Capítulo 5: La promesa

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5. La promesa

Ni siquiera era capaz de calcular cuánto tiempo llevaba llorando sentada en las escaleras de entrada de la casa de su tía. Recordaba como los primeros rayos del sol apareciendo tras las montañas habían iluminado la ambulancia que se llevaba su cuerpo. Ahora el sol ya estaba muy alto, debía ser casi mediodía, pero no sabía qué había hecho durante todo aquel tiempo, como si ni siquiera las horas transcurriesen como acostumbraban.

Se secó los ojos con la manga de la camiseta, aunque nuevas lágrimas volvieron a surcar sus mejillas unos segundos después. Se sentía tan confusa y perdida, tan reacia a creer que estuviese viviendo un hecho real... Intentó ordenar su mente, recordar los hechos y pensamientos de las últimas horas, pero no fue capaz. Sólo podía darle vueltas a la idea de que todo aquello no era posible ni justo.

Recordaba la ambulancia y el coche de la policía y a un hombre de pie al lado suyo, haciéndole preguntas. Pero no sabía qué le había preguntado, ni qué respuestas había dado ella. Sólo sabía que él le había preguntado si quería acudir a comisaría mientras llegaban sus padres y que ella había negado con la cabeza mientras seguía sollozando. El hombre le había dicho que sus padres llegarían pronto antes de subirse al coche con una mirada triste.

Luna se levantó y caminó por el jardín, de un lado a otro, como una fiera enjaulada. Tenía que intentar tranquilizarse, así que se forzó a pensar tan sólo en sus pasos, en poner un pie delante de otro observando el suelo, intentando evitar la vuelta de sus recuerdos. Una diminuta planta llamó su atención. Se arrodilló a su lado y la arrancó, apretándola con fuerza entre sus dedos. Casi podía oír la voz de su tía explicándole que el llantén se podía usar para preparar jarabes contra la tos o infusiones que curaban las jaquecas. Cerró los ojos y pudo verla a su lado con las plantas en la mano, con aquella sonrisa que iluminaba todo su rostro.

El ruido de un motor hizo que abriese los ojos. Reconoció el coche de su padre entrando por el camino. Se levantó del suelo y fue hacia allí. El coche paró y, antes de que el motor se hubiese apagado, la puerta de atrás se abrió y Cristina apareció, corriendo hacia ella para abrazarla. Luna también se lanzó a sus brazos, sollozando con más fuerza mientras su amiga le susurraba palabras tranquilizadoras y le acariciaba el pelo.

Sintió una mano en la espalda y se giró. Su padre estaba detrás de ella, con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas. Luna le abrazó y sintió como él ahogaba un sollozo. Nunca antes había visto llorar a su padre y, de repente, como si no hubiera sido consciente hasta ese momento, se dio cuenta de que Emma había sido su hermana. Si ella, que sólo la había tratado un par de semanas, la echaba tanto de menos, para su padre tenía que ser terrible. Debía estar torturándose por los recuerdos pasados y, sobre todo, por la cantidad de años que llevaban sin verse y por todas las cosas que querría haberle dicho y ya no podría.

    — Tienes que darte prisa en recoger todas tus cosas, Luna— la voz de su madre la devolvió a la realidad con la fuerza de una bofetada—. Tenemos que ir al tanatorio a arreglarlo todo.

Pensar en el tanatorio hizo que el estómago se le revolviera. No quería ver a su tía dentro de una caja, le habría gustado recordarla riendo, caminando por el bosque mientras le contaba cosas. Por desgracia, la última imagen que tenía de ella, su cuerpo inerte en medio de aquel claro, no se le iba de la cabeza, al igual que la sensación de que debió haber hecho algo, que sabía que algo malo estaba sucediendo y no había hecho nada por evitarlo.

Asintió a la orden de su madre y se separó de Cristina. Ella la siguió un par de pasos por detrás, sin decir nada. Se giró un momento, reticente a dejar la luz del mediodía y entrar en aquella casa que ahora le parecía tan vacía y muerta.

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⏰ Last updated: Jun 17, 2014 ⏰

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