Re-evolución (Capítulo 9)

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  Un impresionante golpe de calor azotó nuestro cuerpo al cruzar la puerta. Detrás de nosotros un sonido metálico nos indicaba que la entrada a la sala de control se cerraba por completo. Poco a poco la mirada se fue acostumbrando a la cantidad de luz del lugar; las formas borrosas empezaron a definirse y pude vislumbrar el lugar por primera vez. Era increíble. Nos encontrábamos en mitad del jodido desierto de Etiopía, cuando hacía solo un minuto acabábamos de  dejar la estancia que dirigía toda la sala de entrenamiento.

Ahora, solo era la puerta cerrada de una cochambrosa chabola en mitad del desierto, que estaba situada a los pies de un gran acantilado. En el horizonte y sobre una elevación del terreno, se podían observar unas edificaciones construidas en adobe y troncos de acacia. Estaban custodiadas por una especie de muralla de vigas de metal oxidadas, palos y alambre roñoso. Sobresalían dos torres de vigilancia en ambos extremos del perímetro del asentamiento, en ellas creí reconocer a dos hombres armados en cada una.

 En el cielo, una rapaz, oteaba desde el cielo en busca de su presa, daba vueltas y vueltas en círculo muy lentamente. Realizó un brusco cambio de sentido y se abalanzó hacia tierra a una velocidad endiablada, apresando con este fugaz movimiento a una gran víbora,  que quedó neutralizada con sus fuertes garras en un instante. 

-¿Seguimos en La Cueva?-pregunté-

 _ Es increíble ¿No? -dijo Steve mientras se tapaba la boca con un pañuelo; evitando de este modo, los molestos granos de arena que eran movidos por el viento-. Esta es la simulación de entrenamiento que te hemos preparado, todo está creado desde control. Pero olvídate de todo. Vamos a centrarnos en el objetivo. Su líder se llama Kuru -dijo mientras me pasaba su fotografía-, es el encargado de dirigir el asentamiento y nuestro principal objetivo. Calculo que en el interior nos encontraremos con más de veinte objetivos. Sus armas son rudimentarias, si, pero letales. Se tratan de AK47 y armas cortas principalmente, pero puedes esperarte cualquier cosa.  Como puedes observar, tenemos dos torres de vigilancia. Hay que inutilizarlas en primer lugar. Yo me encargaré de la segunda torre, tú de la primera. Una vez que tengamos visión del interior del enclave, te cubriré desde arriba y tendrás el apoyo necesario para entrar en el interior y eliminar al objetivo. Es vital no dar la alarma hasta que tengamos controladas las torres. ¿Entendido?

 Respondí con una afirmación y enfoqué mi mirada hacia la primera de las torres.

Comenzamos a acercarnos a la rudimentaria fortificación. Para no ser detectados, utilizamos unas mantas de camuflaje, que eran del mismo tono que el terreno. Al mismo tiempo, nos cubríamos con los distintos elementos que el paisaje nos ofrecía y de esta forma pasar inadvertidos. De duna en duna, de roca en roca, muy lentamente, arrastrándonos por el suelo cuando era necesario. Por fin llegué a los pies del primer edifico de vigilancia. Steve me dio la confirmación de su llegada por radio. Corté los alambres para poder aferrarme al metal, y empecé a escalar.

El corazón parecía estallarme. Conocía cientos de métodos para realizar la incursión, eliminar a los vigilantes y hacerme con el poder de la torre sin ser detectado. Sabía que tenía que ir en primer lugar a por el vigilante más alejado, para posteriormente sorprender por detrás al que tenía más cerca y partirle el cuello. Era fácil. Era sencillo. Pero el corazón se me iba a salir por la boca. Era una simulación; no eran reales. Me decía una y otra vez. Pero cada vez que me acercaba oía sus sonrisas, su respiración. Tenía que enfrentarme a la situación de matar a alguien. Bueno, “matar”  no es la palabra adecuada en este caso. Pero esto era tan real...  

 Deja de pensar -me dije-. Actúa.

 Deslicé la mano hacia mi muslo, solté el cierre de seguridad, agarré el cuchillo y lo saqué de su funda muy lentamente. Despacio, sin hacer ningún ruido. Por el transmisor, un susurro de Steve daba la señal. “Tres, dos, uno…”

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