El rapto de la Princesa

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Caminando por el mar, una habilidad heredada de su padre inmortal Poseidón, Orión llegó a cazar a la isla de Quios, donde se decía que se encontraban los más exóticos animales. No era la primera vez que visitaba la isla con su gran arco y sus flechas, pues acostumbraba a ir cada año acompañado de su fiel perro de caza Sirio, un delgado canino de patas rápidas y costumbres juguetonas con su amo. Orión se aseguraba de cazar cuando hubiera menos gente cerca, ya que el bosque donde pasaban los mejores animales resultaba estar cerca de la ciudad del rey Enopión, un hombre calvo con una cara mandona que, instintivamente, no le agradó al gigante. Tenía una extraña aversión a la autoridad, pero no se puso a pensar mucho más en eso.

Así que para evitarse problemas con el rey que solo había visto de lejos algunas veces, se decidió a evitar a cualquier de aquel pequeño reino. Pero por cosas del destino, el gigante avistó a una preciosa chica que exploraba el bosque acompañada de sus amigas. Ella resaltaba de las demás por su belleza, su hermoso vestido y su cuerpo bronceado en las playas, acelerando el corazón de Orión. Los gigantes no eran conocidos por ser sutiles en cuanto al amor y el cortejo de mujeres bonitas, al menos para los estándares humanos, por lo que no fue sorpresa que la chica y sus amigas huyeran despavoridas ante la vista de un gigante acechándolas como si fueran el almuerzo.

Orión, ofendido por la huida y los gritos de ayuda, persiguió a las chicas y raptó a la belleza que tanto le llamo la atención. Ella protestaba y amenazaba:

 —¡Soy la princesa Mérope, hija del rey Enopión! Me encargaré de que seas castigado como corresponde. —Su voz de pequeña gobernante en aprietos le provocaba mayor admiración, pues la madre de Orión le enseñó a querer las mujeres que siempre se defendían.

La mantuvo encerrada en una cueva con Sirio haciendo guardia. Sin importar como el cocinara la carne de venado o las mascotas que le regalara, la princesa se resistía a cualquier caricia hecha por esos gigantescos dedos. A pesar de sus gustos, el gigante perdía la paciencia. Sentía una molestia en el pecho, como si le pesara cada vez que veía a la princesa amarrada y privada de la libertad y el Sol que la había vuelto tan provocativa. "Esto no es como decía mamá" pensaba Orión.

Un día, el gigante se comía un oso cuando oyó una melodía de arpas a lo lejos. Una dulce melodía de las que no se escuchaban todos los días en los bosques, más bien una digna de los oídos de reyes y hasta los mismos dioses. Orión agarró un tronco que usaba como bate para averiguar el origen del sonido mientras Sirio dormía, pero cada paso hacía la salida de la cueva lo llevaba a un sopor repentino. No dio más pasos y se recostó un rato mientras buscaba un poco de agua para despertarse, pero Morfeo fue más fuerte y se quedó soñando con aquella princesa cautiva y renuente. Despertó repentinamente cuando la música se detuvo, con una molesta sensación de humedad y pesadez en los ojos. Se los froto y se dio cuenta de que la oscuridad no se iba, de que la gran mancha negra no se apartaba de sus ojos.

— Gigante, soy el rey Enopión — dijo una voz grave y autoritaria. Orión enfureció y trato de aplastarlo, pero estaba desorientado y solo golpeó las piedras de la cueva y los restos de carne.—  Has secuestrado a mi hija y como castigo, he decidido cegarte. Ahora lárgate.

Orión avanzó como loco por toda la cueva, lanzando manotazos con la esperanza de dar con su atacante, encontrado solo vacío y luego la brisa del viento nocturno que tanto disfrutaba de una jornada de cacería que le tomaba todo el día. Tanteo por el suelo, con sangre y lágrimas cayendo. No tenía su vista, no tenía su arco y no encontraba a su pequeño Sirio por ninguna parte. 

La Caída de Orión (#TheDomains2018)Where stories live. Discover now