Capítulo 3

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—Me alegra tanto que estés en casa —dijo Connie Krieger sonriéndole a su hijo mientras hacía las tortitas—. Parecía que nunca ibas a volver.

—No exageres, mamá. Un año no es tanto tiempo —sonrió Jack.

Antes de que se fuese a Washington, su madre le expresó su temor de que le gustase la capital y se quedara allí para siempre. Pero se había preocupado en vano. Aunque el tiempo como mediador de la Comunidad Independiente de Banqueros Americanos ante el Congreso había valido la pena, solo acentuó su deseo de vivir en el medio oeste.

—Qué bien estar en casa —dijo con sencillez. Su madre se ruborizó, satisfecha.

Era la primera vez que los dos tenían oportunidad de sentarse a charlar. Cuando ella volvió del golf era tarde y al rato Julie, la hermana mayor de Jack, llegó con su marido y los niños. Jack se pasó la tarde comiendo el festín de bienvenida que su madre le había preparado y jugando con sus sobrinos.

—Hablando de casa, supongo que estarás ansioso por mudarte a tu casa nueva.

—Desde luego —dijo Jack, ilusionado—. Pensaba que podría comenzar a trasladar algunas de mis cosas hoy.

La casa «nueva» de Jack tenía más de cien años y se erguía como un centinela en un extremo del pueblo. La había comprado en una subasta poco antes de marcharse a la capital y durante su ausencia un constructor le había hecho recuperar su antiguo esplendor.

—Te ayudaré encantada —dijo su madre, calentando dos tazas de café y poniendo una fuente llena de tortitas con mermelada de arándanos sobre la mesa antes de sentarse—. Me temo que la abuela Irene tiene un campeonato de bridge que la tendrá ocupada todo el día, así que no podrá echarte una mano; pero el abuelo llegará a casa a mediodía. A los socios de su club de inversores les toca leer a los niños en la Casa de la Cultura esta semana.

Jack sonrió al imaginarse a su abuelo rodeado de escolares. Aunque cariñoso con Jack cuando este era niño, el antiguo gerente del Grupo Bancario de las Grandes Llanuras siempre se había sentido más cómodo hablando de Wall Street con sus amigos que de Barrio Sésamo con sus nietos.

Su hijo, el padre de Jack, era igual. Su prioridad había sido su trabajo, y desde que Jack era niño lo habían educado para que siguiese sus pasos. Murió en un accidente de tráfico cuando Jack estaba acabando el instituto y solo Patty comprendió la presión que el joven sentía, el temor de tener que cumplir un rol demasiado pronto, un papel que no estaba seguro de querer cumplir.

Jack masticó un bocado mientras pensaba en la primera vez que había notado la existencia de Patty Bradley.

Desde los trece años, ambos habían ido al mismo instituto, pero entre los deportes, los amigos y el trabajo del banco, Jack nunca habla prestado atención a la vecina de al lado. Hasta un sábado por la noche, cuando acababa el ciclo básico. Volvía a casa tarde de una fiesta y estaba metiendo la llave en la cerradura cuando oyó que lo llamaban.

Se dirigió adonde provenía la voz femenina y se encontró a Patty sentada en la escalinata del porche de su abuela con una bolsa de patatas y una gaseosa. Llevaba el cabello rubio recogido en una coleta y la amplia figura cubierta por una camiseta holgada y un pantalón de chándal. Cohibida ante su mirada, le dio un breve mensaje: su novia, Missy, había pasado por allí y quería que la llamase.

Jack hizo caso omiso del mensaje. Missy y él llevaban la mayor parte de la semana discutiendo y la llamaría tarde o temprano, pero en aquel momento la expresión inteligente de los ojos de Patty y la bolsa de patatas fueron más fuertes. Impulsivamente, le preguntó si se podía sentar a su lado. Ella se lo quedó mirando un momento y luego te ofreció unas patatas. Y él se sentó y aceptó un puñado.

SIN SECRETOS-  CYNTHIA RYTLEDGEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora