Capítulo 6

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 El sol golpeaba contra el cristal del coche, casi impidiéndome ver el asfalto. Me quedaba una media hora para llegar al trabajo. Durante el trayecto me cruzaba continuamente con gente que iba medio dormida a trabajar. Unos bostezaban, otros se frotaban los ojos y otros incluso rebuscaban entre sus fosas nasales; que desagradable.

 Llegué quince minutos antes de tiempo. Normal, la noche fue larga, apenas di una corta cabezada. No me lo podía quitar de la cabeza. Había pasado una semana y no tenía noticia alguna de Leo. Su mesa estaba vacía, como si nunca hubiera habido nadie. Como si no llevara dos años en la empresa.

 Los compañeros preguntaron durante los dos primeros días donde se encontraba, que había sido de él. Con el paso del tiempo, esas preguntas se fueron diluyendo, como el cacao en la leche, dejando solo unos pequeños grumos en la superficie . Algunos decían que estaba detenido; ya que había falsificado la contabilidad de una de sus empresas al cargo, para embolsarse “un plus”. Decían también, que los agentes que vinieron el otro día, eran inspectores de hacienda y que estaban aquí para detenerlo por estafa. Otros, sin embargo, comentaban que se habría ido de “vacaciones forzosas”. Vamos que lo habían despedido. 

 Harris no decía nada. Todo el día en su despacho. Era raro en él. Ni una arenga, ni una voz más alta que otra, nada. Simplemente llegaba a su despacho a las nueve, y salía a las siete para irse a casa.

 _Buenos días señorita Simmons.-dijo el portero cuando entré-

 Le devolví el saludo con una sonrisa, y cogí el ascensor para subir a la oficina.

Era temprano, todavía no había llegado nadie. Encendí mi ordenador y me quedé sentada observando la mesa de Leo. ¿Dónde estará?-mascullé-

 Dejé mi sitio y me acerqué a su puesto. Vacío. Su ordenador apagado. No había papeleo alguno, todo estaba limpio y el lapicero solo albergaba un triste bolígrafo azul.

 _ ¿Rachel?-dijo una voz familiar a mis espaldas-

 _Señor Harris contesté.

 _Ha llegado muy pronto. Me alegra tener a gente implicada en la empresa.

 _ Sí, tengo que adelantar un par de cuentas -mentí-. Señor Harris, ¿Puedo hacerle una pregunta?

 _ No sé donde está Rachel.-contestó adivinando mi pregunta acerca del paradero de Leo-  Se que vinieron a buscarlo desde seguridad nacional, dijeron que tenían que hacerle una preguntas. Pero no sé nada más.

 Harris detectó el gesto de tristeza que tenía en mi rostro, me dio un afectuoso apretón en el hombro y continuó hacia su despacho. La gente empezó a llegar poco a poco. Comenzaba un nuevo día de trabajo.

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 El teléfono advertía de una llamada entrante…

_ ¿Sí?

 _ Hemos transferido medio millón de dólares a su cuenta personal. Confiamos en que no tendremos ningún inconveniente.

 _ Todo está solucionado. No queda rastro alguno.

 _ Eso espero. No nos gustaría  que su empresa tuviera que cerrar  por problemas…      “judiciales”.

 _No habrá ningún contratiempo.

 El sonido del teléfono al colgar finalizó la conversación.

 Dirigió su mirada a la trituradora de papel.  La ficha de Leo era reducida a diminutas tiras, que caían una tras otra a un recipiente de metal. Introdujo la mano en  el bolsillo de su camisa. Y agarró un mechero de plata con su nombre grabado. Thomas Harris.

 Lo abrió, prendió fuego a un folio en blanco, y mientras lo introducía en el envase metálico murmuró…

_Ningún problema.

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