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-¿Cómo te sientes, querida?

-Me siento con ganas de darte un puñetazo por llamarme «querida» , sobre todo -dije, fingiendo que le daba un golpe en el estómago. Sonriendo, trepó encima de mí y se apoy ó sobre mi vientre.

-Muy bien, pues. ¿Querida mía? ¿Tesoro? ¿Amor mío?

-Cualquiera. Me da igual, mientras sea algo que me digas solo a mí -dije, paseando las manos por su pecho y sus brazos-. ¿Qué debería llamarte yo?

-Mi Real Marido. Me temo que así lo exige la ley -contestó, recorriendo mi piel con sus manos hasta llegar a un punto delicado de mi cuello.

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