un concepto de la medicina mucho menos mediatizado por la religión (Gracias a Dios, como solía decir Matute). Con sus atenciones, la joven dejó de delirar, y su sueño terminó por volverse tranquilo y pacífico.

 Incluso dormida, y a pesar de las órdenes estrictas que dio la señora Collinsworth, su presencia en el burdel empezó a levantar murmuraciones, y su belleza, a influir en todos cuantos tenían acceso a aquel dormitorio.

 Como si de una maldición se tratase, ocupó las mentes de aquellos que pudieron verla, haciéndoles cavilar planes.

 La señora Collinsworth evaluaba las ganancias que podría obtener si aquella muchacha trabajase tan sólo un ciclo en su establecimiento; Matute se preguntó si debería hablarle de ella a Terence Dubois, porque sin duda el joven Barón se sentiría interesado en conocerla, pero rechazó la idea de plano. Bastantes asuntos tenía ya Terence, asuntos peligrosos, que requerían tener todos los sentidos en alerta, y aquello sólo podía apartarle de las cosas realmente importantes.

 Neera, la esclava africana que le fue asignada como doncella personal, empezó a odiarla sin ni siquiera haber cruzado una palabra con ella, sólo porque la hacía sentirse como un oscuro y feo contraste, carente de toda gracia; el pianista, Riosnett, que logró atisbar su rostro por pura casualidad a través de la puerta entreabierta, se sintió inspirado, y le compuso una melancólica melodía que empezó a resonar por los pasillos.

 Todos reaccionaron de alguna forma.

 Incluso Martín Oraá, lugarteniente de Emmeritt Landers y jefe de la guardia de seguridad del burdel.

EL LAZO DE PODERDonde viven las historias. Descúbrelo ahora