Sombra 34

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Revisar estos recuerdos después de tantos años me ha hecho darme cuenta de lo solo que estaba entonces. Apenas había cumplido los trece años, llevaba más de ocho viviendo con Grace y Carrick y con su familia, y aún me sentía un extraño en esa casa en la que todo estaba siempre en su lugar. Ellos quisieron hacerme sentir parte de sus vidas y yo malentendí las señales. Decidí no tocar las cosas en lugar de usarlas y devolverlas a su lugar. Medir mis palabras en lugar de ser esponténeo; cambié los juegos sociales por los libros, por la tecnología. Todo lo que me permitiera construir una coraza a mi alrededor, una muralla protectora. Nada ni nadie podría entrar, ni salir.

La última temporada en la escuela media, y los incidentes con Amanda me hicieron comprender que la vida social no estaba hecha para mí. Aquel verano, justo antes de empezar la escuela secundaria, Mia y Elliott fueron a un campamento con otros chicos de la escuela. A mí no me preguntaron si quería ir. No me obligaron. No intentaron, ni siquiera, que considerara la posibilidad de ir.

Era como si finalmente hubieran aceptado que yo era un bicho raro. Durante las semanas en que Mia y Elliott estuvieron fuera Grace me llevaba con ella a todas partes, pero ya no me preguntaba qué quería hacer ni a dónde quería ir. Simplemente cargaba conmigo. Pasé horas sentado en el salón de belleza mientras ella tomaba larguísimas sesiones de rayos, en el saloncito de la modista mientras elegían tejidos para los trajes del otoño siguiente, en la recepción de la biblioteca del hospital cuando tenía sus reuniones con un grupo de investigación. Siempre en silencio, a su lado, agradecido por no haberme obligado a ir con mis hermanos al maldito campamento.

Una vez la escuché hablar por teléfono. Elena, la señora Lincoln, estaba organizando una cena en el club de campo para recaudar fondos para una casa de acogida de niños víctimas del maltrato.

- No puedo ir, Elena, entiéndelo. No quiero dejar a Christian en casa, y no me parece el sitio más adecuado para llevarlo a él, ¿no crees?

Bajaba la voz cuando no quería que escuchara algo, pero no se iba. Simplemente susurraba, como así no me llegara el sonido.

- Ya sé que no es la suya, y que no se va a encontrar a nadie allí de su vida anterior. Pero no quiero remover más su dolor, bastante mal lo estamos llevando últimamente.

De eso se trataba, de remover mi dolor. Tras unos segundos de silencio Grace se despidió tajantemente de su amiga:

- Pues claro que he buscado otros médicos, pero no queda nadie en esta ciudad dispuesto a ayudarme, y ya no sé qué más hacer. Llevarle a la cena no haría nada más que empeorar las cosas. Lo siento. Ya hablaremos.

Cuando colgó había lágrimas en sus ojos. Apartaba la cabeza de mí para que no la viera llorar, pero era inútil, y su llanto se iba haciendo más y más fuerte. Entre hipidos me pidió perdón:

- Lo siento, cariño, perdona. No es por ti, tú no has hecho nada malo.

Pero yo sabía que sí lo había hecho. Llevaba años haciéndolo, peleando por minar la confianza de la única persona que me había dado su apoyo incondicional. Y ahora lo había roto. Igual que Jack rompió mi muñeco en la casa de acogida, igual que el cabrón pateó a mamá. Las cosas que quería se rompían, ése era el curso natural de las cosas.

Grace lloró toda la tarde, y cuando llegó Carrick a casa la encontró hecha un ovillo en una esquina del sofá del salón, casi a oscuras. Yo les escuché hablar desde lo alto de las escaleras sin mucha dificultad, prácticamente no se esforzaban por bajar la voz, por disimular su agotamiento.

Le contó cómo la cena de la señora Lincoln la había quebrado definitivamente. Había recordado los tiempos en los que me adoptaron y pensaba que podría ofrecerme una vida mejor, la vida que un niño se merece. Mirando atrás había comprendido que ninguno de aquellos esfuerzos había servido para nada, tal vez sólo para salvar mi vida, pero que yo no era feliz, y que empezaba a temer que nunca lo fuera. De vez en cuando se voz se ahogaba entre sollozos. Y un nudo crecía en mi estómago a medida que hablaba. Le contó los últimos encontronazos que había tenido en el colegio a finales del curso, que por lo visto le había ocultado porque sabía que habría perdido la paciencia conmigo. “Le sobreproteges, Grace” solía decirle.

El origen de GreyWhere stories live. Discover now