Capítulo 18

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Me estremecí por el calor en las palabras de Jaden. Quería ser mi último. Y en cierta manera, yo también quería que lo fuese, pero el poder de esa afirmación y lo que significaba también me preocupaba. El último significaba que no habría nadie más después de él. No solo eso, sino que sería para siempre. ¿Podía acaso pensar en algo tan infinito cuando ninguno de los dos había sacado las agallas suficientes como para contárselo a mi padre?

Jaden se inclinó hacia mí con intención de besarme de nuevo. Me eché hacia un lado, apartándome con ese nuevo pensamiento nublando mi cabeza. Sus ojos se entrecerraron mirándome precavidos, alejándose de mí.

—¿Ocurre algo?

—No es nada —Quité peso al asunto, aunque tampoco negándolo.

—Erin…

Empezó a protestar, diciendo mi nombre en voz baja y regular, hasta que alguien llamando al timbre nos interrumpió. Pegué un respingo mientras Jaden se apartaba de mí, aun con esa mirada conocedora en su rostro. Me incorporé y caminé a trompicones hacia la puerta, atándome a duras penas el sujetador por debajo de la ropa. Me alisé la camiseta antes de abrir la puerta.

—¿Qué tal está la enferma? —Gabrielle me sonrió de oreja a oreja, levantando sus manos y enseñándome su cargamento de helado de chocolate en bolsas de plástico—. Un pajarito llamado Jaden me ha contado un montón de cosas.

Me aparté hacia un lado para dejarla pasar. El huracán francés dominando la estancia.

—¿Por dónde quieres comenzar? —Bromeé, siguiéndola hasta el salón.

—¿Qué tal por “Jaden, tráenos un par de cucharas y vete a tomar vientos con Cody-soy-un-idiota, que esta aparcado fuera, mientras yo hablo con mi amiga”? —Preguntó, mirando directamente al chico y desplomándose en el sofá—. O también que hace ahí una caja de preservativos.

Jaden alzó una ceja confuso, primero mirando a Gabrielle y luego mirándome a mí. Le devolví la mirada igual de ambigua que la suya. Algo me empezaba a decir que el helado de chocolate no tenía nada que ver con mis males.

—¿”Cody-soy-un-idiota? —Repetí, dejándome caer en el sofá al lado de ella y lanzándole la caja a Jaden, que la guardó en un bolsillo—. ¿Cuándo ha dejado de ser “Cody cañonazo”?

Gab lanzó furiosa contra la mesa de café las bolsas de helado, sobresaltándome. Abrió la boca para hablar, seguramente dispuesta a soltar un montón de blasfemias contra Cody, cuando Jaden la interrumpió poniéndose en pie.

—Dos cucharas en marcha —anunció, caminado hacia la cocina—. Pero que conste que solo lo hago porque no tengo ganas de escuchar mierda sobre mi amigo.

—Oh, créeme, tu amigo ya se encarga de llenarse de mierda él solito —le gritó, aunque Jaden ya había desaparecido de nuestra vista—. Y por mí como si se ahoga en ella.

Esperé en silencio unos segundos mientras Gab se cruzaba de brazos ofuscada, respirando larga y profundamente. Sabía por experiencia que estaba tratando de relajarse. Ella no había venido aquí a contarme sus penas, sino a animarme. Y a que yo le contara las mías. Si tan solo a veces se abriera más a mí…

—Así que… ¿Problemas con Cody?

—Él es problemas —puntualizó, dando un largo y profundo suspiro—. Pero realmente no tengo demasiadas ganas de hablar de ello.

—¿Y todos esos kilos de helado para que son entonces? —Señalé hacia las bolsas goteando por el frío—. Y además de chocolate.

—Tenía hambre —la nariz de mi amiga se arrugó con molestia.

No te enamores de tu hermanastro  ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora