MUGEN I

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Lengua de serpiente, abrigo de zorro

— ¡Maldita sea!, Tienes que ayudarme a abrochar esto —se quejó Mugen, a punto de perder los nervios; ese broche no era la primera vez que le daba problemas y se negaba arreglarlo, algo que sacaba de sus casillas a Kayami Kenji.

—Roy-sama nos está esperando, Mugen, ¿por qué no me lo dijiste antes? —se quejó el Kayami. Como todos los de su familia, el joven, quería ser perfecto y se ofuscaba cuando otro no lo era.

—Un Kayami forjó esta armadura —protestó Daikuji Mugen, el mejor amigo de Kenji y, también, su compañero de fatigas—. Así que no te quejes, soy yo el que debería quejarse.

—Un Kayami la forjó y un Daikuji la rompió —dijo con la frialdad que caracterizaba a Kayami Kenji—. Ni la más perfecta de las soldaduras puede...

— ¡No me vengas con esas cosas! —Gritó, lleno de rabia—. Hoy es mi primer día como guardaespaldas y voy a quedar en ridículo.

—Deberías tranquilizarte —aconsejó Kenji a su amigo.

—¡No pienso tranquilizarme! —a pesar de la dura disciplina a la que había sido sometido durante toda su vida, Mugen era impulsivo y protestón. Algunos lo comparaban, en carácter, con el de su tío, el famoso Daikuji Matutsen, desaparecido desde hacía diez años.

Mugen tardó mucho en digerir que ni sus padres ni su tío volvieran. Era muy joven cuando se quedó huérfano y desde ese entonces, Shina Gildarts se había encargado de su tutela.

— ¿Qué crees que diría Gildarts si nos viese en esta situación? —preguntó Mugen, tratando de hablar con su compañero. Desgraciadamente, Kenji era duro como el hielo y se limitó a suspirar.

—Hace un año que Gildarts se fue, no sabemos si está vivo o no—recordó, de forma indiferente el Kayami. Desde la desaparición de Gildarts y el secuestro de Shina Daifurne, el Kayami se había vuelto más frío y callado. Mugen había caminado el sentido opuesto del camino.

—No te he preguntado por cuando se fue —se enfadó—. No quiero recordar hace cuanto se fue, para mí, sigue estando con nosotros. No me creo que intentase matar a Nagashi Roy.

—Lo que creamos es irrelevante, la cuestión es que hoy somos nosotros los encargados de proteger a la cabeza del clan del Loto y terminaremos nuestro trabajo, ¿de acuerdo? —Kenji había sido nombrado como el líder del grupo de seguridad de Nagashi Roy. Era un grupo pequeño, integrado por inexpertos samurái que debían aprender el oficio.

Mugen se arrancó el broche defectuoso y ya era imposible poder usar la armadura.

—Si tengo que defender a nuestro señor con mi cuerpo, lo haré —respondió Mugen con un ligero malestar—. Creo en Roy y en Gildarts —levantó el puño, en señal de promesa—. Yo, Daikuji Mugen, encontraré al verdadero responsable y le haré pagar.

—Y yo tendré que cuidar de ti —se resignó Kenji—. Necesitas serenarte de vez en cuando.

Mugen lo señaló.

—No soy un témpano de hielo, Kayami —Mugen y Kenji solían retarse en multitud de ocasiones. Kenji solía ganar en las pruebas mentales y de espada, mientras que Mugen destacaba por su fuerza física y su valentía.

—Eres un volcán descontrolado.

—Ya estás tú para controlarme —zanjó la discusión con lo que más podía gustar a un Kayami: un cumplido.

Sin tiempo para buscar otra armadura, los dos chicos se dirigieron al castillo feudal donde se encontraba Nagashi Roy, el hombre al que hoy defenderían con su vida.

El legado de Rafthel II: La danza del fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora