Prólogo

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Este es el prólogo del segundo libro, que empieza varios años después de la finalización del primero. Algunos apellidos están cambiados, pero se puede entender con facilidad a qué familia del primer libro hacen referencia.

Un samurái honorable

El día anterior había sido agotador. No había ni un solo músculo de su cuerpo que no tuviese agujetas; no importaba que, durante toda su vida, Kayami Kenji, hubiese estado entrenando para ese momento. Enfrentarse a Daikuji Mugen era, sin ninguna duda, algo demasiado duro.

El Daikuji tenía más corpulencia y un estilo de combate más directo y salvaje que la danza, elegante y precisa, de los Kayami. Luchando codo con codo eran uña y carne; se complementaban perfectamente. Pero por separado, la forma física de Mugen se acababa imponiendo.

—Kenji, despierta —la voz de Mugen apareció en su sueño, cada vez más real, hasta que se despertó y vio el rostro de su amigo frente a él—. Kenji, despierta de una vez, esto es grave.

Kenji y Mugen dormían en la misma habitación; era así desde que ambos decidieron, tras la muerte de sus padres, que vivirían en el templo. Lo normal era que el Kayami, gastara sus energías tratando de despertar a su amigo de toda la vida, pero esta vez, la situación era justamente al revés.

—¿Qué ocurre, Mugen? —Preguntaba el Kayami entre sueños—. Todavía no es la hora de acudir al entrenamiento; además, estoy cansado.

—¡Un samurái jamás diría eso! —Mugen, no solo era más fuerte que Kenji, sino que, también, más efusivo.

—Todavía no somos samuráis, solo alumnos de este templo —recordó Kenji, que seguía más la senda del honor y la lealtad. Mugen se guiaba, demasiado, por el corazón.

Mugen tiró del hijo, del difunto, Kayami Orusa, y lo levantó del saco de dormir.

— ¡Nuestro daimyo ha expulsado a Gildarts del Loto Blanco! —Gritó Daikuji Mugen, agarrando, con fuerza, las ropas de Kenji—. Maldita sea, Kenji, tenemos que ir a ver a Gildarts.

Shina Gildartshabía cuidado de ellos, desde el día en el que sus padres no volvieron. Para ellos había sido como un padre; gracias a Gildarts, pudieron acceder al templo para vivir y entrenar. Había sido el majisho de la familia Shina, el que les ayudó cuando el resto de sus familias no quería saber demasiado de ellos. 

Kayami Kenji se apartó de Mugen y buscó, en el armario empotrado de la habitación, su ropa. La habitación era pequeña y solo tenía los dos sacos de dormir y dos armarios empotrados. Ni siquiera tenían sitio para guardar las únicas pertenencias que guardaban de sus padres: sus espadas.

— ¿Cómo ha sido? —Preguntó Kenji, mientras se vestía con prisa—. Gildarts es su mano derecha, debe ser un error.

—No es ningún error —lamentó Mugen, dando un puñetazo en el suelo—. Lo han anunciado los samurái de la puerta principal; Gildarts ha sido expulsado del Loto por alta traición. Parece que ha intentado acabar con la vida de nuestro daimyo.

Kenji terminó de vestirse e hizo un gesto para que Mugen lo siguiera.

—Date prisa, Mugen.

Los dos chicos de quince años corrieron por las calles de la ciudad de los Kayami, sin mirar atrás y apartando a cualquiera que se interpusiera en su camino. «Gildarts nunca haría daño a Roy, es imposible».

La calle principal de la ciudad estaba abarrotada. No cabía ni un alfiler en ella; siempre estaba concurrida puesto que la avenida llevaba desde la puerta principal hasta el castillo Kayami, que servía de residencia a Nagashi Roy, el actual daimyo del Loto Blanco.

El legado de Rafthel II: La danza del fuegoWhere stories live. Discover now